¿Quién le metió tanta prisa a Álvarez?
El técnico sevillista, que pidió calma en la previa, tiró a la basura su idea con un giro radical al descanso que invita a la reflexión
"Que Luis Fabiano no haya jugado dos partidos no quiere decir absolutamente nada, nos alarmamamos demasiado". Esta frase pertenece a Antonio Álvarez, quien, harto de que en la previa del partido de ayer le preguntaran por el delantero brasileño, se mostró por primera vez incómodo ante el exceso de celo de la prensa por meter las narices en sus decisiones. Sin embargo, el propio entrenador fue el primero en encender la luz de alarma ayer cuando, al descanso, adoptó un juicio salomónico, con funesto resultado para él mismo. Ni 4-3-3, ni 4-1-4-1, ni nada de lo que había proyectado con una atrevida alineación. Les dio la razón a los que quieren que juegue Kanoute y Luis Fabiano aunque sea en silla de ruedas. Y su equipo se diluyó como un azucarillo para ser sorbido lentamente por el taimado PSG.
El pendulazo que dio Álvarez gastando dos cambios al descanso y haciendo el tercero en el minuto 61 lo desnudó a él mismo, porque con ello dejó de creer en sus propias ideas. Y eso invita a la reflexión, además de traer consigo una derrota que pone empinado el pase a los dieciseisavos de final de la Liga Europa, algo que, y ahí sí fue muy valiente Álvarez, sería un fracaso, como él asumió.
En el entuerto también medió el infortunio, en forma de lesión de Jesús Navas -ya es mala suerte-, hecho que castigó la precipitación de Álvarez, que borró lo que había proyectado alineando a José Carlos y Cigarini como interiores. Pero la incapacidad general genera muchas dudas. La primera, si el técnico se deja llevar en demasía por un entorno con mucho peso. Un entorno que había criticado que tardara tanto en hacer los cambios.
Y de camino, desnudó el estado de forma de Kanoute, la implicación de Luis Fabiano, las carencias de Zokora -aplaudido en una de sus carreras para la galería- y hasta la capacidad de Guarente, que hubiese encajado mucho mejor en el dibujo que desdibujó Álvarez con su salomónica decisión en el intermedio. El Sevilla pasó de ser un proyecto con bonita apariencia a ser un pelele. Sólo hubiese bastado reajustar el dibujo con un cambio de piezas: Guarente por Cigarini, por dar una idea. Pero Álvarez, que arriesgó ubicando a dos jugadores de similar perfil, poco dotados para la presión, Cigarini y José Carlos, tiró su fuerte apuesta a la basura.
El resultado fue el ejercicio de impotencia de un Sevilla liado con los mensajes tan contradictorios de su entrenador. Un equipo sin energía, al que la grada intentaba insuflarle ánimos, que devino en inánime tras el 0-1. Fue una derrota dolorosa, tanto que hasta hace pensar si no hubiese sido mejor vender a Luis Fabiano que aguantarlo lloriqueando sus suplencias, para después deambular apático y aislarse en su propio mundo. Los entrenadores están para corregir esas cosas, y para demostrar que, al menos, saben lo que quieren. Porque aguantar al entorno va en el cargo.
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