El invierno es duro, duro (0-2)
Sevilla-málaga
El Sevilla, pese a su prometedor arranque, fue un muñequito de trapo en manos de un Málaga mucho más eficaz El ambiente fue cada vez más hostil en el Sánchez-Pizjuán
El Sevilla se despeña irremediablemente en la Liga y acumula un sinsabor detrás de otro en un invierno que se le está haciendo particularmente duro como consecuencia de las malas planificaciones veraniegas. Ayer le tocó el turno de ejercer de verdugo a un Málaga que tuvo bastante con aguantar el arreón inicial de los hombres de Míchel para después aprovechar que éstos se asemejan en la actualidad a un muñequito de trapo. Este equipo nervionense es tan frágil que basta con que le pase un poquito de aire por al lado para que el cristal se resquebraje de manera casi lamentable.
Más o menos eso acontecía en la noche de ayer en el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán, en un recinto en el que, entre unas cosas y otras, el ambiente cada vez es más irrespirable para sus propietarios, sobre todo para José María del Nido. Y lo peor de todo es que no existe ni la más mínima retroalimentación entre la grada y el césped, entre el césped y la grada, para que aquello pueda variar. Al contrario, el panorama cada vez parece más negro y el Sevilla no acaba de atisbar dónde se halla verdaderamente el final del abismo.
Ni siquiera el prometedor inicio les sirvió a los blanquirrojos para cambiar la tendencia liguera. El Sevilla arrancó como una moto, presionaba muy arriba, recuperaba el balón y en esa fase, sólo en esa fase, lo jugaba con precisión en busca de sus delanteros, o cabría precisar de su delantero, pues Negredo era la única opción de fuego real para hacerle daño a Willy Caballero. En esa fase sí pudo colocarse por delante el cuadro nervionense, pero Negredo no aprovechó la mejor ocasión de todo el encuentro para colocar el 1-0. El vallecano se escapó de sus marcadores, eludió incluso la salida de un Caballero que se cuidó muy mucho de cometer un penalti con la expulsión consiguiente, pero se quedó con el balón en su pierna derecha y no fue capaz de aprovechar que la portería estaba sólo defendida por uno de los zagueros. El balón se fue al poste, corría el minuto 3 y la puesta en escena de los anfitriones era prometedora.
Tanto que Perotti, al que Míchel había preferido por delante del resto de las opciones que disponía para la banda izquierda, tuvo una nueva oportunidad en un robo del balón bastante avanzado. Y el trío se completaría con otra oportunidad de Negredo que finalmente le caería a Jesús Navas sin guardameta delante, aunque sí con varios defensas, para que el extremo desperdiciara la última de ese trío de llegadas con claridad del cuadro sevillista antes de que se cumpliera el primer cuarto de hora de juego.
Ese prometedor Sevilla se basaba en la consistencia y en el dinamismo del dúo Medel-Kondogbia, que le guardaba las espaldas a un Rakitic que, entonces, sí movía la pelota con rapidez y precisión. Pero eso no se prolongó más allá de la media hora del partido. El Málaga se fue asentando y eso provocó que lo que antes era una circulación veloz y certera por parte de los locales tornara a todo lo contrario. Conforme el conjunto de Pellegrini se sintió fuerte, la pelota apenas duraba en los pies de unos sevillistas cada vez más ahogados tanto por la mejor posición del adversario como por la falta de oxígeno en los pulmones de los hombres de Míchel.
El Málaga ya fue superior en el último tercio del primer periodo, pero es cierto que las mejores oportunidades para haber marcado algún gol habían correspondido a un Sevilla con las mismas virtudes y defectos de casi siempre. Es decir, tantas buenas maneras como inconsistencia para mantener un nivel alto de juego de manera sostenida. Y ahí, cuando se llega al intermedio, comienza a cambiar aún más la cosa, sobre todo porque Manuel Pellegrini decide mover piezas y deja en el vestuario al chileno Iturra, amenazado por una tarjeta, para que Demichelis adelante su posición.
El argentino se iba a convertir en el dueño y señor del juego desde su nueva posición de medio centro defensivo. Incluso corroboraría ese mando con el primer tanto cuatro minutos después de reanudarse el litigio. Un córner bien sacado, la indecisión de Diego López al salir, la mala defensa al balón aéreo de Spahic y Coke y el cabezazo impecable de Demichelis al fondo de la portería. El Málaga se había puesto por delante y esto, en este invierno tan duro para una plantilla cogida con alfileres desde el verano, equivale a sufrimiento. Y también para Del Nido, zarandeado desde la grada.
Porque el Sevilla, desde ahí, fue la viva imagen de la impotencia, un quiero y no puedo constante. El derrumbamiento fue incluso estrepitoso, pues Míchel se precipitaría con un doble cambio que arregló poco, o nada, la situación. Ni Cicinho ni Reyes aportaron lo más mínimo para tratar de reconducir una caída libre que ya parecía inevitable entonces a pesar de los muchos minutos que aún restaban por jugarse. Hasta que ese estado depresivo quedó reflejado en el penalti y expulsión de Fazio.
Un simple despeje orientado de Jesús Gámez sirvió para desnudar todo el entramado de Míchel y los suyos. Joaquín, simplemente, fue más rápido que Fazio; éste, sencillamente, fue ingenuo hasta decir basta al cometer un penalti tan diáfano que, además, conllevaba la expulsión. El Málaga había ganado el partido bien prontito, había tenido suficiente con su efectividad, pero hay que dejarse de paños calientes: efectividad siempre fue sinónimo de calidad y en este Sevilla la calidad escasea. Por eso el invierno es duro, muy duro. Hasta para Del Nido.
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