Un gozo detrás de otro (4-0)
Copa del rey · la crónica
El Sevilla acaricia su presencia en una nueva final, ésta de Copa del Rey, tras avasallar al Celta en el primer asalto. Los blancos volvieron a enloquecer a su hinchada con su fútbol.
Falta un paso más, cierto, pero noche de placer grande en el Ramón Sánchez-Pizjuán. El Sevilla acaricia su presencia en una nueva final, esta vez de la Copa del Rey, tras avasallar al Celta en medio del fervor de una hinchada entregada al goce absoluto. Es un no parar en la fiesta, la sensación de vivir en el más maravilloso de los nirvanas, y eso es lo que se ha ganado el Sevilla Fútbol Club de la contemporaneidad con su manera de hacer las cosas, desde su presidente hasta el último de los empleados de la entidad, pasando por supuesto por el entrenador, el director deportivo y unos excelentes futbolistas, en el orden que cada uno prefiera, están a la altura profesional que hay que tener para alcanzar niveles tan superlativos. Es verdad que resta un asalto en Balaídos, que cosas más gordas se han visto en el fútbol, pero eso ya llegará la semana próxima, ahora se trata de analizar lo que aconteció en la noche de ayer en Nervión y lo que pasó se acerca al deleite máximo.
Y el Sevilla se lo ganó desde el primer minuto de un partido que nada tuvo que ver con el que disputaron ambos equipos en la Liga cuando aún apretaban los calores veraniegos. Los blancos tenían muy claro que no podían darle la iniciativa al Celta y salieron a comérselo desde el pitido inicial, literalmente a engullir al cuadro que tan bien dirige Berizzo. Ni un solo respiro, robar el balón lo más cerca posible de Rubén Blanco y esa sangre en los ojos que tantas veces se ha echado de menos en este curso en las filas blanquirrojas, sobre todo lejos de los suyos. Esta vez eran once futbolistas conscientes de lo que estaba en juego que no podían dejar escapar ni una sola oportunidad de golpear sin que la rabia se apoderara de quien no lo lograba. No había un mañana, era todo hoy, superlativo presente.
No había más que ver el rostro de Kolodziejczak cuando se le escapó el primer cabezazo que tuvo cuando todavía no se había contabilizado el minuto 2 en los cronómetros para entender que el Sevilla había salido a tope de revoluciones. De algo tiene que servirle la experiencia de estar todos los años metidos en fregados de semejante nivel. Ahí estaba la prueba de lo que les había inculcado Unai Emery a los suyos a la hora de diseñar lo que esperaba posteriormente sobre el terreno de juego. Los anfitriones, pues, les enseñaron los dientes desde el tañido inicial a un Celta que tal vez no se esperara ese vendaval desde tan pronto.
Pero sí, el Sevilla siguió con toda la cuerda dada, robaba el balón muy cerca de la portería de Rubén Blanco y encima apenas permitía al adversario pasar del centro del campo cuando trataba de tomarse un segundo de respiro. Encima a balón parado esta vez sí eran tremendamente superiores Rami y compañía, tanto que en cada jugada de este tipo se producía una acción de peligro real. Kolodziejczak, de nuevo, y N'Zonzi pudieron conseguir el primer gol en sendos cabezazos prácticamente consecutivos en medio del huracán que ya era su equipo en esos momentos.
El gol parecía inminente y no pudo tener el Sevilla una ocasión más clara para sumarlo. Penalti de Sergi Gómez a Vitolo y Gameiro, que después cumpliría con la penitencia de sobras, se topa con la felina intervención del joven Rubén Blanco. Cualquier equipo se hubiera hundido ahí y la tropa de Emery también acusó el golpe, incluso concedió las dos opciones más claras viguesas con un cabezazo a la cruceta de Sergi Gómez y un disparo cruzado de Pablo Hernández. Pero el Sevilla no estaba dispuesto a no vivir otra noche orgasmática con los suyos.
Justo antes del intermedio llegó uno de los momentos cumbres. El enésimo córner con peligro era cabeceado por Rami y, esta vez sí, el francés obtenía el premio que se merece su gran aportación a balón parado. Balón picado y oportuno, uno a cero para los sevillistas. Fue la acción que lo cambió todo, ya que también obligó al rival a tomar más riesgos.
Fruto de ello llegaría la exhibición del segundo periodo. El Celta trató de vivir en el campo del adversario, como acostumbra, pero lo que no previó fue la velocidad de Gameiro en las contras. El francés se sacó la espina del penalti con dos carreras que hubiera firmado Usain Bolt. Era el Gameiro que tanto brillara en su etapa en el Lorient bretón, velocidad impresionante y precisión cuando se plantaba delante del guardameta. En el 2-0 superó a Jonny en la carrera, en el 3-0 desarboló a toda la zaga; sendos contragolpes, magistrales.
La fiesta ya estaba servida y entonces el Sevilla dio el paso atrás que le convenía. Lógico que asumiera esos riesgos, sufrir en defensa y hasta alguna ocasión más nítida para hacer más grande la brecha. Lo consiguió en otra contra con el Celta descolocado y esta vez era Krohn-Dehli quien le ponía la rúbrica al 4-0 para que el Sánchez-Pizjuán rematara otras de esas noches mágicas que ya se han hecho tan habituales en el presente siglo. Es verdad que resta un partido en Balaídos y que en el fútbol se pueden dar circunstancias de todo tipo, pero el goce de ayer nadie se lo quitará ya de la memoria a los sevillistas, a los hinchas del Sevilla Fútbol Club. Una nueva final está muy cerca.
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