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La crónica

El Betis consigue una importantísima victoria frente al Granada pese a quedarse con diez al principio del segundo periodo. Merino supo colocar a los suyos para que no pasara nada a la espera de la oportunidad.

Foto: A. Pizarro
Francisco José Ortega

07 de marzo 2016 - 05:02

Triunfo con fiesta grande en el Benito Villamarín. El Betis no sólo fue capaz de repetir victoria en este tramo decisivo sino que lo hizo con un futbolista menos durante casi toda la segunda parte por la ingenua expulsión de Vargas. Esto, sin embargo, sacó un gen competitivo en los verdiblancos que se ha visto escasas veces durante el curso y provocó que sólo se jugase a lo que le interesaba a los hombres de Juan Merino. El Betis supo manejar el fútbol contra el Granada, lo que demandaba el litigio en cada minuto, y se encontró con el premio gordo gracias al cabezazo de N'Diaye en una de las escasas opciones que se le podían presentar. Fue el lanzamiento de un saque de esquina, mejor así, porque incluso premia al trabajo de estrategia durante la semana. Y para que el gozo fuera pleno hasta llegaría el segundo de Rubén Castro.

Tiene un tremendo mérito este triunfo del Betis, sin duda ninguna, porque llegó tras haberse sabido adaptar a las circunstancias de quedarse con uno menos cuando aún quedaba un mundo por delante. Entonces nadie daba un duro por el cuadro de Merino, entre otras cosas porque éste no había transmitido absolutamente nada hasta ese momento. La hoja del cronista para anotar las circunstancias destacadas del juego permanecía prácticamente vacía por parte y parte y sólo un lanzamiento de Jorge Molina en el epílogo del primer periodo merecía algo la pena. El delantero, que había sustituido a Cejudo en el primer intento del entrenador bético de darle un giro al juego, se revolvió dentro del área, pero se topó con Andrés Fernández en su disparo.

Fue lo único destacable a lo largo de 47 minutos que apenas habían dejado nada para el recuerdo. Merino había premiado a los futbolistas que tan bien lo habían hecho el jueves en Cornellá y repitió la alineación con el cambio obligado de Montoya por el sancionado Molinero. El resto eran los mismos, pero por ahí tal vez empiece uno de los inconvenientes para tener intensidad en el juego, pues cuando se juega entre semana lo ideal es permutar a varios futbolistas para que el conjunto conserve la frescura en el aspecto físico.

Merino optó por una vía diferente y buscó el premio hacia sus futbolistas como mensaje de agradecimiento. Todo es cuestión de puntos de vista, claro, y lo que se encontró el linense a la hora del desarrollo del juego fue un equipo previsible, incapaz de meterle una marcha más a su fútbol para desordenar algo a un Granada que se conformaba con estar bien puesto sobre el césped. El Betis era un quiero y no puedo y no llegaba a acercarse hasta Andrés Fernández por ninguna de las vías que tenía previsto hacerlo. Algún centro al área, algún eslalon de Dani Ceballos u otro de Musonda con endeble disparo final a las manos del guardameta granadinista... Poco, muy poco, se podía rescatar de este primer periodo, ni siquiera después de que Jorge Molina entrara a la media hora por Cejudo en un intento de tener algo más de presencia arriba.

La segunda mitad arrancó más o menos de la misma manera. El Granada buscaba alguna contra mientras que cedía la iniciativa a un Betis que tampoco sabía muy bien qué hacer con ella. El mediodía no podía ser más plácido para ambos guardametas, que limitaban sus intervenciones prácticamente a los saques tras irse el balón por la línea de fondo. Nadie era capaz de alterar el guion hasta que Vargas cometió una ingenuidad impropia de un futbolista de su veteranía. El peruano, cargado con una tarjeta por una tontería de sacar una falta cuando el árbitro estaba trazando la línea de la barrera, pareció sufrir un lapsus mental y golpeó con su rodilla a Rochina en una acción absolutamente innecesaria. Rubén Pérez se encargó de comerle la cabeza a Iglesias Villanueva y hasta éste, siempre casero, se vio obligado a sacarle la segunda amarilla al lateral izquierdo bético.

En un partido tan igualado aquello podía conducir al descarrilamiento. Estar un tiempo entero con diez no es lo más aconsejable, pero para este Betis tal vez sí lo sea, pues, como contra la Real Sociedad en los primeros partidos de Liga, lo condujo a retrasar las líneas sin rubor para proteger a Adán. Merino, que ya había hecho otro cambio con la entrada de Joaquín por Fabián, reaccionó rápido para tratar de equilibrar al equipo. Metió a Petros para que ejerciera como lateral izquierdo y dotara al equipo de ese otro fútbol tan necesario y sacó a Dani Ceballos para dejarle todo el medio centro a N'Diaye. Fue un acierto del entrenador bético, pues consiguió que los suyos fueran mucho más solidarios y que supieran cerrarle todos los espacios a un Granada que sólo asustó a Adán a través de un cabezazo de Barral.

El Betis se encerró atrás y apenas salió, es verdad, pero se hallaba a gusto con semejante disposición. Siempre cabía la posibilidad de que apareciera una oportunidad para marcar y si no llegaba tampoco era un mal resultado el empate a la vista de las circunstancias por la expulsión de Vargas. Además el mérito de defender bien era aún mayor si se tiene en cuenta que en el césped coincidían Rubén Castro, Musonda, Jorge Molina y Joaquín, los dos primeros muy cansados ya.

Pero el fútbol le tenía guardada una fiesta grande a los heliopolitanos y ésta se desataría en los diez últimos minutos. Bastó un saque de esquina perfectamente lanzado por Joaquín y cabeceado por N'Diaye. Uno a cero y con uno menos, casi nada, pero había que defender diez minutos más y el Betis lo hizo con una solvencia digna de elogio. Ni un solo susto a Adán, más bien todo lo contrario pues Joaquín pudo marcar antes de que Rubén Castro lo hiciera con un jugador de portero. El bético tenía motivos para estallar de gozo, los suyos dan un paso trascendental para la salvación por la sencilla razón de que supieron jugar al fútbol como éste lo demanda.

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