EL PALQUILLO
La Esperanza de Triana, según Manolo Cuervo

Quien con fuego juega...

Real Betis · Valladolid

Los malos presagios por el equipo que iba a salir se cumplieron y el Valladolid marcó la primera vez que tiró a puerta. En cada cambio, Nogués iba minando el talento del Betis

Oliveira y Rivas, desolados al término del encuentro que ha dado con el Betis en Segunda División.
Luis Carlos Peris

01 de junio 2009 - 06:50

Hacía falta un gol, un solo gol, y el Betis no fue capaz de hacerlo en una tarde para el peor de los recuerdos en más de un siglo de historia. Sólo un gol, por un gol se ha ido el Betis a Segunda, pero ¿es ésa la causa principal de que un equipo como el Betis se haya precipitado a los peores avernos que registra el fútbol? Más bien podría resumirse el desastre en que archisabido es que quien juega con fuego está condenado a quemarse algún día. Y el Betis lleva jugando con fuego durante tanto tiempo que una quemadura como ésta era previsible.

Hacía falta un gol y a los cinco minutos podía el Betis haber metido dos, pero Oliveira no es el que era y Sergio García se cruzaba con un portero muy vivo que evitó lo que parecía inevitable. Era un Betis que parecía haber tomado conciencia de una puñetera vez de que sólo faltaba un gol. Un gol menos en aquella tarde de Mallorca o uno más en la ominosa de Bilbao. Un gol, sólo un gol y se le da un año más el regate al descenso, pero ese gol iba a marcarlo el Valladolid en tiempo de descuento... porque el Betis se había ido al abordaje sin preocuparse de guarecerse algo atrás.

Al descanso gana el Valladolid, pero algunos resultados favorecen al Betis. Además, al poco de salir va a acertar Oliveira por única vez y, por supuesto, sin que fuese a servir de precedente. A los tres minutos vuelven las tablas al electrónico y Heliópolis estalla de júbilo. Cincuenta mil almas torciendo por una causa bajo un sol inmisericorde mientras que el máximo responsable de la entidad anda guarecido en su fortín.

El Betis quiere y sabe que sólo hace falta un gol, pero han sido tantas las veces, hace tantísimo tiempo que todo está a expensas de un gol que se teme lo peor, que los resultados que pueden influir en que haya catástrofe dejen de ser favorables. Y poco a poco, pasito a pasito, el Betis va bajando peldaño a peldaño sin prisas, pero sin una sola pausa. Empezó la tarde dos escalones por encima de la tragedia, dio un saltito con el gol del Racing, retornó con el de Granero y luego, con mucho temple, despacio, fue despeñándose por la ladera que da de lleno a la Segunda División.

Quedaba mucho partido y la esperanza sigue vistiendo de verde. Además, si sólo hacía falta un gol y tampoco el Valladolid es el Barcelona, pero... Desde el primer día que hablé con él no me pareció José María Nogués el entrenador que necesitaba el Betis. No sé, pero no terminaba de verlo en un puesto tan importante. Ayer me hubiese gustado saber por qué hizo las cosas que hizo, ¿por qué ese ataque tan desaforado en busca de un gol que no llega ni por casualidad?

Pasaban los minutos y, también poco a poco, Nogués iba dejando al equipo sin talento. Cuando nadie en el mundo hubiese dejado a Emana fuera de este Betis, Nogués no apeló a él hasta que sólo faltaban veinte minutos y en sustitución de Sergio García. Al poco quitaba al que más razonaba en el centro del campo en beneficio de Pavone, jugador del que nadie se acordaba que aún es del Betis. Y lo último fue quitar a Mark González, un futbolista que tiene gol. Y eso que lo que el Betis necesitaba no eran carreras sino un golito.

Puede argüirse que el Betis se estrelló en los palos en un tiro de Oliveira solo ante Asenjo y que un cabezazo de Juanito se fue al larguero poco después de que Goitom la reventase a las nubes solo ante Ricardo. Cuando faltan veinte minutos para el fin ya se sabe que todos están haciendo los deberes menos el Betis. Y, claro, el que no hace los deberes se va a hacer puñetas. Y los deberes no hay que dejarlos para el último día, ni apurar tantas fechas para el examen final.

Pero es el Betis que padecen los béticos, los innumerables aficionados que ayer se fueron a sus casas con ganas de morirse porque su equipo, el Real Betis Balompié, ni más ni menos que el todavía Real Betis Balompié se iba a Segunda División. Le pasaba lo peor que puede pasarle a un club de su prosapia, irse a Segunda. Qué pena de capital humano dilapidado, qué mal hay que hacer las cosas para que el final del ejercicio sea como ha sido.

Era Domingo de Pentecostés y a eso de las ocho y media de la tarde ya se sabía que el Betis había acumulado tal número de papeletas que el premio de esta rifa trágica iba a corresponderle. Ahora toca pedir responsabilidades y ojalá se saquen enseñanzas de esta catástrofe. Enseñanzas como que haya algunos personajes que no puedan acercarse a nada que sea Betis, aún Real Betis Balompié. Si califiqué el descenso anterior como ominoso, el de ahora llega repetidamente anunciado desde que el omnímodo semidueño que ejerce de dueño plenipotenciario decidió castigar a los béticos que lo insultaban con el terrible epíteto de pedir que bajase a meter un gol. Desde aquella noche del Anderlecht, los desafueros no han cesado y lo más extraño es que haya tardado cuatro años en producirse la catástrofe. Y ahora, ¿qué?

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