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El Sevilla pierde en la prórroga después de haber arrinconado a un Barça con 10 que sólo resurgió con la evitable expulsión de Banega.

Foto: A. Pizarro
J. Ollero

22 de mayo 2016 - 20:34

Perder nunca es agradable y para un equipo acostumbrado a ganar como este Sevilla contemporáneo la derrota en el Calderón ante el Barcelona no lo fue, pero no afea en absoluto la trayectoria de un club que llevaba casi 45 años sin perder una final en torneos de eliminatoria. Lo hizo dominando a un rival con un potencial superior y que aprovechó casi lo primero que tuvo para decantar la Copa a su favor. Nada que reprochar al Sevilla ni que objetar al Barcelona, que jugó con 10 casi 90 de los 120 minutos y, además, supo cómo hacerlo.

Sin la presión de ganar algo pero con la ilusión disparada, la duda estaba más en el Barcelona que en el Sevilla. Casi un mes después de su eliminación europea, el estado anímico del equipo azulgrana no parecía estar, ni de lejos, al nivel del de un Sevilla en órbita. Y se vio a un Sevilla convencido, muy metido y llevando el peso sin dejar huecos atrás, y a un Barcelona que no se comprometió con la pelota y que, con las circunstancias del partido, casi se olvidó de ella.

El Sevilla tuvo contra las cuerdas al Barcelona muchos minutos, en parte porque el equipo azulgrana no podía permitirse un partido físico y entregó el balón. Merodeaba el Sevilla con frecuencia la portería de Ter Stegen pero sin generar peligro real. De hecho, en toda la primera mitad la gran opción fue esa carrera de Gameiro en la que, agarrado por Mascherano, no pudo encarar al meta barcelonista. El Sevilla contra diez desde el minuto 37.

El Barça, ni eso. Porteros inéditos al descanso y mucho trabajo en la prórroga para Sergio Rico. Ter Stegen había pasado lo suyo, en particular con un tirazo de Banega al palo en el 50 y un centro-chut de Escudero que se envenenó hasta irse al poste contrario.

Luis Enrique había recompuesto la roja de Mascherano sacrificando a Rakitic y antes de la hora perdió por lesión a Luis Suárez, de manera que con Rafinha quedaba Messi arriba y los dos brasileños abiertos pero replegados. Al Sevilla, en el fondo, no terminó de favorecerle ni la roja ni la lesión, pues el Barça entregó el campo entero con todo el riesgo que eso suponía. Incluso, la entrada de Konoplyanka era una invitación al Barça a aguantar atrás y buscar la contra.

Y todo se complicó en una pérdida de Coke a raíz de la cual Banega trabó a Neymar siendo el último. Roja al cerebro sevillista al filo de la prórroga, cuando el Sevilla debía haber asegurado el balón o regalarlo, pero no arriesgar a dos minutos de enfilar otros 30 ante un rival en teoría más cansado.

Pero sólo en teoría. Cuando Messi encontró en largo a Jordi Alba y éste resolvió cruzando ante Sergio Rico sin que Vitolo pudiera llegar, se comprobó que el Barça tenía reserva. Corrió como si acabara de empezar y tuvo el balón más que en todo el tiempo reglamentario.

Descompuesto y sin su faro, el Sevilla se desesperó y Sergio Rico salvó hasta cuatro veces en la prórroga, con paradas sensacionales a Piqué, Alves, Busquets... hasta que Messi dejó solo a Neymar para sentenciar ya con el 120 cumplido y con nueve por roja a Carriço.

Quién sabe qué habría ocurrido de haber gestionado mejor el tramo final para llegar a la prórroga. Sin Banega el mando cambió de bando, el Barça ya no se vio amenazado y terminó decantando a su favor una final que se mantuvo siempre abierta y dio buena cuenta de lo que es el Sevilla: un rival a evitar.

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