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La Real Sociedad se sienta en el trono vasco (0-1)

Especial final de la Copa del Rey

El equipo donostiarra se impone en el Estadio de la Cartuja al Athletic de Bilbao en la esperada final gracias a su notable segunda mitad

El gol de Oyarzabal sirvió para tapar un sonrojante arbitraje tanto sobre el césped como en la sala VOR

Illarramendi recibe la Copa del Rey de manos de Felipe VI. / Antonio Pizarro

Título justo para la Real Sociedad para convertirse en el rey de la Copa y también, de paso, ocupar el trono del fútbol vasco. Un gol de Oyarzabal desde los once metros les bastó a los blanquiazules y, todo hay que decirlo, evitó que todo el balompié español sintiera un sonrojo profundo ante quienes toman las decisiones como jueces, tanto sobre el césped como en la tranquilidad de una silla delante de multitud de monitores. Porque si la actuación de Estrada Fernández, sobre todo a la hora de cambiar su decisión sobre la tarjeta roja a Íñigo Martínez ya rozaba la vergüenza ajena, qué se puede decir de Iglesias Villanueva desde la sala VOR.

En fin, afortunadamente para el fútbol en general, no tanto para el Athletic, lógicamente, el gol de Oyarzabal no fue igualado y ese escándalo, al menos, quedó tapado, sobre todo porque hasta Marcelino se echó las manos a la cabeza cuando Íñigo Martínez se ganó a pulso la segunda amarilla con un codazo a Oyarzabal en un salto cerca del área realista.

Pero no, esa controversia se irá al limbo con el resultado final y la Real quedará para la historia como la que conquistó la Copa con toda justicia gracias a un segundo periodo en el que supo jugar como se le presupone, es decir, con personalidad y buen gusto mucho más cerca de Unai Simón que de Álex Remiro. El Athletic, en cambio, transmitió que ha llegado con las baterías demasiado justas de energías, y dio su brazo a torcer no más se vio atosigado en su área tras el intermedio.

Sevilla iba a vestirse con rapidez el traje de perfecto anfitrión. ¿Una final entre los dos principales equipos vascos? Pues topicazo al canto y las nubes que habían amenazado durante todo el día y alguno más de la Semana Santa comenzaron a jarrear agua para que ningún elemento fuera extraño en esta final. Tras unos días con temperaturas en torno a los 30 grados, o más, el ecosistema se convertía en el ideal para que se midieran el Athletic Club y la Real Sociedad.

Faltaba, sin embargo, un elemento esencial para que todo fuera más de verdad. Esas gradas vacías del coliseo radicado en el término de Santiponce eran una losa para que el espectáculo fuera completo y ni siquiera los gritos de los suplentes de ambos equipos, que casi parecían ultras, conseguían darle el ambiente adecuado a aquello. Una pena, sin duda.

Pero después se trataba de que el balón echara a rodar y que, al menos, se viera un buen espectáculo futbolístico, para quienes, como es el caso, no torcía por ninguno de los contendientes, más allá de tener buenos amigos de uno y otro club.

En el trasvase de piezas de un lado para otro, la gloria fue para Álex Remiro mientras Íñigo Martínez estuvo en todas las acciones negativas

El juego, al menos en la primera mitad, iba a responder de manera perfecta al equilibrio que se presuponía entre dos escuadras que, cada una a su estilo, estaban en este mes de abril a un nivel bastante parecido. El Athletic, más ciclotímico, se hacía con el poder gracias a sus empellones, a su fútbol sencillo en busca de las espaldas del rival. Era todo más simple, más rústico, pero siempre con el mérito de tener el manual perfectamente aprendido.

La Real, mientras, gozaba del factor diferencial del litigio en el aspecto individual. Su nombre es David, se apellida Silva y siempre fue conocido futbolística como David Silva. Cuando el canario entraba en contacto con el balón, la manija pasaba a estar en poder de los donostiarras. Allí se abrían opciones para tocar y para que los bilbaínos tuvieran que perseguir las sombras del rival sin llegar jamás siquiera a hostigar al que recibía la pelota a pesar de la tenacidad en la presión. Después se apagaría.

Los jugadores realistas celebran el título en el césped del Estadio de la Cartuja. / Antonio Pizarro

Son las dos formas de entender el fútbol, aunque ninguna de ellas iba a servir para que el fiel de la balanza se dirigiera hacia un lado o hacia otro. Aquello demandaba una situación puntual, un error o un acierto para que todo se alborotara de manera definitiva. Llegaría tras el descanso. Antes, los defensas centrales de unos y otros van a estar más que acertados, particularmente Yeray e Íñigo Martínez en un par de intentos que se quedan en el uy por el acierto del zaguero. Después sería justo lo contrario.

En la otra portería, es precisamente Álex Remiro quien se encarga de abortar el primer aviso serio del Athletic. Un disparo con la derecha de Íñigo Martínez que se convierte en un buen susto para el guardameta. También hubo un intento de remate de Munian en un centro lateral, pero no pasó de ahí.

Así que todo quedaba pendiente de lo que aconteciera tras el intermedio y de las soluciones que pudieran manar desde los banquillos a la hora de rectificar situaciones y también meter peones más inesperados para alterar el discurrir de las cosas.

El control de la Real fue absoluto tras el descanso y el título fue más que merecido

Y lo que ocurrió fue un control absoluto por parte de la Real desde que en el minuto 47 ya se debiera decretar un penalti por manos dentro del área de Íñigo Martínez. Particularmente, no hubiera cobrado falta, pero Estrada lo hizo y fue dentro del área. Pero se inventaron lo contrario y la Real tuvo que remar más hasta un pase sublime de Mikel Merino a Portu. Íñigo Martínez llegó tarde, penalti y tarjeta roja, aunque después se quedara torticeramente en amarilla. La Real se puso por delante y después aguantó sin problemas.

El título viaja hasta San Sebastián, los donostiarras sonríen y los bilbaínos tendrán una segunda oportunidad. En la primera, fueron derrotados con toda justicia.

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