La faz que enorgullece (4-2)
El Sevilla supera al Villarreal de cabo a rabo y se lleva incluso el inesperado premio final del 'goal average'. Los blancos se sobrepusieron a múltiples inconvenientes para ganar.
La cara buena del Sevilla, la faz que enorgullece a los fieles de Nervión, compareció, una vez más, con el equipo de Unai Emery ejerciendo como local. Los blanquirrojos no sólo se impusieron al Villarreal, su máximo rival en la pelea por la cuarta plaza del torneo liguero, sino que lo hicieron con brillantez, buen fútbol, sabiduría y también con amor propio, las cuatro cualidades necesarias para que cualquier guiso balompédico sepa a las mil maravillas. Porque los sevillistas no tuvieron el aire de popa en ningún momento y debieron sobreponerse a múltiples adversidades, tales como las inoportunas lesiones de N'Zonzi y Konoplyanka, la expulsión de Banega e incluso los dos goles de Bakambu cuando más controlada tenían la situación.
Todos esos obstáculos fue encontrándose por el camino esa tropa de Emery que, como si fuera el dios Jano, tiene dos caras tan perfectamente definidas. Afortunadamente para los suyos, esta vez la cita estaba programada en el Sánchez-Pizjuán y, a día de hoy, ésa es la principal garantía de éxito. Lo es, entre otras cosas, porque el espíritu del equipo no tiene nada que ver con el que muestra cada vez que coge un avión y se encierra en búnkeres, léase hoteles, de medio mundo para rumiar no se sabe qué. El Sevilla, al calor de los suyos, se suelta y no piensa tanto en los fuegos que le pueden originar los rivales, sino que va con valentía en busca de cualquier reto que se le pueda proponer.
La de ayer es una fiel prueba de ello. Los nervionenses habían arrancado con un fútbol valiente, osado, ante ese Villarreal que es objetivo a perseguir. Lo hacían, además, con una receta ya conocida, es decir, con Iborra como segundo delantero muy cerquita de Gameiro con la intención de prolongar todos los balones que fueran posibles para que el francés los peleara y los ganara en una infinidad de ocasiones. Más o menos era lo mismo que Emery ya había propuesto en la ida de cierta eliminatoria de la Liga Europa en la que el Villarreal parecía poco más o menos el Barcelona de Messi, Luis Suárez y Neymar a los ojos de los analistas del fútbol nacional. Aquella noche, con Vitolo y Aleix Vidal ayudando a Gameiro a cazar las dejadas de Iborra, cierto es, el método no se pudo revelar como más certero y el entrenador vasco le ganó por K.O. a Marcelino.
Para qué alterar, pues, lo que tantas veces funcionó a partir de ahí. Emery volvió a recurrir al dúo formado por Iborra y Gameiro y trató de acompañarlo con Konoplyanka, muy acertado esta vez, y Krohn-Dehli. El Sevilla fue el rotundo dominador en el arranque del juego y ya debió ponerse por delante en un cabezazo franco de Gameiro a los 8 minutos. Después tendría otra más, aunque menos diáfana esta vez, hasta que Konoplyanka buscó a Gameiro, éste se fue en velocidad y se intercambió los roles para ser él quien le sirviera a Iborra el primer tanto de la tarde.
El Sevilla había hecho lo más complicado frente a este Villarreal que a veces se muestra tan pusilánime como su entrenador. Pero ahí falló algo en la maquinaria. La lesión de N'Zonzi les dejaba demasiada responsabilidad defensiva a Cristóforo y, sobre todo, a Banega. Esto fue aprovechado por los amarillos, que tuvieron una efectividad tremenda en las dos llegadas de Bakambu. Por medio, Gameiro había tenido otro testarazo con todo a favor para haber anotado el 2-1 en un córner y no acertó. ¿Se puede decir que en el descanso todo se reducía al acierto de los delanteros de ambos equipos? Probablemente, aunque con el discurrir del juego Gameiro se encargaría de voltear la situación sin necesidad siquiera de anotar ni un solo tanto.
El Sevilla pasó una fase de dudas, de no entender muy bien qué estaba pasando para que el Villarreal se fuera al intermedio con el marcador favorable, pero el anfitrión no se descompuso del todo y fue capaz de aguantar hasta ese descanso con la sensación de que nada estaba perdido. Emery, que rumiaba para sus adentros sobre las razones de lo que ocurría, seguro que insistió a los suyos para que siguieran en la misma línea. No había que alterar demasiado esta vez y el tiempo se encargaría de demostrar que ése era el camino.
Porque el Sevilla volvió a comerse al Villarreal en el arreón inicial del segundo periodo. Ya debió tenerlo todo más fácil si Velasco hubiera expulsado a Bonera por unas manos increíbles en un contragolpe. No lo hizo, pero al final dio igual, sólo les provocó algún sufrimiento innecesario a los sevillistas. No tardaron mucho en igualar las cosas con la ayuda de Víctor Ruiz, aunque la jugada iba a ser rematada por un delantero, y lo corroboraron con un golazo de Konoplyanka. Era el justo premio, pues también Iborra debió haber anotado entre ambos goles con un cabezazo picado que se marchó fuera por escasos centímetros.
El Sevilla era mucho mejor equipo que el Villarreal de Marcelino, aunque estaba claro que aún debería sufrir tras ponerse por delante. El padecimiento sería mayor aún cuando Velasco expulsaba a Banega prácticamente en la misma zona del campo en la que le había perdonado la segunda a Bonera. El reglamento se aplica cuando se quiere, está claro. Y es verdad que los amarillos tuvieron dos para empatar a través de Leo Baptistao y Bakambu, con Sergio Rico y Rami providenciales, pero hubiera sido tremendamente injusto. El Sevilla de casa, este Sevilla que no para de henchir el pecho de los suyos por el orgullo, había sido mucho más que el rival y hasta tendría el premio añadido de ganarle el goal average.
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