La esquizofrenia se traslada al césped (0-1)

Sevilla - celta · la crónica

El Sevilla cae ante el Celta víctima de un error de Beto y de las ideas de un entrenador que sólo ve el fútbol hacia arriba. Con Gameiro lesionado y Cristóforo tocado, los nervionenses acabaron el partido desquiciados.

Foto: A. Pizarro
Foto: A. Pizarro
Francisco José Ortega / Sevilla

02 de noviembre 2013 - 23:54

Derrota casera de un Sevilla en evidente descomposición por las ideas unidireccionales de su entrenador, Unai Emery. El cuadro nervionense perdió contra el Celta, y hasta ahí tampoco debería constituir un hecho de especial gravedad más allá de la lógica decepción que siempre supone dejar escapar los puntos del Sánchez-Pizjuán, pero lo peor es la sensación de esquizofrenia total que transmite el conjunto del técnico vasco en estos momentos. La locura en el juego es absoluta y la raíz se sitúa en ese afán de atacar por encima de cualquier planteamiento racional. Nadie se para en el césped en medir riesgos, en pensar, sólo pensar un instante para enfocar el fútbol por donde más le convenga al equipo sevillista. Y el resultado, como ya se ha comentado en otras ocasiones, es que hasta el portero, Beto, tiene en su cabeza como primera opción atacar en lugar de defender, y por ahí arrancaría todo.

Porque nadie puede sorprenderse del error cometido ayer por el guardameta portugués. No es la primera, ni la segunda, es la enésima vez que Beto trata de sacar el balón jugado por el centro de la zaga en una consigna clarísima que mana de las ideas futbolísticas de Unai Emery. Aunque tampoco es que sea el vasco el creador de esta línea de pensamiento, todo se genera en el Barcelona de Pep Guardiola y es evidente que Víctor Valdés también ha cometido algún error semejante que le ha costado graves disgustos. Pero a la hora de copiar los planteamientos ajenos se deben tener en cuenta siempre los inconvenientes de no tener a los mismos elementos en la globalidad del juego. Víctor Valdés le puede regalar un gol al adversario, pero tendrá a Messi, Iniesta, Xavi y compañía para subsanarlo y para anotar más tantos en el marcador que el que consiga su rival.

Pero con independencia de ese error de Beto, que tuvo una trascendencia enorme en el desarrollo del encuentro, el fallo tiene mucho más que ver con la generalidad de esta manera de ver el fútbol. El Sevilla quiere jugar como si fuera ese Barcelona. Un solo medio centro defensivo, defensas centrales que se abren para que la pelota salga por el eje y los laterales suban y se conviertan en centrocampistas, un montón de mediapuntas y delanteros. ¿Y quién se encarga de defender entre tanto jugón? Da igual, dirá Emery, si tenemos el balón es la mejor manera de protegerse. Más o menos lo mismo que pensarían Guardiola o Vilanova con su Barcelona, pero la diferencia no puede ser más evidente. Xavi, Iniesta, Messi, Busquets, etcétera, etcétera, no pierden la pelota jamás y, por tanto, no deben preocuparse en exceso por recuperarla. Lo hacían a través de una presión arriba que le devolvía la posesión con prontitud, entre otras cosas porque entonces el equipo tenía un nivel físico increíble. Surge otra pregunta, ¿quién es Xavi en este Sevilla?, ¿quién es Iniesta? y, sobre todo, ¿quién es Messi para garantizar un elevado porcentaje de goles cada vez que llega arriba?

No, este Sevilla, ni ningún otro equipo en el mundo, no es el Barcelona de Guardiola y, por tanto, cualquier intento de imitar esas ideas futbolísticas, aunque sólo sea parcialmente, está condenado al fracaso. El Sevilla que le han dado a Unai Emery tiene unas características concretas, pero el entrenador parece empeñado en no amoldarse a ellas. Él considera que se puede jugar con laterales ofensivos; un medio centro teóricamente de posición al que le gusta mucho más irse hacia arriba, como M'Bia; Rakitic en un papel cercano al de un superhombre; y cuatro delanteros por mucho que pretenda que Jairo y Vitolo echen una mano hacia atrás, cosa que rara vez consiguen con un mínimo de eficacia a pesar de su esfuerzo.

El resultado, ayer contra el Celta, hace una semana ante Osasuna, y en casi todos los partidos por unas causas o por otras, es un equipo que se rompe en torno al minuto 20. Más o menos es cuando los cuatro delanteros se quedan sin aire para volver hacia atrás y comienzan a pensar que si se desgastan en esa tarea después carecerán de aire en sus pulmones para ejercer el trabajo por el que les pagan, que es tratar de meter goles en la portería contraria. Y, claro, volvió a acontecer a pesar del pundonor de Vitolo por evitarlo. M'Bia cada vez tenía más metros desprotegidos a su alrededor y el Celta llegaba en manifestación hasta las cercanías del meta Beto.

Todo lo contrario que el Sevilla, pues lo paradójico es que con tanto arsenal ofensivo en el campo todo lo más que se pudo contabilizar en el primer periodo fue un disparo o dos a Yoel. Entonces Emery tomó la sublime decisión de meter en el campo a Cristóforo por Bacca, a un centrocampista de contención por un delantero con cero a cero en el marcador en casa.

En otras épocas el entrenador casi hubiera sido condenado al cadalso por la exigente afición sevillista por semejante permuta en el descanso, pero ahora hasta se producía un suspiro de alivio entre los asistentes al Sánchez-Pizjuán. Aunque el invento se iría pronto al traste con el regalo de Beto a Álex López. El Celta se había puesto por delante precisamente cuando Emery había apostado por tener más control.

Restaba mucho tiempo por delante, sin embargo, para tratar de arreglar la situación, pero el Sevilla se fue descomponiendo conforme se ordenaban las sustituciones desde el banquillo en un equipo que no había sido refrescado respecto al desastre del Bernabéu. El colmo sería cuando Gameiro se rompía otra vez apenas hecho el tercer cambio. El Sevilla, el Sevilla de Emery, fue un quiero y no puedo hasta el final, la viva imagen de la impotencia. Ni siquiera la doble ocasión de M'Bia y Vitolo mitiga esa impresión de ver a un equipo que ya raya en la locura.

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