España culmina su gran obra maestra al conquistar su cuarta Eurocopa (2-1)
España-Inglaterra | La crónica
La selección abrocha su portentosa actuación levantando el trofeo en Berlín para ser la primera con cuatro títulos en el palmarés
Nico Williams hizo el 1-0 al inicio de la segunda parte, Palmer empató en el minuto 72 y Oyarzabal provocó el júbilo de todo un país en el 87
El equipo de Luis de la Fuente hizo un torneo perfecto: siete victorias de siete, récord de goles en una edición (15) y siendo superior a todos sus rivales
Venció por el camino hasta la cima a cuatro campeonas del mundo, Italia, Alemania, Francia e Inglaterra
¡España, España, España y España! Cuatro veces inscrito su nombre en el palmarés de la Eurocopa. Lo que no han logrado Italia, Alemania, Francia ni por supuesto Inglaterra. Un gol de Oyarzabal en el minuto 87 premió a la selección, mejor decir equipo, que con más cariño trató la pelota en este campeonato para la posteridad. desde el primer partido hasta el último. Con un admirable ejercicio de fidelidad a unos principios. Con una verticalidad, vértigo, buen gusto, solidaridad, resiliencia y sobre todo unión asombrosos. España se siente hoy dichosa y orgullosa, rabiosamente orgullosa con quienes defendieron su camiseta roja y su escudo por toda Alemania. Fue perfecto. Siete victorias de siete. Quince goles, más que nadie en una Eurocopa. Y sin una tanda de penaltis. La selección de Luis de la Fuente culminó ante una digna pero inferior Inglaterra una gran obra maestra. Toca disfrutar. Y agasajar este lunes a los héroes, quizás con Carlitos Alcaraz sumado a la gran fiesta del deporte español.
Los ingleses lo vendieron caro. Carísimo. Cuando Southgate no tuvo más remedio que arriesgar, después de que Nico Williams acertara en la primera acometida tras el intermedio y los españoles hubieran perdonado varias llegadas, de nuevo sacaron su capacidad de supervivencia con un castañazo de uno de los suplentes, Cole Palmer, que rozó en un tobillo de Zubimendi para ponérsela imposible a Unai Simón.
Corría el minuto 72 cuando Inglaterra empató y la gran mayoría de las gradas del Olímpico de Berlín, pobladas de ingleses (la proporción era de cuatro a uno con los españoles) despertó para rugir. Pero esta España no se arruga por nada, no se amilana por los rugidos de 50.000 ingleses. Todo lo contrario. Zubimendi, que tuvo que entrar por el lesionado Rodri tras el descanso, entró como si nada en el engranaje para que nada se descompusiera. Y Oyarzabal, a pesar de fallar ante Pickford y propiciar el contragolpe que Saka afiló y Bellingham sirvió para el empate de Palmer, también persistió con fe y gallardía, peleándose con los poderosos centrales. Enganchó con la enésima incursión por dentro de Dani Olmo, abrió a la incorporación de Cucurella a la izquierda y el de la melena a lo Diego Velázquez dibujó una genial y endiablada línea por la que la pelota volvió a Oyarzabal en boca de gol. Había que estirar la pierna y llegar antes que Pickford y era gol. Y el vasco llegó. Y toda España estalló de júbilo al unísono convencida de que hubo mucha justicia poética en esa jugada preñada de calidad, otra más.
También hubo justicia poética en el último minuto del partido, cuando en un saque de esquina Rice martilleó con su frente la pelota, Unai la repelió, Ghéni volvió a cabecear y Dani Olmo la sacó bajo el larguero con su testa. Ahí, en ese gol salvado, murió el partido y nació un equipo (sí, equipazo) para la eternidad.
Y eso que Gareth Soutghate dio con la tecla en su planteamiento inicial. Tiró del proverbial clasicismo inglés y ordenó un partido a duelos. Defensas al hombre sin remilgos. La primera traba le llegó a Rodri en cuanto trató de hilvanar una jugada. Allá que se le echó encima Foden, quien se fijó en zonas interiores para esa misión defensiva y desplazó a la izquierda a Bellingham.
También Walker dejó de ser ese tercer central de los últimos partidos y retornó a la banda derecha para hostigar e intimidar a Nico Williams. En el lateral contrario, Luke Shaw empezó a darle la razón a su seleccionador al ganarle las dos acciones iniciales en que Lamine Yamal controló como los elegidos y áceleró.
Con esas ligaduras a tres de las grandes fuentes de juego españolas, los de rojo trataron de buscar alternativas, esa impagable virtud que tan bien había esgrimido en su camino triunfal hasta Berlín. Y Laporte volvió a asumir el protagonismo con la pelota desde atrás, con pases rasos de los que rompen líneas o arrancando en conducciones hasta el mediocampo inglés.
Dani Olmo y Fabián trataron de darle continuidad en zonas interiores a esas propuestas del central, pero los tres leones que lucen en el escudo inglés parecían campar por el balcón del área de Pickford. Imposible trazar una rauda triangulación como las de partidos anteriores para originar el fuego en el área contraria, con mucha gente a zona de remate. Nico lo intentó un par de veces, pero Rice acudió una vez de tantas veces en auxilio junto a la línea de fondo y luego fue Stones quien irrumpió al corte. Por el otro lado, Shaw hacía dudar a Lamine. Y por dentro, a Morata le faltaba físico para aguantar las embestidas del central y también finura cuando tuvo espacio y tiempo.
Flotaba en el aire que los ingleses habían impuesto su plan. Estaban cómodos enroscados como una serpiente y aguardando a salir rápido. De hecho, Walker creaba inquietud cuando se desdoblaba como un tren por la derecha, donde Cucurella agradecía que Nico le echara una mano ante el defensa del City más Saka.
Los pross sabían cómo cerrar y también cuándo podían morder, robar y salir. Así, Bellingham se la robó a Carvajal muy arriba y al bloquear el tiro de Kane, Rodri chocó con Laporte y se lesionó.
Tras el descanso no salió al campo el MVP del torneo y las señales no eran buenas. Pero Fabián adelantó a Carvajal, Lamine cortó por fin hacia dentro con magia y Nico cruzó abajo para el 1-0. Ahí empezaba a poner las cosas en su sitio España en su camino hacia una cima ignota: cuatro Eurocopas ya, lo que nadie. Y dibujando una preciosa obra maestra que se hará imborrable en la memoria.
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