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Planes culturales para el fin de semana en Sevilla capital

De cómo una derrota puede llegar a ser dulce (2-1)

Barcelona - Sevilla · la crónica

La fe de Emery lleva al Sevilla a competir en el Camp Nou, donde se adelantó y dejó una imagen que sube la moral de cara al miércoles.

Foto: EFE
Jesús Alba

24 de febrero 2013 - 00:00

Para dejar en entredicho a propios y extraños, el Sevilla completó una actuación convincente en el Camp Nou que no pudo ser culminada con un resultado positivo que mereció ante el todopoderoso Barça en algunas fases por juego y, en el cómputo global, ocasiones. Con el partido del año a la vuelta de la esquina, el sevillismo se fue anoche a la cama orgulloso de los suyos y con el dulzor de una derrota que nunca hizo menos daño en la moral de una afición que hace poco, antes de la llegada de Emery, afrontaba cada fin de semana embargado por la decepción.

Definitivamente, Emery ha devuelto la alegría por el fútbol a un grupo de futbolistas que juegan a otra cosa distinta a lo que hacían cuando el que movía los muñecos era Míchel, hace sólo un mes. Perdió en el Camp Nou el Sevilla porque entraba dentro de la lógica -y más con la esperada y casi demandada por la hinchada alineación de circunstancias que la semifinal del miércoles aconsejaba-, pero lo hizo con la cabeza alta, habiendo planteado un pulso de altura a los Messi, Iniesta, Daniel... y con protagonismo en un partido bonito para el espectador, con alternativas en el juego y en el marcador y que al final acabó decidido por la calidad individual en momentos puntuales de las estrellas culés.

Y todo eso gracias a la convicción de un hombre, Emery, que contra viento y marea se peleaba en Sevilla con los molinos que se empeñaban a mirar sólo a la Copa. El guipuzcoano, erre que erre, se empeñó en hacer competir a su equipo en el Camp Nou y no sólo lo consiguió, sino que, con la imagen que el Sevilla dio ante un superequipo que también tenía cosas en qué pensar, llenó hasta los topes las mochilas de los suyos de una ilusión y una autoestima quizá inesperadas y que nunca están de más de cara a la decisiva visita del Atlético, donde el club puede ver cómo la temporada se convierte de un plumazo en un ejercicio hasta de quitarse sombrero.

Emery presentó una propuesta de juego coherente, empezando por una alineación coherente, con sólo un par de piezas fuera de armonía. Sólo Babá por Negredo podía señalarse como un cambio descaradamente pensando en el miércoles. Si acaso la entrada de Manu, el futbolista que más desentonó y que agotó los noventa minutos en el campo, causaba de verdad estridencias en la idea de bloque sin pérdidas de posición y salidas que planteó el técnico bajo un valiente 4-4-2 en el que Rakitic se alineaba como otro delantero más. Con la premisa de no entrar al culé que tiene el balón, apelando un poco a lo que Marcelino planteó hace un año en la noche mágica de Javi Varas pero con muchísima más profundidad y sentido tras cada recuperación, el Sevilla vivió en la primera parte uno de sus ratos más cómodos en tan temido escenario. Sólo tuvo que cerrar los puños en una acción de Messi que rechazó Beto y, por contra, dejó pinceladas en ataque hasta que cantó bingo al filo de los 45 minutos en una jugada de estrategia con cambio de Rakitic a un Coke que cuajó uno de sus mejores partidos y que puso un centro medido a Botía, que premiaba todo lo bueno que hizo el Sevilla.

"¡Hombres de poca fe!", debía decir Emery para sus adentros recordando a cada sevillista que durante la semana le aconsejaban salir a jugar ante el Barça con todos los suplentes posibles y no malgastar ni una sola gota de sudor necesaria para meterse en la final de Copa. El 0-1 con que el Sevilla se iba al vestuario, sabiendo lo que le esperaba para después con el Barça herido en su orgullo, ya de por sí era una inyección de moral beneficiosa para el miércoles. No es lo mismo caer como ha acostumbrado este equipo en el Camp Nou en los últimos años que compitiendo y jugando de tú a tú.

Pero hasta en esa fase dura y difícil que nadie dudaba que se le iba a venir encima con el arreón del Barça, el Sevilla mantuvo su compostura hasta el punto de superar a su rival en ocasiones y hasta en sensaciones. En cuanto el equipo de Roura -o de Vilanova, si al final es lo mismo...- metió una velocidad más, mantener la posición por detrás del balón ya era más difícil y empezaron a aparecer los espacios. El Barça empató y remontó, pero el Sevilla no se iba a conformar con la imagen que había dado antes de que las estrellas locales se pusieran la pilas. La salida de Kondogbia sería providencial para que el once de Emery se asentara y le diera más sentido a cada salida al campo contrario. El rosario de ocasiones avalaba el acto de valentía de Emery. Rakitic en un pase de Navas, Negredo tras una jugada de cine entre Kondogbia y Rakitic, Alberto en una prolongación del palaciego... Hubiera sido endulzar más una noche inesperada. Y ahora sí: la Copa, sólo la Copa.

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