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Una derrota de narices

Sevilla - real madrid · el otro partido

El Sevilla y el sevillismo demuestran que Nervión nunca se rinde y que el final de 15 meses sin perder tuvo de llegar con dos goles en inferioridad.

Los dos protagonistas de la noche, Krychowiak, que salió tras el descanso con una máscara, y Cristiano Ronaldo.
Jesús Alba

03 de mayo 2015 - 05:02

Mucho se seguirá hablando, después de lo que ya ayer dio de sí la acción, de la decisión o decisiones que se tomaron en el banquillo sevillista en los diez minutos en los que los profesionales dedicados a ello estuvieron atendiendo a Krychowiak. Decisiones con muchos padres, pero de igual responsabilidad, que posiblemente propiciaron la primera derrota del Sevilla en quince meses ante su afición. Desde Emery al no decidirse a hacer el cambio, hasta el propio jugador al salir tan pronto a que lo asistieran, pasando por el médico -el hijo de Antonio Álvarez desde la marcha de Juanjo Jiménez a China- al no estimar correctamente el tiempo en que esa hemorragia iba a ser taponada... La suma de todos y la culpa de nadie provocaron tan lamentable situación, que tendría en el cómputo global de un partido clave una trascendencia capital. Nadie que no estuviera ahí abajo sabrá qué le dijo el médico al entrenador, ni el jugador al médico, ni el jugador al entrenador, ni qué dijeron o aconsejaron los asistentes que estaban al lado de unos y de otros. Simplemente pasó y sólo quedará analizar y ver qué errores se cometieron para que no vuelva a suceder en otro encuentro en el que el Sevilla se jugará tanto o más como lo hacía en éste.

Cristiano Ronaldo aprovechó el desajuste, tanto fuera como dentro del campo, para hacer saltar por los aires el récord de imbatibilidad del Ramón Sánchez-Pizjuán. Pero tuvo que ser contra diez jugadores. Un presupuesto de más de 500 millones contra otro de poco más de 60 y once contra diez. Lo que ocurrió luego era lo que todo el mundo esperaba. Otra vez la constatación de que este equipo y esta afición nunca se rinden. Como ante el Barcelona, la magia de Nervión volvió a pitar fuerte en los oídos de los madridistas, amedrentados ante tanto caudal de pundonor, fe, agallas, orgullo y vértigo. Todas las virtudes necesarias para haber convertido en una leyenda el rendimiento de este equipo que se ha tomado al pie de la letra el comienzo de una estrofa del himno de El Arrebato.

El estadio nervionense vivió otra fiesta muy similar a la de la visita del líder, pero la reacción esta vez fue incompleta, aunque la afición vibró con el animoso empuje de los suyos y aplaudió cada balón despejado al pelotazo por la defensa del Madrid. Una afición que, gracias a la energía que marca el equipo de Emery, ha hecho posible algo que ni los más viejos recuerdan: dos llenos absolutos en el Sánchez-Pizjuán con menos de veinte días entre uno y otro. Entre tanto sevillismo, un grupo que ha fundado en Suecia, la peña sevillista de Escandinavia.

Con razón todos los rivales, absolutamente todos, temen como una vara verde venir a este estadio. Con razón equipos como el Barcelona o el Real Madrid reservan a sus jugadores importantes y buscan la tarjeta amarilla dos jornadas antes para cumplir sanción y asegurarse de que no falten ante el Sevilla.

Éste es un equipo de hombres, que se deja el alma en el campo y lo que haga falta antes de entregarse a una derrota. El Real Madrid lo hizo después de que tras 15 meses nadie pudiera hacerlo. Aunque tuvo que ser una derrota de narices, las de Krychowiak.

La víctima preferida de Cristiano

Los mismos sevillistas que han visto por televisión esta semana el enfado de Cristiano Ronaldo porque Arbeloa empujaba un balón a gol cuando él esperaba anotar el tanto se indignaban anoche cuando el portugués, que traía al Sánchez-Pizjuán una sequía de siete partidos sin marcar, celebraba con tanta rabia los goles que firmó ante Sergio Rico. Cristiano se cebó con su víctima preferida, pues no en vano el Sevilla es el rival al que más goles ha marcado, con los tres de ayer un total de 21. Pero, es más, el siete madridista es el primer jugador de la historia de la Liga que anota 11 goles a domicilio en un mismo estadio: el Ramón Sánchez-Pizjuán. El sevillismo lo despidió con pitos. Y con razón.

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