La culpa no es de los comités

celta - sevilla · el otro partido

Las bajas en la medular no justifican el cambio táctico de Míchel, que desfiguró al Sevilla al colocar a dos arietes y prescindir de la banda izquierda. Llevar a Medel a Vigo transmitió poca confianza en los relevos.

Jesús Navas intenta arrebatar el balón a Roberto Lago.
Jesús Navas intenta arrebatar el balón a Roberto Lago.
Eduardo Florido / Sevilla

06 de octubre 2012 - 05:02

La baja de un solo jugador no puede desfigurar tanto a un equipo. La baja de tres, sí, ¿o no? La derrota con el Barcelona, en ese fortísimo pulso que llenó de orgullo al sevillismo, dejó demasiadas secuelas y Míchel terminó de rematar a su propio equipo al renunciar al sistema con el que había cantado eureka. El madrileño, desde la atalaya privilegiada de un palco al estar sancionado, quiso corregir el entuerto que él mismo había creado quitando en el descanso a Babá para meter a Reyes en su lugar, pero el mal persistió. La desfiguración del equipo estaba agarrada al húmedo césped de Balaídos y por un cambio de pieza no iba a transfigurarse el adefesio en un hermoso y nuevo lienzo. Sin Medel, Trochowski ni Rakitic, el Sevilla perdió y, además jamás transmitió la idea de que podía ganar, al contrario, cualquier accidente podía desenmascararlo, como sucedió.

La gestión de las ausencias en el Sevilla deparó por parte de Míchel un cúmulo de soluciones mal gestadas. En primer lugar, parecía que los relevos de Medel y Rakitic respondían a la lógica. Campaña haría las labores del croata y Kondogbia las del chileno. Pero no fue así. Míchel buscó varios imposibles al meter con cuña a Babá en el once inicial.

Un primer imposible fue que Kondogbia es demasiado joven para tener que atender, en su debut como titular, a varias tareas. A saber: presionar por delante de Maduro, como hacía Medel pero en el otro flanco, tapar la banda derecha rival, como hacía Trochowski, y ofrecer líneas de pase. Se perdió en mil batallas en tierra de nadie, a lo que también contribuyó su heterdoxa forma de atacar el balón.

Otro imposible fue que Campaña hiciese de Rakitic desde la posición de Medel, dado que se ubicó en la zona en la que juega el chileno, pero con la diferencia de que su virtud no es la de atosigar al rival, sino construir, tocar, combinar... El sevillano se encontró muchas veces con que el compañero más cercano estaba muy lejos, porque a Kondogbia aún le cuesta ofrecerse, y más si tenía que escorarse, y la mayoría de las veces optó por el juego en largo o cambiar la orientación, y casi siempre se encontró sin destinatario, ni en la vacía banda izquierda ni en los desmarques de los presuntos arietes.

Y el tercer y definitivo imposible fue que Babá y Negredo no se pisaran los terrenos. El senegalés es un futbolista dotado para el remate, para pisar área, no para actuar de enganche, justo en el sitio en el que venía actuando Rakitic. Donde el croata se mostraba y ofrecía para darle coherencia a todo el juego del equipo y hacer una verdadera labor de enganche, Babá jamás encontró el sitio, ni siquiera cuando Negredo quiso ocupar el páramo que había por delante de Fernando Navarro, quien, por otra parte, nunca destacó por ser un lateral de largo recorrido.

Pero los errores de partida de Míchel no sólo fueron tácticos. El madrileño estaba obligado a llevarse a Medel a Vigo por la decisión del club de agotar las vías administrativas de recurso. Si el partido no hubiese sido el viernes, sino el domingo, no habría viajado el chileno. Pero lo hizo y el técnico les transmitió así a los jóvenes sustitutos, Kondogbia y Campaña, poca confianza, inseguridad en si iban a jugar uno o los dos, desconcierto ante quién sería el elegido para actuar junto al chileno o con el chileno. Independientemente de los desafortunados designios de los comités, esto también fue una mala gestión. Ahora, con el parón, Míchel tiene tiempo para recomponer lo que él mismo ha desfigurado.

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