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Espanyol-Sevilla
Penúltimo partido liguero como forastero del curso y el Sevilla volvió a caer derrotado dando una penosa imagen en su visita a Cornellà-El Prat. Ya no es ni siquiera una sorpresa, el catálogo de desastres es amplio y variado y el equipo de Unai Emery se empeña en emborronar lejos del Ramón Sánchez-Pizjuán un ejercicio que sería casi inmaculado de no haber repetido hasta la saciedad el papel de saco de boxeo en casi todos los desplazamientos correspondientes a partidos de la Liga española. El encargado de beneficiarse de ello ayer fue el Espanyol, como antes le tocó al Sporting y a un montón de rivales que respiran aliviados cada vez que reciben la visita de este Sevilla que no se sabe a qué juega.
Porque la imagen del cuadro nervionense, apenas tres días después de plantear un partido de hombres en Lviv frente al Shakhtar Donetsk, sólo puede conducir a hacerse la pregunta de qué pretendían los hombres que eligió ayer Emery para defender el escudo sevillista. O, en su defecto, cuál era el plan trazado por el entrenador vasco, para que estos futbolistas trataran de ejecutarlo frente a un Espanyol que era una manojo de nervios y que sólo acabó con los tres puntos porque tenía enfrente a este Sevilla. José Antonio Camacho dijo en su día antes de que lo echaran de la entidad nervionense una frase lapidaria: "Este partido, con cualquier entrenador, lo habríamos ganado". Denle un poco la vuelta al aserto y pónganlo en los labios del aficionado más radical del Espanyol: "Este encuentro, con cualquier otro rival, lo habríamos perdido".
No erraría en su afirmación el seguidor blanquiazul, pero es que este Sevilla se empeña en resucitar a todos los adversarios con los que se va cruzando cuando se monta en un avión o en un tren. El catálogo es amplio y variado e incluye los típicos partidos, muchísimos, en los que arrancaba en el minuto 70 después de dejarse ir sin que pasara absolutamente nada; también hay alguno que otro en el que sí salió al ataque, pero después se empeñó en regalarle el empate a un rival suicida, como el Rayo; o el que se encuentra, literalmente, con un gol en el minuto 80 y es incapaz de defenderlo ni siquiera esos diez minutos, tal como sucediera frente al Getafe; incluso cuando ha ido de verdad a por el triunfo, se adelanta, le empatan pronto y cae derrotado en la prolongación con un gol en fuera de juego del rival después de desperdiciar un buen puñado de ocasiones para ganar, dicho sea por el anterior ante el Sporting.
Son múltiples y variados los caminos hacia el desastre y probablemente en esta cita frente al Espanyol pudiera ofrecer el Sevilla un compendio de todos los anteriores. Ni un solo disparo a puerta de verdad durante los 95 minutos que duró aquello; un solo centro medio digno al área, al que a punto estuvo de llegar Iborra, cuando estaban en el campo inicialmente dos delanteros que miden 1,95 metros y que si destacan por algo es precisamente por sus remates de cabeza; unas pocas de faltas de mediocampo hacia arriba, sobre todo en el primer periodo, en las que jamás buscaron los futbolistas que vestían de rojiblanco la opción de remate de esos dos puntas, a los que se unían Fazio, Kolodziejczak y Coke, que también van bien de cabeza; al contrario, todo eran gilitoques hacia atrás para acabar con un balón camino de ningún sitio; ni una sola asociación por las bandas después de la entrada de Konoplyanka, pues todo lo que salía del guion era algún cambio de juego hacia las internadas de Figueiras por la derecha...
Demasiado absurdo todo, como si no se hubiera preparado nada por parte de ese extenso cuerpo técnico en el que siempre se apuesta por el método científico en la búsqueda de la excelencia dentro de un juego en el que muchas veces nada se ajusta a lo previsto. Es verdad que Emery puede contar con la circunstancia eximente de que este choque contra el Espanyol llegaba emparedado por la trascendental eliminatoria contra el Shakhtar, pero tal vez ni siquiera ésa pueda ser una excusa al patético juego mostrado en Cornellà-El Prat.
Porque al césped del estadio del Espanyol saltaron 11 futbolistas que no habían participado inicialmente en la exigente cita de Lviv. Sólo Coke y Konoplyanka, que salió después, tuvieron una participación en Ucrania, el resto de los 14 hombres empleados no jugaron ni un solo minuto en la ida de las semifinales europeas. Por tanto, el cansancio, al menos el físico, no podía ser argüido, tal vez los futbolistas sí puedan agarrarse al síquico por tantas batallas unidas. Pero ni siquiera eso deberían hacer, pues era una buena oportunidad para que los Figueiras, Fazio, Cristóforo o Fernando Llorente pudieran reclamar un mayor protagonismo en esta recta final. No se incluye en esa relación a Sergio Rico, Kolodziejczak, Coke, Iborra y tampoco a los tres jóvenes del filial que estaban en la alineación inicial, aunque ninguno de ellos se librara del paupérrimo rendimiento mostrado por casi todos.
El Sevilla ni siquiera fue capaz de aprovechar que el Espanyol era un verdadero cadáver deportivo cuando se inició el encuentro, una máquina de fallar y de regalar el balón que, eso sí, se empleaba con fiereza a la hora de tratar de recuperarlo. Por ahí comenzó a crearle problemas a los nervionenses, por algunas pérdidas de Kolodziejczak cuando trataba de conectar con Cristóforo en las salidas. Pero parecía imposible que los blanquiazules marcaran un gol.
Todo varió tras el descanso, cuando Víctor Sánchez dio el primer aviso con un cabezazo al poste. Después la tuvo Fernando Llorente, pero evidenció que su estado de forma es pésimo y permitió que se le anticipara Rober Correa con todo a favor. Y a la tercera llegó el gol de Caicedo, con la pareja de centrales mirándose tras un disparo al poste de Asensio. Restaba un mundo, pero el Sevilla ni siquiera fue capaz de disparar a puerta en la enésima demostración del catálogo de malas prácticas como forastero. ¡Menos mal que al Sevilla le quedan la Liga Europa y la Copa, porque partidos así sólo pueden conducir a la condena generalizada!
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