Éste es el campeón de los campeones (1-3)

El Sevilla conquista su quinta Liga Europa, la tercera consecutiva, ante un Liverpool que tuvo que rendirle pleitesía. Los hombres de Emery se transformaron en la segunda mitad para remontar con un juego brillante.

Foto: Antonio Pizarro
Foto: Antonio Pizarro
Francisco José Ortega (Enviado Especial A Basilea)

19 de mayo 2016 - 05:02

El Sevilla volvió a demostrar en Basilea que es el campeón, el campeón de los campeones se podría decir también. Porque tal vez campeones haya muchos, tantos como dos todas las temporadas en Europa, pero como el club que defiende la fe balompédica radicada en Nervión no hay absolutamente ninguno. El cuadro sevillista fue capaz de conseguir su tercer título consecutivo en la Liga Europa, el quinto en el último decenio, y lo hizo como se presupone que lo hacen los más grandes, engullendo a un Liverpool al que tuvo que remontarle incluso después de un primer tiempo cargado de dudas. Pero ésa es la gran diferencia. El Sevilla nunca se rinde, tal y como establece la letra de su himno, siguió adelante, ajustó algunas de sus piezas y sencillamente se tragó al histórico equipo inglés.

Fue un triunfo rotundo del hoy sobre el ayer, de un Sevilla que maneja todos los resortes del fútbol cuando le da trascendencia a lo que tiene en juego sobre un Liverpool que administra presupuestos estratosféricos, que compra a todos los futbolistas que le da la gana a base de libras. Pero lo que no puede adquirir el dinero es ese intangible que defienden todos los que se enfundan la elástica blanca del Sevilla, esa pasión con la que defienden la camiseta y siguen adelante en pos de la gloria. Ahora lo llaman hambre en el argot futbolístico de la modernidad y sí, está claro que en ese aspecto nadie es capaz de tener la capacidad de engullir que tienen Unai Emery, José Castro y Monchi, como siempre pónganlo en el orden que cada uno prefiera, y sus hombres. Porque desde el mejor de los futbolistas hasta el último miembro del cuerpo técnico son capaces de tragarse a un león si hace falta para llevar más plata a las vitrinas del Sánchez-Pizjuán.

Está claro que la primera Liga Europa fue la más emotiva por lo que suponía, pero después de Eindhoven vendría Glasgow para repetir la gesta. Y más tarde llegaría Turín para que la siguiera Varsovia y ahora Basilea. Este Sevilla no hace distingos, las quiere a todas por igual y que no lo dude nadie, una vez que se ha metido en este carril amenaza con pelear por mucho más. De momento, ya tiene cinco, lo que no puede presumir ninguno, ni siquiera ese Liverpool que aspiraba a igualarle, y tres de ellas son consecutivas, algo que no ha hecho ningún club hasta ahora.

Hasta aquí todo el ornato de la gesta que supone conquistar tanta plata en tan escaso tiempo cuando la buscan también clubes de la entidad del Liverpool, pero conviene diseccionar también el partido de fútbol, que es de lo que se trata. El Sevilla tuvo arrestos para darle la vuelta a la tortilla del juego cuando parecía que estaba noqueado. Más o menos lo mismo que le pasó en Bilbao o en Lviv, donde la tropa de Emery lo pasó realmente mal durante un buen rato para después dictar una lección magistral de fútbol.

En el rápido césped de St. Jakob Park aconteció algo parecido. Aunque el Sevilla salió bien plantado en el campo, se fue diluyendo conforme se desajustaba una pieza fundamental. N'Zonzi no se parecía en nada al de los últimos tiempo y, tal vez por las órdenes que había recibido, limitó su fútbol a buscar la prolongación de los balones aéreos, muchos de ellos en una zona demasiado adelantada, lo que lo obligaba a recorrer muchos metros para atrás cuando el balón caía en poder del Liverpool. Era algo demasiado parecido al rol de Iborra con la diferencia de que el valenciano ya ejerce de delantero y se queda arriba mientras que el francés debe volver para colaborar con Krychowiak.

El Sevilla se encontraba con que uno de sus futbolistas más trascendentales se hallaba perdido y eso hacía gripar a la máquina entera. Sturridge lo aprovechó tras una pelota en la que Coutinho tuvo mucha ventaja para manejarla. El Liverpool había golpeado primero y hasta tuvo algunas opciones para repetir antes del intermedio. No lo hizo, sin embargo, y dejó viva a la fiera sin percatarse de lo que eso suponía.

El Sevilla salió del intermedio con las ideas más aclaradas, aunque ni siquiera necesitó que éstas se vieran reflejadas en el campo para golpear. Un balón peleado por Mariano, un túnel a Alberto Moreno y un centro preciso a Gameiro. Partido nuevo, empate pese a los sufrimientos del primer periodo. Y ahí apareció, una vez más, el gran Sevilla, esa escuadra sólida y capaz de jugar al fútbol como los mejores.

Vitolo comenzó a destrozar al Liverpool con regates de todo tipo y Banega ya tuvo clarividencia para conectar con Gameiro. Todo sucedía, además, con N'Zonzi en su sitio, algo más atrás. El Sevilla ya era la máquina precisa y letal que engulle al rival que tenga delante. Gameiro debió marcar el 1-2 apenas dos minutos después de la igualada y ya estaba claro que la copa se volvía a montar en el avión de los sevillistas.

Erró el francés otra clara en el área chica, pero tampoco importaba, restaba el momento de Coke. Sí, Coke, el lateral que ahora es extremo para que nadie bromee con el Mariano por Coke. Los dos fueron decisivos. El segundo tanto fue para ponerlo en la videoteca de los momento gloriosos. Vitolo haciendo caños y paredes con Banega y el autor postrero del gol y un disparo de Coke a pierna cambiada que lo hubiera firmado el mismísimo Messi con la zurda, eso sí. El Sevilla se había puesto por delante y ya iba en una marcha más hacia su quinto título. El goleador Coke le puso la guinda con un balón que le cayó procedente de un rival y la gloria estaba más cerca que nunca. Porque es eso lo que pueden disfrutar todos los sevillistas. El Liverpool rendía pleitesía al Sevilla, al campeón. Sí, no es una errata, el LIVERPOOL le rendía pleitesía al SEVILLA, el campeón de los campeones. Amén.

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