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Los béticos se ganan la sonrisa (3-5)

el derbi sevillano

El Betis se impone en un derbi aparentemente loco por la sencilla razón de que fue mejor en el global de los factores.

El Sevilla se hundió tras el descanso al quedarse sin fuerzas y sin equilibrio para defender.

Feddal remata en el segundo tanto bético. / Antonio Pizarro
Texto: Francisco José Ortega / Foto: Antonio Pizarro

06 de enero 2018 - 23:27

La afición del Betis tiene motivos de sobras para celebrar a lo grande su triunfo en el derbi número 127. Los verdiblancos acopiaron méritos para alzarse como triunfadores ante un Sevilla cercano a un estado esquizofrénico y el resultado no hizo otra cosa que premiar al equipo que fue mejor en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Tal vez el aficionado de fuera, el que no tuerza por ninguno de los dos máximos rivales del fútbol según Sevilla, pueda ponerle algún pero al desarrollo del litigio, evidentemente en el aspecto defensivo de ambos, pero lo cierto es que fue un choque trepidante, con ocho goles y con sendos tantos a los 22 segundos de comenzar y justo antes del pitido final de Gil Manzano.

¿Quién puede ofrecer un espectáculo más cargado de contenido? Es complicado, sin duda, y en ese vaivén del juego, en esa ida y vuelta en la que las defensas abrían los caminos de una forma u otra, fue el Betis el que resultó beneficiado por su eficacia ante Sergio Rico. Pero sería muy simplista limitar el análisis a ese acierto en la definición, entre otras cosas porque, además, el fútbol se fundamenta en eso, en marcar más goles que el adversario y el acta arbitral consignó que los visitantes habían anotado cinco por tres de los anfitriones.

A partir de ahí el análisis de lo acaecido debería estar marcado por ese golazo de Fabián a los 22 segundos de juego. Tal vez sería lo más lógico que así fuera, pero la realidad es bien distinta, pues los blanquirrojos no tardaron en igualar a través de Ben Yedder y dejaron sin mayor influencia ese tanto tan tempranero. El fútbol premió al Betis por la sencilla razón de que éste llegó infinitamente mejor preparado que el Sevilla, porque sus futbolistas estaban muchísimo más frescos en la fase en la que se definió todo. Eso se veía claramente en todos los balones despejados, a los que siempre llegaba uno de los verdes, por muy solitario que estuviera arriba, con posibilidad de volver a poner en juego al resto de sus compañeros. Más o menos de esa forma se generaron los dos goles de Durmisi y de Sergio León que supusieron un rejón de muerte para los blancos.

Los nervionenses, en cambio, lo limitaban todo al gran juego de Banega y a esas acciones a balón parado en las que sí sufrían de lo lindo los visitantes, pues la mayor parte del resto de las piezas era un puro desastre, sin físico, sin chispa, sin capacidad para volver a ayudar en las tareas defensivas y con un desastre táctico que se fue agudizando con el transcurrir de los minutos. Particularmente llamativo fue el fútbol de un Jesús Navas que raramente le echó una mano al juego global del equipo por mucho que desde la grada se señalara al papel del Mudo Vázquez después de tres errores concretos del argentino en los pases.

En el análisis desde el principio, el derbi ya avisó que venía cargado de locura en la primera acción del mismo. Una presión de Sergio León a Lenglet acabó en una buena combinación del Betis en la zona de tres cuartos para que Fabián enseñara, una vez más, su capacidad de desborde y su clase con el disparo combado. Estaba claro que aquello comenzaba movido después de que los entrenadores apostaran por Boudebouz y Franco Vázquez como elementos menos esperados en las alineaciones iniciales, ya que todo lo demás era mucho más previsible en las previas.

Un defensa bético cae ante Nolito. / Antonio Pizarro

El Sevilla, sin embargo, supo reaccionar en esa fase. Tenía aire en los pulmones para ir a presionar, recuperaba pronto la pelota y aprovechaba la debilidad en la defensa de las acciones de estrategia de los béticos para empatar muy pronto. La locura continuaba para solaz de quien veía el partido como un puro espectáculo, sin importarle nada, y cabe suponer que para desdicha de los entrenadores, aunque Quique Setién ya ha dicho muchas veces que prefiere cosas así.

El siguiente en golpear fue el Betis por la misma vía que lo volvería a hacer el Sevilla antes del intermedio, es decir, mediante cabezazos de dos de los defensas centrales para que las tablas estuvieran en el electrónico al final del primer acto. Entonces parecía que los locales venían emergiendo, pero fue justo lo contrario en la reanudación. El cuadro de Montella, sencillamente, se quedó sin aire en los pulmones, entre otras cosas porque N’Zonzi acusaba la inactividad y no se puede confeccionar una alineación como si se jugara al Comunio, con futbolistas bonitos y con nulo sacrificio hacia atrás.

Setién supo leerlo a la perfección en el descanso. Mandó a Guardado a la banda derecha para que le echara una mano a Francis, que estaba sufriendo en su labor de lateral tras sustituir al lesionado Barragán, y de paso aprovechaba las incorporaciones del mexicano en ataque ante la evidencia de que Nolito ya no corría para atrás jamás. Por ahí comenzó a hacerse fuerte un Betis que noqueó a su rival cuando éste era incapaz de llegar ya para recuperar la pelota. Así lo fue moviendo hasta que halló dos pases profundos hacia Durmisi y Sergio León.

En teoría, el duelo debía haber quedado resuelto con el 2-4, pero la debilidad del Betis en la defensa de faltas y córners es tan acusada que Lenglet llegó a ponerle algo de emoción al juego. El Sevilla volvía a estar a sólo una falta del empate, pero no llegó a conseguirlo pese al cabezazo de N’Zonzi al larguero. Con Sergio Rico buscando ya un remate a la desesperada, en el tiempo del pitido final, Tello se encargó de ponerle un lazo incluso al regalo que había recibido el bético en una festividad tan significativa. El Betis se había ganado la celebración, fue mejor y ganó después de mucho tiempo. Así que la sonrisa les pertenece a los suyos, por supuesto que sí.

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