Un aplauso desde las entrañas doloridas
La vuelta de Madrid a Sevilla, en el mismo AVE chárter que, el ya lejano sábado de ilusión y gozo, trasladó a la expedición sevillista quedó marcada por la forma en que los hinchas volvieron a arropar a los suyos antes de embarcar.
La noche fue corta. La oportunidad fue única. El aplauso sonó cansado. El equipo estaba roto. La afición sentía dolor. El orgullo está intacto. La vuelta de Madrid a Sevilla, en el mismo AVE chárter que, el ya lejano sábado de ilusión y gozo, trasladó a la expedición sevillista, dos trenes y 32 vagones, quedó marcada por la forma en que los hinchas volvieron a arropar a los suyos antes de embarcar. Mientras el grueso de la familia sevillista, unas 300 personas, esperaban su turno, llegaron los futbolistas buscando la zona VIP. El aplauso salió espontáneo, con la sordina de la agria derrota y con la armonía del honor incólume. Los héroes vencidos también tienen eternidad.
Este Héctor homérico que cayó en desigual batalla ante el inclemente Aquiles conservará la fama por los siglos de los siglos en la derrota igual que en la victoria. Alguien tendrá que transcribir, también al mármol de la leyenda, la tradición oral del denodado esfuerzo de un equipo que se dejó el último glóbulo rojo lleno de oxígeno en el césped del Vicente Calderón. Algunos, los más viejos, recordaban aquella otra final perdida en el Santiago Bernabéu ante el Real Madrid en 1962, con aquel penalti que Araquistain paró a Mateos... Con el tiempo, muchos de estos niños sevillistas que han atravesado el túnel de la derrota por primera vez recordarán esta final que perdió el Sevilla ante el Barça de Messi e Iniesta, tras haber sido campeón de la UEFA. En el AVE, Morfeo consoló a los caídos.
Mientras José Castro, móvil en ristre, seguía haciendo gestiones para los fastos de la celebración por el pentacampeonato de la Liga Europa, otros consejeros y miembros de la expedición hablaban al tiempo del pasado inmediato y del futuro de este equipo que se ganó ante el Liverpool el derecho a repetir en la Champions. Pero la oportunidad perdida ante el Barcelona no se cae de las cabezas.
Las conversaciones de los que mantenían fuerzas y ganas versaban todas sobre lo mismo. Coke, héroe de Basilea, lamentaba la ocasión histórica de haber vencido en cuatro días a dos gigantes del fútbol mundial. "Lo teníamos tan cerca...". Como en un feo guiño del destino, como en un aprendizaje inolvidable, el vallecano estuvo en el origen de la expulsión de Banega. Ay, aquel pase atrás por no querer arriesgar el balón... Memento mori. En la cafetería, Rafael Becerra, más conocido como Pichón, el utillero, dialoga con Miguel Ángel del Nido sobre aquel eslalon de Vitolo sobre la frontal del Barça en el que buscó el pase en lugar del disparo. O la ocasión en la que el canario, en una jugada de antología, le dio el pase de la muerte a Coke con el infortunio de que a éste le cayó a la izquierda. Otros recuerdan el disparo mordido de Krychowiak en la frontal, el duro chut al palo de Banega...
No hay consuelo en el rehurgar de la herida. Sí lo hay en el análisis sosegado de lo que ha logrado este equipo, pese a la nueva decepción de sus dos rutilantes estrellas, Konoplyanka y Llorente. Es hora de que la maquinaria de Monchi se ponga a funcionar de nuevo. Apenas un ratito de sueño en el AVE, tras tanta emoción y tanto esfuerzo, mental y físico, y de nuevo a pelear por hacer otro Sevilla competitivo, corrigiendo los errores y mejorando los aciertos. Habrá cambios en la familia, pero el espíritu de este grupo, de este vestuario, será el mismo. O mejor dicho: será mejor, porque estará enriquecido por la gloria de Basilea y también endurecido por la derrota de Madrid. Porque este Sevilla, otra vez, se ha ganado por derecho propio repetir en la Champions, con el aprendizaje de la dura experiencia pasada. Ahí debe hilar fino de nuevo Monchi para que su equipo, su Sevilla, siga creciendo; hay margen de mejora, como puso en evidencia que el Sevilla disputase dos finales en cuatro días con prácticamente el mismo once titular, en un esfuerzo ímprobo, qué mérito más grande... Ahí falló algo, y es tiempo para analizarlo. Ay, la oportunidad perdida por el pentacampeón, que tuvo en su mano ganar el décimo título en diez años. ¡Qué barbaridad! Era tan difícil y estuvo tan cerca...
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