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Diez años del BIG-BANG

Una década después, el gol de Puerta al Schalke se consagra en la memoria del sevillismo como la explosión que desencadenó el periodo de gloria que disfruta el club

Diez años del BIG-BANG
Texto E Ilustración: Juan Antonio Solís, Sevilla

27 de abril 2016 - 05:02

Lincoln. Fue el último jugador del Schalke 04 que tocó la pelota antes de que el sevillismo viera abolida una esclavitud que lo martirizaba durante décadas. Martí abrió un complicado balón al extremo derecho. Allí Jesús Navas lo controló con el pecho como pudo, hizo uno de sus miles tuya-mía con Daniel y colgó una pelota que cruzó la frontal del área. Por entonces, el oxígeno era oro molido. El cansancio sobre la hierba, viscoso. Dos veces botó la pelota y cuando asomó al vértice izquierdo del área alemana, apareció él. Antonio Puerta. Minuto 100, tenía que ser el cien... Las líneas de pase eran improbables, Poulsen sujetaba a Renato y Saviola y Daniel venían desde atrás, marcados también. Y Antonio lo vio nítido. Su cuerpo fue una lámina cuando golpeó. Todo el peso abajo y descargado en el empeine exterior de su zurda. Rafinha tapó tan bien que la pelota lo burló por detrás, lo sobrepasó con su comba diabólica. Rost se tiró tan bien que durante una centésima de segundo parecía que el cuero era suyo. Sus brazos llegaron al palo. Pero esa comba era puro veneno. Cuando los guantes quedaron atrás, aún cerró más su efecto hasta colarse en la red junto a la cepa izquierda. Gol. A los 100 minutos y 6 segundos. ¡Gooooool! "En aquel momento veía los partidos en la grada y me abracé a todos los que estaban a mi lado", recuerda Monchi, el muñidor del Sevilla campeón de esta década desde la parcela técnica. El estruendo de Nervión debió llegar a la misma Feria. No fue sólo el alarido de cuarentaitantos mil. Atronó el grito de los ausentes. Tal era el anhelo. La espera eterna. "Algunos gritaron gol antes de que la pelota entrara más por el deseo, porque parecía increíble que entrara como entró. Fue un soplo divino y de la afición. Esa parábola hasta la red fue por nuestro aliento". Pablo Blanco lo recuerda como si hubiera sido la Feria de hace unas semanas.

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Rememorar a Puerta siempre provoca un rictus amargo. Y más en quienes lo trataron desde que empezó a trotar, zanquilargo, en el potrero. Pero esa negrura de la pérdida acaba con la luz que no se apaga. Así lo ve el hombre que más sabe de cantera en el Sevilla. "La figura de Antonio está muy, muy presente en los chicos que se entrenan cada día. Su estatua les recuerda cada día lo que significó su ejemplo. Un chaval sevillista, que se crió cerca del estadio y que cumplió su sueño y, a su vez, el de todos. Su golpeo fue de manual, impecable. De empeine exterior a botepronto, ¡tac! Estaba escrito que él tenía que ser el protagonista esa noche".

En el momento del big-bang, José Castro aún no se sentaba en el sillón presidencial del palco. Y durante los segundos posteriores al gol, experimentó un placer indescriptible. O sí: "Fue casi un orgasmo. Deportivo, sí, pero un orgasmo. No lo puedo describir de otra manera. Esa noche era especial por todo, había una química en el ambiente nunca vista antes, y no podía acabar de otra manera".

Coincide Monchi con Castro: "Ahora en la distancia y con lo vivido posteriormente, sí puedo decir que hemos vivido más noches mágicas, pero en aquel momento, aquella noche fue única. Se percibía en el ambiente que era imposible que no llegáramos a la final. La comunión equipo-afición fue total y eso fue clave".

Efectivamente, esa noche no se pareció a ninguna otra. La repleta grada no podía estar más abigarrada: las banderas del centenario prendieron el fuego carmesí para dar la bienvenida a la tropa azul que asomó por la bocana. Bufandas ondeando, globos blancos y rojos, cintas, confeti, papelillos. Hasta farolillos. Y trajes de flamenca. Y de corto. Una cascada de pasión, sufrimiento y posterior delirio que fue a desembocar, con el billete para Eindhoven en el bolsillo, al real. Dónde si no. Esa madrugada, no pocos acabaron bailando por sevillanas sobre las barras de las casetas.

Castro jamás olvidará la cara de éxtasis del personal. "Fue una colosal liberación. Tengo grabado en mi memoria para siempre el gesto de muchos sevillistas en la Market Place de Eindhoven -el punto de encuentro de la afición antes de la final, ese 10 de mayo de 2006-, la gente reía y lloraba a la vez, no lo había visto antes".

Esa sensación de tocar la gloria con los mismos dedos fue el mejor estímulo para los actores principales de esa venturosa noche, los jugadores. Andrés Palop, mito del sevillismo y que hoy se abre paso como entrenador en el Alcoyano, de Segunda División B, recuerda una clave de aquel Sevilla de Juande Ramos que quizá no se ha resaltado lo suficiente: muchos eran grandes jugadores que, por los avatares, estaban sedientos de gloria. "Yo venía del Valencia sin jugar, Kanoute del Tottenham, Dragutinovic del Standard... Afrontamos esa semifinal con humildad y hambre, lo tomamos como la oportunidad de nuestras vidas". Palop llegó a ganar dos Ligas con el Valencia y estuvo en una final de Champions, pero siempre relegado a un papel casi testimonial ante Cañizares. Esa noche no. Esa noche era protagonista. Y de una película de aventuras de las buenas, con emoción y épica...

"El partido se nos hizo eterno. Y más tras el gol de Antonio. No caían los minutos, no caían... Aunque sabíamos que no se nos iba a escapar. Nuestro anhelo era tan extremo que era imposible. Faltaba Javi Navarro, pero la defensa hizo un trabajo fantástico esa noche -Aitor Ocio jugó, y bien, junto a Escudé en el eje-. Ellos eran más altos que nosotros, tenían a Bordon, Kuranyi... No podíamos estar bajo palos y había que ayudar en las salidas. En los choques ellos iban a todas, pero no nos arrugamos", revive el hombre que tan amargo recuerdo trae al rival ucraniano del Sevilla, mañana, en la semifinal europea. La quinta desde aquella de hace una década.

Y echando un vistazo a los logros desde el gol de Puerta, la pregunta es inevitable: ¿Tan decisivo fue o más temprano que tarde el Sevilla hubiera salido de la mediocridad que lo mortificaba gracias a esas bases ya puestas? Blanco reflexiona: "El fútbol son los momentos. Hay que aprovecharlos porque igual luego... Las bases estaban puestas, coincidió la estructura que dispuso José María del Nido con una buena plantilla, un buen técnico, pero si ese día acaba en decepción, quién sabe. La casualidad juega. Palop en Donetsk, Mbia en Valencia...". De hecho, Juande pudo ir a la calle unos meses antes si el Espanyol no se mete un gol en propia meta al final de su partido de Liga en Nervión. La vena fortuita del fútbol, del deporte, es como un oleoducto ucraniano.

Qué hubiera pasado si son los alemanes los que acaban de farra en la Feria esa noche pertenece al vasto mundo del fútbol-ficción. Lo real, lo tangible, es la plata de las cuatro Ligas Europa, de las dos Copas del Rey, de la Supercopa de Europa y la Supercopa de España. Un camino, el de la última década, en el que jugar finales y semifinales se ha convertido en un hábito por Nervión.

"Ese gol, esa eliminatoria marca un antes y un después en la historia reciente de nuestro club. Supuso romper un muro que ya duraba mucho tiempo. Sin lugar a dudas, ese gol nos cambió la vida", cierra Monchi.

Los niños y adolescentes sevillistas no conciben una temporada en la que su equipo no dispute competición europea o no aspire a alguna final. ¿Teme Castro que las expectativas se disparen por encima de las posibilidades? "Para eso estamos los mayores, para recordarles lo que hubo durante tantos años y que valoren el presente". El rector, el mismo que sintió lo más parecido a un orgasmo con ese big-bang que le cambió la vida al sevillismo hace diez años, se subió ayer a un avión rumbo a Ucrania. Hoy ya está en Lviv en busca de la quinta final de la Liga Europa.

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