Un alivio teñido de recelo
La victoria ante Osasuna permitió al Sevilla y a Míchel respirar, aunque no oculta los males de fondo en los que el equipo sigue reincidiendo. El técnico fue señalado por la grada.
Poner peros a una victoria puede considerarse algo quisquilloso, más aún cuando el triunfo llega en un caso de extrema necesidad, como el que el Sevilla presentaba la noche del sábado. Hablar a toro pasado siempre es muy sencillo, pero si el Sevilla no hubiera sumado los tres puntos en la fría noche de Reyes, el equipo se hubiera metido de lleno en la lucha por salvar la categoría, una pelea que ahora queda alejada a siete puntos.
Míchel salvó la cabeza el sábado, lo que no quiere decir que saliera reforzado. Todo lo contrario, puesto que por primera vez la grada lo señaló. Fue en el minuto 68, cuando decidió hacer un cambio ofensivo a priori, dando entrada a Perotti por Kondogbia. Ya fuera por desacuerdo por el cambio, puesto que el francés estaba realizando un muy buen partido y el argentino no ha demostrado aún nada esta temporada, o ya fuera por el nerviosismo que se instauró en una grada que ya empezaba a temerse lo peor, lo cierto es que el estadio entonó "¡Míchel, vete ya!". No fue mayoritario, ni atronador, porque con la entrada que registró Nervión ningún cántico se puede calificar así, pero sí es reseñable que una grada que se había olvidado de señalar a entrenadores tras las destituciones de Jiménez, Álvarez y Marcelino, y la no renovación de Manzano, mirase en esta ocasión al banquillo en lugar de al palco, que había sido el foco de las iras en las últimas fechas.
No quiere decir esto que Del Nido no escuchase los cánticos en contra de su persona y de su gestión que viene oyendo desde principios de temporada, pero parece que la grada empieza a asumir que, aunque el equipo no sea, ni de lejos, el mejor y el más competitivo que se podía haber conformado, sí se piensa que el entrenador debería sacar mayor partido de las fichas de las que dispone.
La raíz de esas críticas estriba en la ausencia de un patrón de juego definido. El Sevilla no se sabe si basa su juego en la posesión del balón, en la presión al rival, en el juego por bandas o en el contragolpe. Sobre el papel, si a cada sevillista le permitieran elegir la alineación para cada partido, lo más probable es que no fuera muy diferente a las que Míchel suele poner sobre el césped. Por tanto, el problema aparece porque las fichas del puzzle, preciosas una por una y "mejores que aproximadamente el 90% de las plantillas que están por encima", en palabras del director deportivo basadas en las ofertas que llegan a las oficinas de Nervión, no encajan unas con otras.
Y de esta forma suceden cosas como la primera parte de ayer, en la que el equipo no tira a puerta y el Osasuna asfixia al Sevilla a base de una presión ordenada. Algo que pasó en la primera parte ante el Valladolid, en San Sebastián, en la segunda mitad ante el Málaga... Además, el horno estaba anoche para la introducción de pocas piezas de pan, por lo que en el minuto 22, tras una serie de córners consecutivos a favor de Osasuna, la grada obsequió al equipo con una pitada que se repitió cuando Del Cerro Grande señalizó el final de la primera mitad.
Pero, por otra parte, este Sevilla sí muestra una alta dosis de amor propio. Al menos la mayoría de sus futbolistas tiran de orgullo cuando hace falta, y eso sí es mérito del entrenador. Así, con un Reyes inspirado y con un Rakitic que no se rindió a pesar de no tener su mejor noche, el Sevilla acabó encerrando a Osasuna y la suerte, esquiva tantas otras veces, apareció no sin merecimiento para que Spahic marcara el gol de la victoria y permitiera a Míchel quitarse la losa que tenía encima.
El Sevilla necesitaba ganar y lo hizo. Lo ideal hubiera sido que con otros medios, pero no fue así, por lo que el alivio viene envuelto en un recelo provocado porque nada parece haber cambiado. Con la racha negativa quebrada, ahora al Sevilla le toca demostrar en dos salidas consecutivas, a Valencia y Getafe, que con tranquilidad el equipo puede carburar. Pero hasta entonces, el alivio se mezcla con el recelo.
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