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Tribulaciones de un equipo hueco (1-0)

Levante-Sevilla

El Sevilla, con un centro del campo incapaz y pese a empezar y terminar el partido con ocasiones, se aleja más de su objetivo con otra demostración de su falta de empaque fuera de casa. El desastre empieza a estar servido.

Foto: EFE · LOF
Jesús Alba

30 de marzo 2013 - 23:46

Parece que se torna irremediable. El fracaso empieza a estar servido y da la sensación de que se acerca el momento de dar explicaciones, ya sea de lo hecho (de lo planificado) o ya sea de lo dicho, porque el Sevilla cada jornada que pasa se aleja más de su objetivo. O mejor dicho, cada dos jornadas, porque ese ganar en casa se llega a tornar como un embuste, como un maquillaje a una temporada nefasta, sin temor a calificarla como la peor de la era moderna, que es la era de José María del Nido como presidente y Monchi como arquitecto fútbolístico.

El Sevilla -seis meses sin ganar fuera de casa- volvió a ser ese equipo hueco, atribulado y sin alma que se deja manejar por el rival que lo reciba. Por cualquiera, ya sea chico, grande, ya quiera tener el balón o no tenerlo, como ocurre con el Levante.El Sevilla es un equipo hueco porque está vacío en el núcleo. Sin jugadores con personalidad ni alma en el centro del campo, se queda siempre a mitad de camino y es vulnerable a la primera embestida. Tiene corteza porque tiene llegada, en teoría gol con Negredo, tiene bandas... tiene ocasiones y anoche no dejó de tenerlas desde el principio hasta el final, pero no tiene núcleo. Ni ganando ni perdiendo. Ni para reaccionar ni para administrar una ventaja sin el empuje de su público. Nadie lleva el peso donde se gesta todo en el fútbol y eso le hace ir a remolque en todos los partidos. Por lo menos fuera.Emery lo intentó. Desde luego por él no va a quedar. Preparó la treta de cambiar de banda a Reyes y a Jesús Navas para buscar el factor sorpresa, pero éste es un factor que si no es aprovechado a tiempo se acaba diluyendo en cuanto el truco se descubre. La puesta en escena del Sevilla ante ante un rival que de partida nunca quiere el balón fue la de un equipo que parecía tener la posesión y que disfrutó de algunas ocasiones para, en frío, haber roto el encuentro. Llegaron con escasos cuatro minutos jugados y ambas por la banda (la falsa) de Jesús Navas. Pero la falta de decisión en los últimos metros privó a los blancos de tomar ventaja en el marcador y confianza en el interior de unos jugadores tremendamente frágiles mentalmente. Reyes en un remate inocente en el primer balón al área de Navas tras una gran prolongación de Alberto Moreno y luego Negredo en un remate que evitó una mano de Munúa pudieron haber puesto el partido con un signo muy diferente al que adquiriría después, pero no golpear en esos momentos decisivos ya dejaba intuir a los aficionados sevillistas que saben de qué va esto que la noche podía cerrarse una vez más en la enésima decepción.Porque esa posesión de la que disfrutaba el Sevilla en los primeros compases ni era limpia ni iba a durar más allá de los quince minutos, dieciocho siendo generosos. Y no era limpia la posesión porque Kondogbia y Maduro, con una preocupante desgana por parte del francés, iban a ir sembrando el centro del campo de pérdidas peligrosísimas con las que se movía como pez en el agua un Levante que disfruta a la contra.

El partido se iba convirtiendo en una especie de pestiño, con un equipo que no quería la pelota y otro que no sabía qué hacer con ella. El Levante, aprovechando cada gesto del feble centro del campo sevillista, celebraba cada regalo y se le iba subiendo a las barbas. Iborra remató en las narices de Kondogbia un córner que no fue el primer gol porque lo evitó Beto, que es verdad que luego pudo hacer más en el balón que le clavó Rubén, que tuvo que hacer muy poco para andar más listo que Maduro en una comprometida entrega de Fazio para avanzar unos metros y lanzar un zapatazo desde fuera del área que debió dolerle a Monchi tanto o más que uno que Mariano Suárez, ahora entrenador de Coria, le recetó en el Sánchez-Pizjuán con la camiseta del Isla Cristina.

Se cumplía un guión que, por repetido, resulta familiar entre los que sufren con estas cosas de su equipo. Y más si, encima, el partido se iba desarrollando entre el rosario de ocasiones que se iban yendo al limbo. De Fazio en un remate tonto cuando ni se esperaba que podía chutar, en otro cabezazo de Negredo que sacaba Munúa antes del descanso y, tras el paso por casetas, aún más.Emery desandó lo andado sentando a los dos hombres más desafortunados de la noche, Maduro y Kondogbia, confiando en los escasos comodines que tenía en la baraja, aunque calificar siquiera de comodín a Babá es hasta arriesgado. No logró ponerse con el balón de cara a Munúa, que sí tendría que emplearse a fondo a tiros de Rakitic, de Reyes y de Negredo, que acabaría siendo el triste protagonista de la noche al tener en sus botas -las dos, la izquierda y la derecha- el tanto del empate en sendos remates casi a puerta vacía cuando el desastre ya casi se consumaba.

Lo que queda por consumarse es la eliminación definitiva, el temido Game Over que a cada paso de jornada (o de dos) el sevillismo ve más irremediable. Las distancias se hacen más y más grandes, como la oquedad del núcleo de este equipo pésimamente parido.

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