La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
El tiempo pasa y la vida sigue, pero olvidar es complicado. Más aún cuando el calendario alcanza el 17 de abril. En 2011 el Cajasol se quedó a un paso de lograr su mayor hito y levantar por fin su primer título. Treviso, Benetton, Eurocup, Popovic o inolvidable son palabras que los protagonistas de aquella hazaña repiten ahora, tres años después de una experiencia única para ellos y los cerca de 300 aficionados que se desplazaron a la ciudad italiana para escribir una página más en la historia de la entidad. Cada uno, con su pequeña historia y vivencia que hizo de aquella cita algo mágico que merece la pena recordar.
Todo empezó mucho antes. En un largo y duro camino con gestas por medio como ganar en Jerusalén. "Ahí empezamos a creer en nuestras opciones. Fue un punto de inflexión", apunta Diego Ocampo, técnico ayudante, en la misma línea que Juan Llaneza, director deportivo: "Recuerdo que fue una excelente competición superando momentos difíciles como ante el Hapoel".
El club, a sabiendas de que disputar una Final Four era ya una hazaña, quiso hacer partícipe a los seguidores y fletó un avión para el equipo, los directivos, empleados, periodistas y aficionados. El boeing 759 Milagros Díaz, el mismo que trajo a la selección española de fútbol tras conquistar la Eurocopa de 2008, rotulado con el nombre de la entidad trasladó a todos hasta el aeropuerto Antonio Cánova, donde un gran cartel publicitario de la marca Benetton fue lo primero que se encontraron. "Ya nos avisaban de dónde estábamos", recuerda Kirksay, que no dejó que nadie se bajara del avión sin una cinta para la cabeza de las suyas: "Repartí más de 200. Quería mostrar de esa forma mi agradecimiento a todos por apoyarnos". "Era como llevar nuestra pequeña familia a Italia para enfrentarse con el mundo", señala Paul Davis.
Y el apoyo nunca faltó. Al contrario, se dejó sentir desde el primer momento en el espectacular y coqueto Palaverde, en el que la hinchada cajista, pese a estar en inferioridad frente a los miles de italianos, jamás se arrugó. "En la pista sentías el intercambio de gritos de un lado a otro. Los cajistas se hermanaron con los del Cedevita y se igualó un poco. El ambiente era increíble", rememora Urtasun, para quien, "una vez jugados más años en Europa, te das cuentas de que se hizo algo realmente grande". En la misma línea se expresa Javier Carrasco, para quien "la afición tuvo un papel decisivo en esta aventura creando un ambiente inolvidable". Ocampo coincide en esto: "El cariño que recibimos, tanto en el viaje de ida como, sobre todo, en el de vuelta, fue brutal", destaca el gallego, que tras llegar a primera hora de la mañana a Sevilla se fue "a Madrid sin dormir para un entrenamiento con la sub 16". "Al menos logramos el bronce europeo ese verano", añade.
Y es que todo estaba en contra: jugar primero contra el anfitrión, que un mes antes había barrido al Cajasol no ayudaba: "La derrota en la fase previa nos ayudó a preparar esa semifinal y recuerdo cómo un chico como Satoransky (entonces con 19 años) tuvo que asumir galones de titular por la lesión de Calloway", indica Joan Plaza. El checo lo bordó.
Tras el triunfo, fiesta en la grada y en el vestuario. "Fue increíble, todos saltando y bailando. Algún directivo salió duchado", indica Kirksay. "Después de cada gran partido uno de los entrenadores se iba a la ducha con la ropa y las zapatillas. Cuando ganamos a la Benetton fue turno de Zan Tabak, que se metió solito en la ducha", recuerda Ivanov. Pero alguien entonces dio un toque de atención: "Bullock echó a todo el que era ajeno al equipo del vestuario. Estaba serio y dijo que no había nada que celebrar hasta ganar la final. Hizo que todos nos diéramos cuenta de que el trabajo estaba hecho a la mitad", recuerda Curro Ramos, mucho más que un responsable del material.
Tras un duro encuentro de semifinales tocaba descansar. El que pudiera. "A las 02:00 de la madrugada estaba dando un paseo. Era imposible coger el sueño", señala el delegado, José Alfonso Fernández, que en la maleta había echado "hasta una impresora por si los técnicos necesitaban algún papel". Al día siguiente, Domingo de Ramos, "sería la primera vez desde los nueve años que no haría la estación de penitencia con mi hermandad de El Cautivo de Dos Hermanas; la ocasión lo merecía", afirma.
Tampoco concilió el sueño Calloway, que se tomó "más pastillas ese día" que en toda su carrera. "Vi en directo cómo le infiltraban, incluso en el descanso de uno de los partidos, y el dolor que estaba padeciendo. Su compromiso está fuera de los límites normales", recuerda Ocampo. También lo destaca Rafa Puerto, preparador físico, a quien le parece "increíble lo que hizo por jugar". El sevillano no olvida "la mezcla de emociones de aquellos días y la ilusión de la gente". "Mi mujer fue a Treviso estando embarazada. Ahora, los tres queremos volver".
Y es que a las molestias que arrastraba en la planta del pie derecho del choque de Dnipropetrovsk se unió una luxación en el hombro derecho sufrida ante la Benetton, pero el base quería estar en la final. Muchos lo vieron "llorar de dolor e impotencia" en su habitación, pero aun así jugó frente al Unics Kazan: "A menudo recuerdo ese partido y me dan ganas de volver atrás para tener otra oportunidad, jugando recuperado", exclama Calloway, que añade: "Fue muy especial formar parte de ese momento. Es para sentirse orgulloso. Llegamos muy lejos".
Llegó la hora de la final. El momento de la verdad y Plaza motivaba a los suyos de cualquier manera. "Nunca olvidaré sus palabras. Nos preguntó si sabíamos qué significa jugar un final. Pocos de nosotros lo habían hecho hasta ese momento y él nos dijo que disputar un final es la mejor sensación para un profesional. Después de tres años empiezo a entender qué quería decir con esa pregunta. Jugar por algo, por ser el mejor en algo, es lo mejor que puede vivir un deportista. Quizá en ese instante no entendí completamente el significado. Ojalá tenga otra oportunidad", afirma Ivanov.
Pero el Unics, una pléyade de estrellas, no dio opción. "Todos sus jugadores importantes estuvieron bien. No es lo normal. Es ventajista ahora, pero con un día de descanso se hubiera visto otro partido", indica Llaneza. Liday, McCarty, Lampe, Popovic... Ninguno falló en el Palaverde de Treviso. "Popovic me reconoció en Kaunas que temían, sobre todo, un primer cruce contra nosotros en las semifinales. Siempre creí que si en vez de jugar la final en menos de 24 horas lo hubiéramos hecho 48 horas después o una semana, todo sería distinto", dice Plaza.
Derrota inapelable (92-77), pese a que el Cajasol llegó a ponerse a siete puntos mediado el tercer cuarto (55-48) con una defensa presionante a toda cancha. Subcampeón de la Eurocup 2011, algo que en ese momento sabía a poco porque muchos tenían la sensación de que se podría haber hecho algo grande. "Sorprendía ver jugadores de amplia experiencia como Kirksay, físicamente enormes como Davis o jóvenes como Satoransky derrumbados por la derrota final", recuerda Plaza. "Éramos capaces de ganarles, pero algunos de nosotros no tuvimos un buen partido, incluyéndome a mí", asume Davis. Urtasun tiene "grabada la imagen de Tariq (Kirksay) llorando cuando le dieron la Copa de campeón al Unics y la sensación de ver al Kazan levantando la Copa; me juré a mí mismo no volverla a sentir", y el alero francés, que asegura que "las palabras que Tabak me dijo en ese momento se quedan para nosotros" tras "el partido más importante" de su vida, jamás se le quitará una espinita: "¿Quién sabe dónde estaríamos hoy de haber ganado ese día? Todo hubiese cambiado". Tres años después de rozar el mayor hito en la historia del club, la hazaña sigue muy viva para los subcampeones.
Los jugadores cajistas, desolados, miran cómo el Unics recibe el trofeo de campeón.
La afición hispalense apoya a su equipo en el Palaverde, durante el choque con la Benetton.
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