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LIGA EUROPA · EL REPORTAJE
Sones aflamencados en la ribera del Vístula. Los de la cantante India Martínez, interpretando el himno del centenario en la Fan Zone, en la calle Francuska, al sur del estadio. Allí, Pepe Castro evidenció que también coge tono para arengar. Mucho mejor su capacidad para enaltecer a la masa que en Turín. Fue pasada la una y media: "Esta Copa la vamos a ganar otra vez, ¡sí, otra vez!".
Antoñito contribuía a caldear el ambiente con su capacidad para tocar la fibra. Los más de cincuenta aviones que estaba previsto que volaran desde la capital andaluza fueron tomando tierra sin remisión en el aeropuerto Frederic Chopin desde primera hora de la mañana. Y en una jornada más tibia que las precedentes, nublada pero sin la amenaza de la lluvia, las bufandas, banderas y camisetas en rojo, sobre todo rojo, y blanco se fueron enseñoreando de la zona más noble de Varsovia.
La Ciudad Vieja fue el punto de partida. Y la capilaridad hizo el resto: las callejuelas se fueron tiñendo de colorido, sevillista y también del blanco y azul del Dnipro, todo hay que decirlo. Pero de buen rollo. Ni un conato de discordia en un paisaje distinguido, trufado de palaciones y jardines. Piques sanos en la puerta del Castillo Real, en la zona del Gueto judío. Algún que otro aficionado sevillista cambia su semblante y abandona su sonrisa de gozo: salpicado entre edificios reconstruidos, a veces aparece una fachada de piedra gris agujereada por la metralla. Vestigios de la terrible guerra y del despiadado bombardeo nazi del 44, que arrasó con el 90% de la ciudad. Esa piedra herida es el testimonio de la barbarie y lo polacos se lo muestran al mundo para que la conciencia sea global.
Pero esos momentos de gravedad se camuflan entre la fiesta. La plaza donde se encuentra la estatua de la Sirena Varsoviana se puebla de aficionados de uno y otro equipo sin remisión cuando es mediodía. Suenan cánticos de una y otra parte. Y los lugareños tratan de hacer el agosto con todo tipo de tenderetes.
Uno de esos puestos, en la puerta del Castillo Real, llama la atención con el himno de España a toda pastilla. Es la versión antigua, la cantada, de resonancias ya pretéritas. Grupos de sevillistas se arraciman en torno a él divertidos. Aparece entonces Juan Ignacio Zoido, acompañado de su esposa. También pulula por la zona Juan Espadas con el número 3 de la candidatura a la Alcaldía por el PSOE, Antonio Muñoz. Este último dúo hace campaña aún: bufanda del Sevilla al cuello. El futuro del Consistorio se cocía a 3.500 kilómetros de la capital hispalense.
Muchos sevillistas prefirieron en esta ocasión disfrutar de la Varsovia auténtica a concentrarse en la Fan Zone nada más llegar. Por la avenida Novy Swyat, los grupos de aficionados ansiosos, de todas las edades, fueron tomando las numerosas cervecerías cuan do tenían la fortuna de cambiar euros por zlotys, lo que no fue fácil. A diferencia de Eindhoven, Glasgow o Turín, la Fan Zone de Varsovia no estaba enclavada en el núcleo histórico. A media hora a pie de ese centro estaba el estadio: una distancia prudente.
Ya en el imponente Estadio Nacional, esta vez con su toldo replegado y el techo descubierto, 8.000 sevillistas empezaron a ganar la final antes de que el partido arrancara. Los cánticos fueron más y mejores del gol sur, la parte roja. A las 19:25, saltan a la hierba Emery, Monchi y Castro y la llama se prende sin remisión.
Impresionante el himno del Centenario, esta vez sonando con el balón ya en juego.
Pronto llegaron las malas noticias con ese gol en contra a los 7 minutos. Nunca había estado el sevillismo por detrás en una final de UEFA o de Copa del Rey... Nuevo escenario.
Otro reto para el campeón. Otra prueba de fe inquebrantable para una afición que no se cansa de gozar. Hace nueve años el Sevilla se instaló en el nirvana con aquella goleada al Boro y hoy es un ilustre de Europa. Con una afición a la altura. Gozo eterno.
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