Siempre Miki Roqué

El central bético fallece en Barcelona tras reproducírsele hace meses el tumor en la pelvis que lo alejó del fútbol hace año y medio.

Siempre Miki Roqué
Siempre Miki Roqué
Javier Mérida / Sevilla

24 de junio 2012 - 20:59

El beticismo llora la muerte de uno de los suyos. Como no podía ser de otra manera en la digitalizada época en que vivimos, la noticia se hizo paso abruptamente a través de las redes sociales. Siempre con alguna reserva, sobre las ocho y media de la tarde a los móviles del todo el mundo se asomaban los primeros tuits: "Miki Roqué ha muerto". Una media hora después, profesionales del Betis, de forma extraoficial, confirmaban la mala nueva. El alcalde de su localidad natal, Tremp (Lérida), era el primero en dar carácter de oficial al fallecimiento del defensa verdiblanco.

El cáncer se llevó para siempre a un chaval de 23 años que si algo hizo en sus últimos dieciséis meses de vida fue luchar denodadamente contra la terrible enfermedad, que descubrió tras llevar un tiempo notando unas desagradables molestias en la zona pélvica. Este domingo, dos semanas antes de cumplir los 24 años, se vio doblegado por aquel tumor que le fue diagnosticado en las vísperas de un partido. Era sábado. El Betis se medía a Las Palmas en Heliópolis al día siguiente y aquel 5 de marzo de 2011 el emergente central trempolín, ataviado con un jersey gris y un foulard del mismo color, comparecía en la sala de prensa del estadio para dar un mensaje que jamás hubiera querido dar. Han pasado dieciséis meses, pero los béticos lo recuerdan como si fuese ayer mismo. A su derecha estaba sentado Rafael Gordillo, a la sazón presidente de la entidad; a su izquierda, y con el gesto más serio de la comparecencia, su entrenador, Pepe Mel. También se hallaba presente Tomás Calero, el jefe de los servicios médicos. "Ha sido él el que nos ha dado tranquilidad y nos ha animado a todos cuando nos lo dijo ayer en el vestuario", declaró el técnico.

Así fue. La lección de madurez de este hombre inconsciente de la que se le venía encima fue soberbia y enternecedora. Su mensaje de valentía, trufado con unas lágrimas que nadie pudo evitar, sonó a la vez frío en aquella sala que ejerció de altavoz del mal augurio. "Para mí se acaba la temporada. Me han encontrado un tumor, pero los médicos son optimistas".

Calero lo sospechaba unos días antes y ya en Ponferrada, donde el Betis había jugado en el jueves anterior, se le pudo ver con el semblante taciturno sin saberse entonces a qué obedecía. El médico no se lo dijo a nadie, hasta que de regreso a Sevilla se lo confirmó a Mel y a los dirigentes.

Luego, al mensaje de Miki, le sucedió una cascada de apoyo similar a la que este domingo se desató de condolencia y pesar. La movilización del mundo del fútbol, que este domingo volvió a demostrar su generosidad sin límites y su magna capacidad de maniobra, no se hizo esperar. El futbolista procedía de una familia humilde y los costes de su intervención quirúrgica y del tratamiento, en el hospital Dexeus de Barcelona -el mismo que este domingo secuestró su último hálito de vida-, iban a correr a cargo del club. El beticismo anilló sus muñecas con pulseras verdes y la leyenda, en blanco: Miki Roqué 26. Puyol, amigo suyo, le brindó la casa de su novia en Barcelona. El club azulgrana lo acogería luego en sus instalaciones para completar su recuperación...

Aunque quizá el jugador recelara sobre la posibilidad de volver a jugar al fútbol, hizo de ello su leit motiv. En el club sabían desde el principio que resultaría imposible, pero, por contra, que superase el complicadísimo trance dependía de ese motor que lo impulsara. De esa fe que a veces se halla sólo porque se necesita.

Con el apoyo de ese millón de béticos que alguien dijo que existen en el mundo, Miki Roqué se marchó días después a Barcelona. El tumor aconsejó sesiones de quimioterapia antes de la intervención. Y el 24 de mayo, el doctor Enric Cáceres le realizaba una "disección de los elementos neurológicos y una reconstrucción con injerto de pelvis". Apenas dos semanas después, el 6 de junio, el central verdiblanco abandonaba el hospital Dexeus con el alta hospitalaria. Unos días de resposo en Tremp, con la familia, y revisiones periódicas durante toda la recuperación.

En Sevilla, el beticismo acogía cada síntoma de progreso con algarabía. La grada y sus compañeros celebraban los goles en pos del ascenso con pancartas, camisetas... Cualquier cosa valía para acordarse de Miki Roqué y vitorearlo.

Y el Betis ascendió, al tiempo que parecía que el joven defensa le ganaba su particular partido a la enfermedad. Incluso, meses después, a finales de octubre de 2011, sus compañeros tuvieron la oportunidad de pasar unos minutos con él. El Betis, ya en Primera, como siempre soñó Miki, acababa de perder con el Espanyol en Cornellà y se aprestaba para viajar a Santander. Y él, acompañado de sus padres y conduciendo su propio vehículo, se acercó al hotel de concentración, junto al aeropuerto de Barcelona. Estuvo con los suyos, dialogó con todos los presentes, se sintió de nuevo futbolista. Incluso anunció a este diario su seguridad de que el equipo superaría la mala racha de resultados que había iniciado en Getafe semanas antes. "De ésta salimos, seguro", fue el titular de la última entrevista que concedió a un periodista. "También el año pasado perdimos cinco partidos y quedamos primeros", añadió con esa fe inquebrantable tan suya.

No quiso ser fotografiado. Su aspecto era envidiable, con el pelo rapado, aunque con buen color de cara. Pero él esperaba reaparecer en público y ofrecer una rueda de prensa en Córdoba con motivo de la Copa Davis. "Estoy deseando poder correr ya", sentenció. Aguardaba su momento, una reaparición pública a lo grande, como aquélla de marzo en la que se armó de valor para confesar su enfermedad.

Pero, al revés de lo que pensaba, mientras el Betis superaba sus malos tragos, a él se le reprodujo la enfermedad. En febrero de 2012 fue intervenido de nuevo en secreto. Le extirparon el sacro. El cáncer se le había reproducido. Desde entonces todo fue sufrimiento, un ir y venir de casa a la clínica. El viernes ingresó en estado casi terminal. El sábado fue un infierno para él y su familia. Desde este domingo descansa en paz y será uno de los que anime al Betis desde la vera mismísima de Dios.

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