Este Sevilla pierde puntos a chorros (1-1)

Eibar - sevilla · la crónica

El equipo de Emery se reencuentra tras el descanso, pero no puede remontar ante un entregado Eibar. Gameiro empató después de un claro penalti a Konoplyanka no pitado, pero el acoso final se topó con Riesgo.

Foto: EFE
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Juan Antonio Solís

18 de octubre 2015 - 05:02

Si Vitolo hubiera andado más despierto ante Asier Riesgo en su mano a mano en el minuto 73; si el colegiado valenciano Martínez Munuera hubiera concedido el clamoroso penalti de Ramis a Konoplyanka (56') y los sevillistas hubieran empatado antes de lo que lo hicieron; si Unai Emery hubiera actuado con más celeridad en su acertada sustitución de Banega por N'Zonzi (68')... quién sabe si, con algunas de estas condicionales transformadas en hechos, estas líneas glosarían una remontada clave para los balances en mayo. Pero sucedió lo que sucedió, el Sevilla sólo empató a uno en Ipurúa, en otro de los campos en los que ganaba la pasada temporada -déficit que resaltó el propio Emery en vísperas del partido-, y la conclusión es que los blancos ven frenada su remontada. Siguen perdiendo puntos a chorros en plazas donde los aspirantes a los objetivos más nobles no fallan.

Un sevillista optimista se quedará con la reacción vigorosa de la segunda parte, con ese acoso y derribo a un Eibar que se fue replegando, y arrugando, a medida que perdía fuerza y llegaba tarde a los balones divididos. El mando, la jerarquía y también el juego tras el descanso distinguen a una escuadra llamada a buscarse un hueco en la azotea. Porque tiempo tiene todo el del mundo.

No obstante, un sevillista pesimista antepondrá esa primera parte -sobre todo desde el gol del Eibar en el minuto 8 hasta la media hora de partido- en la que los suyos reincidieron en los defectos que arrastran desde que arrancó la Liga, que tan cuesta arriba lo está poniendo todo. Volvió el Sevilla triste, plano, previsible, descohesionado que permitió que el Levante le empatara. Que una UD Las Palmas que no había hecho un gol ante su público le hiciera dos para derrotarlo. O que el Celta le diera en Nervión un baño matinal como no recuerdan los sevillistas más añejos. Ese desnortado Sevilla volvió a comparecer en Ipurúa. No en el Juventus Stadium o el Camp Nou. En Ipurúa, donde los vecinos de una torre contigua pueden ver el fútbol sentados en su terraza con un botellín y unos mejillones.

En ese escenario, en las antípodas del glamour, el Sevilla volvía a dejarse la pelea en cada balón dividido, en cada salto, en cada fricción. Y sufría una enormidad en el repliegue, sobre todo por el costado de Tremoulinas y Vitolo cuando el primero era sorprendido en alguna subida y al segundo le costaba regresar a la ayuda por su tendencia a meterse por dentro. Por esa banda, el lateral Capa volvió a interpretar lo de los pajaritos contra las escopetas:atacó mucho más de lo que seguramente previó y se asoció con Saúl Berjón para abrir un pasillo hasta el área de Sergio Rico. Luego, el Eibar apenas remató. Pero ese pasillo le sirvió para mantener al Sevilla a raya.

Tampoco es que haga falta mucho para desconectar hoy día a la tropa de Emery. Esa falta que se inventó Borja Bastón ante Krychowiak, que acabó en el remate a gol del propio delantero solo, sin marca alguna, segó de raíz la animosa puesta en escena de los blancos. Tan falto de autoestima está hoy el Sevilla, tan quebradiza es su moral, que un gol en contra lo puede tumbar de forma definitiva.

Ayer no sucedió, pero en su fase de aturdimiento, hasta los minutos finales de la primera parte, su imagen con la pelota fue inocua. Fue incapaz de intimidar a la sospechosa pareja de centrales que dispuso Mendilibar, Dos Santos y Ramis. Ambos respiraron cuando todo un enemigo de Champions sublimó el facilón recurso de los picapedreros: pelotazo a Iborra para una dejada a un compañero, lo que puede funcionar de forma ocasional, al alternarlo con acciones menos previsibles.

Como la que esbozó ya Coke con su pase corrido al espacio, al extremo diestro, donde se desmarcó Gameiro. El pase atrás del francés habilitó a Reyes para que fusilara con su zurda, pero el utrerano, obtuso ayer, le pegó con su zurda a lo que saliera, duro y al centro, y Riesgo lo agradeció (35').

El cambio de planes, la estrategia realmente afilada, sobrevino en la portería contraria. Ahí Coke abrió de verdad el campo por la derecha, Konoplyanka por la izquierda y Vitolo por donde su agudo instinto le dictó. Martínez Munuera ignoró el penalti de Ramis al ucraniano, quizás por lo ridículo de la acción del central, que golpeó al sevillista más en una acción de artes marciales que de fútbol. Pero había tiempo y ya había plan.

Por los caprichos del fútbol, el empate llegó en una jugada inhabitual: es Iborra quien busca la línea de fondo y cuelga un centro paralelo a la línea de gol tan fuerte, que a Gameiro sólo le da tiempo para desviar la pelota con el muslo a la portería vacía.

Hacía cuatro minutos que Banega ya había ingresado por N'Zonzi. Y el argentino abrió definitivamente el surtidor: condujo los ataques a los espacios adecuados y el acoso fue mayúsculo ante un Eibar menguado, entregado. Pero Asier Riesgo sacó dos claras y las faltas y córners -¿por qué tan blandos?- se perdieron por el sumidero. Con ellos, dos puntos más de los que se pueden echar en falta allá por mayo. Dos más. Y van...

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