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Reflexiones hacia el fin de un ciclo

Sevilla-cska

La ilusión convertida prácticamente en obligación castiga por segunda vez al Sevilla de Jiménez en la Champions y se atisba un fin de ciclo de difícil relevo a pesar de estar vivo en los dos torneos nacionales. ¿Qué le falta al Sevilla? ¿Qué necesita para ser feliz?

Foto: Antonio Pizarro
Jesús Ollero

16 de marzo 2010 - 23:04

Asombroso que caer en octavos de final de la Liga de Campeones se considere un fracaso, pero ésa es la sensación que queda tras la eliminación del Sevilla ante el CSKA (léase Cheska), sin ganar ninguno de los dos encuentros y perdiendo –como viene ocurriendo en Liga– el factor cancha favorable. Con escasos activos que mostrar en el duelo con el cuadro ruso, cabe preguntarse qué le falta al Sevilla para sentirse verdaderamente realizado en Europa (esto es, superar barreras históricas) y no estrellarse por segunda vez ante un rival, como máximo, de su nivel. Ocurrió con el Fenerbahçe en el primer match-ball de la era Jiménez, nítidamente concluida con esta eliminación. Vuelve a ocurrir con el CSKA. ¿Qué ocurre?

Estructuralmente, el Sevilla es irreprochable. Maneja bien la planificación y mejor la marca. Quizás demasiado bien. Hinchar el globo de unas obligaciones que en realidad no son tales tiene sus riesgos. Las arengas presidenciales son lo que son y han ayudado a que el Sevilla sea lo que es ahora, pero en el fondo han generado una corriente ultraexigente que se ha merendado a Jiménez y ha acartonado al equipo en sus propias aspiraciones. No se transmite ilusión ante una opción como esta, sino obligación. ¡Será posible!

La eliminación de la Champions, aunque parezca mentira, suena a fin de ciclo con dos competiciones de éxito al alcance. Suena a jugadores que empiecen a pensar en cambiar de aires (léase Luis Fabiano) como hicieron en su día Poulsen o Daniel Alves, jugador éste de los más desequilibrantes del mundo y sustituido ahora por el sobrevaloradísimo Stankevicius (muy correcto, muy corriente). Kone o Negredo simbolizan como pocos las dificultades que está encontrando un club de trayectoria, hay que insistir, irreprochable, para dar un paso más y sentir de verdad que se está capacitado para dar un pelotazo serio en Europa, como hizo el Villarreal con su semifinal ante el Arsenal, en lugar de volver a lamentar que se estrelló en lo más llano: en su estadio y con marcador a favor. De aquel 2-0 ante los turcos que se convirtió en prórroga (3-2) y unos terribles penaltis se pasa a un empate fuera que debía ser un órdago a la grande y que ha terminado laminando a Jiménez y probablemente a todo el modelo del que tanto y tan justificadamente ha presumido el Sevilla.

La suerte, que tantas veces arropó al Sevilla, parece abandonarle. Cualquier entrenador, y Jiménez casi más que nadie, le da una importancia capital. Asombroso el giro experimentado por el Sevilla de Juande respecto al Sevilla de Jiménez. Salvando la eliminatoria copera ante el Barcelona, los reveses se han sucedido. El clamoroso penalti a Perotti se transforma en una contra que corta Zokora y un saque de banda, sí de banda, en el que Necid fusila a Palop sin hacer nada especial. Más aún: Palop, cuyo saque de puerta termina suponiendo el empate, se traga una falta lejana de Honda después de un interminable historial de actuaciones memorables que auparon al Sevilla a sus cinco títulos recientes.

Jiménez, sentenciado desde el minuto 1 y renovado por sus estrictos méritos, acumula una culpa que no le corresponde. Al menos, no en exclusiva. Como se apuntaba unas líneas más arriba, el Sevilla ha trabajado muy bien su marca, pero insistir en la evidente mejora de la plantilla cuando los hechos no lo refrendan no hace sino situar al entrenador en el punto de mira de una afición que no llenó su estadio para asistir, en teoría, al sueño cumplido, a emular al Sevilla que osó enfrentarse al gran Real Madrid del blanco y negro en cuartos de final de la entonces Copa de Europa. Porque ni siquiera en eso se superan las falacias. El Sevilla ya jugó unos cuartos de final de la Copa de Europa (¿o es que esos títulos en blanco y negro del Madrid o del Inter, ya no cuentan?).

Así pues, y con las dificultades propias de quien requiere una revisión y una reflexión para seguir creciendo (para mantenerse es evidente que basta con lo que hay). La afición se ha ido apagando arrastrada por al tristeza que transmite en ocasiones su entrenador (ojo, su evolución ha sido admirable a pesar de contar con el desprecio del abonado) hasta el punto de no conseguir incendiar (entiéndase bien) un encuentro de estas características y conformarse con ajusticiar a Jiménez al amanecer (léase la muy agria despedida de la grada). Qué fácil cuando la sima es tan profunda. Desde luego, el salto parece bastante más largo de lo que se quiere transmitir. Qué extraño sentir lo que siente ahora el sevillismo, cuarto en Liga y finalista de Copa.

El tren del torneo con el que todo el mundo sueña se marchó de forma inopinada –sí, de forma inopinada–, y por segunda vez. Demasiado para un modelo en permanente examen por un entorno (afición y prensa incluidas) empeñado en no disfrutar.

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