"Nací entre disparos; soy un jugador de raza luchadora"
Beka Burjanadze, jugador
El georgiano, con contrato hasta 2015, destaca los minutos "de verdad" que tiene con Aíto. Su infancia, dice, moldeó su carácter trabajador.
Beka Burjanadze (03/01/1994) se define como un jugador "de raza luchadora". Quizá nacer mientras su país vivía una guerra civil o perder joven a su padre moldearon su carácter trabajador, "a más no poder" según los técnicos cajistas. El georgiano quiere "aprovechar al máximo" su paso por Sevilla y por un club al que está "profundamente agradecido".
-¿Cómo llegó al Cajasol?
-Tenía 15 años. Había disputado el Europeo B sub 16 (el de 2009, en Portugal; fue el máximo reboteador del torneo y el duodécimo anotador). Alguien me vio y le gusté. Llamaron a mi agente para hacer las pruebas. Estuve cuatro días entrenando y jugando partidos. Volví a mi casa y después me llamaron para fichar.
-¿El deporte es una vía para tener una vida mejor en su país?
-Claro. El deporte aparta a los jóvenes de las calles. Tuve amigos que siguieron una mala dirección y lo han pasado muy mal.
-¿Es difícil ser niño en Georgia?
-No más que en cualquier otro sitio si eres un poco listo y tus padres te enseñan lo que está bien o mal. Antes era más difícil. De pequeño era habitual escucharlos. Ya no, pero la droga está presente en la calle. A mí me llevaron por el buen camino.
-El baloncesto fue su camino.
-Sí, porque empecé con seis años. Hasta los 15 jugué en el Martve. En Georgia el baloncesto y el fútbol son los deportes nacionales, pero las condiciones de los entrenamientos eran patéticas. Estaba acostumbrado a canastas que no aguantan un mate o un parqué casi levantado. Allí no se invierte en mejorar las infraestructuras. Todo sigue como el siglo pasado.
-¿Quién es, deportivamente, la estrella de su país?
-No tenemos un Nadal que sobresalga, pero sí muchas estrellas. En baloncesto, a Zaza Pachulia, mi primo, que juega en la NBA (Hawks). Hablamos a menudo y me ayuda mucho. El verano pasado entrenamos juntos y me enseñó movimientos en el poste bajo. Kalazde es el fútbolista más famoso. Metió dos goles en propia puerta contra Italia en la clasificación para el Mundial 2010 (0-2).
-¿Con 15 años, tuvo dudas de emprender una nueva aventura?
-Ninguna. "Yo voy", dije en cuanto me lo comunicaron. Era un niño y vivía por el baloncesto. Venir a un club de la segunda mejor liga del mundo era un sueño. Sin embargo, ahora que soy algo mayor sé lo que mi madre sufrió.
-¿Por qué?
-Ha sido, y es, una persona muy fuerte. Acababa de perder a su hermano y a su marido, y ahora iba a dejar a su único hijo irse a miles de kilómetros porque era lo a él le hacía feliz y por su futuro.
-Habla con mucho cariño.
-Ella lo es todo para mí y es responsable de que yo esté aquí. Incluso de que pueda andar y jugar.
-Explíquese.
-Vendió la casa para llevarme a Alemania a recuperarme de una lesión en el talón que casi me impedía andar. La operaron no salió bien. Le dijeron que dejara de pensar que pudiese jugar más al baloncesto. Oyó que en un pueblo de Georgia había un médico que podía curarme. Tenía que llevarme en brazos desde la parada del autobús hasta la consulta, y era una distancia considerable para llevar a alguien de más de 50 kilos.
-¿Defínase como jugador?
-Mato a mí mismo por un balón. Nací entre disparos. Soy de raza luchadora; un jugador de equipo. Me encanta coger rebotes, poner bloqueos para mis compañeros...
-¿Alero o ala-pívot?
-Me gusta jugar con contacto. Puedo jugar de tres o de cuatro, pero me siento un poco más cómodo de por dentro porque es lo que hago desde que era pequeño.
-Este año dispone de minutos importantes.
-Con Aíto los jóvenes disfrutamos de minutos de verdad. Es algo que me sorprendió al principio de la temporada. Entraba cuando todo estaba aún por decidir. A mí me da igual jugar 15 que un minuto. Quiero aprovechar cada segundo para aprender, para ser mejor y ayudar a mis compañeros. Juegue o no, daré el máximo en cada entrenamiento.
-¡Vaya triple le metió a Unicaja!
-Uno de los mejores momentos de mi carrera. Quería pasar el balón, pero no veía a nadie abierto. Comencé a botar, con Panko delante. Él pensaría: "Éste es un novato y no se va a atrever a tirar". Ví que me daba distancia y lancé. Vi que llevaba buena dirección y cuando entró respiré tranquilo y me dio un subidón.
-¿Cómo el de su debut?
-Parecido. Fue en Bilbao. Jugué 34 segundos, un ataque y una defensa, pero no toqué el balón, aunque no paraba de pedírselo a Popovic porque me quedé solo. Después defendí a Vasileiadis, que se jugó el último tiro. Lo estaba punteando y lanzó. Mientras veía volar al pelota rezaba porque no entrase. Dio en el aro. Salí del campo con el corazón a punto de estallar.
-¿Qué diferencia encuentra entre Aíto y Plaza?
-Son grandes técnicos, pero creo que con Aíto se puede aprender más. Para Plaza lo primero es ganar, sea como sea. Con Aíto ganar es importante, claro, pero da también mucha relevancia a que la gente mejore tomando sus propias decisiones y equivocándose.
-¿Qué recuerda de Treviso?
-Una experiencia inolvidable. En semifinales jugué los últimos siete segundos contra Benetton. En la final el Unics nos ganó. Perder fue lo peor. Ver a Kirksay llorando, todos cabizbajos en el vestuario... Trataba de apoyar a los compañeros, que era mi trabajo en ese momento.
-Este año jugó la Eurocup, pero a San Petersburgo no pudo viajar porque le denegaron el visado.
-Entre Rusia y mi país hay una mala relación. Hubo guerra por dos territorios, Abjazia y Osetia del Sur. Es una pena que problemas políticos trasciendan al deporte, aunque a Krasnodar sí pude viajar. Me sorprendió.
-¿Cómo recuerda el estallido de ese conflicto bélico?
-Estaba en Sofía jugando un torneo internacional. Leímos en periódicos búlgaros que habían entrado en el país con tanques. Todos empezamos a llamar a casa preocupados. Entrar en Georgia fue una odisea. Viajamos en autobús dos días hasta la frontera y para llegar a Tiblisi tardamos dos días más porque dimos un rodeo enorme. Era imposible avanzar pasando continuos controles.
-A Ellis le cogió jugando para Georgia.
-Allí es muy querido porque nos ayudó a subir a la División A. Cuando ganamos el último partido del Europeo B, en casa, y logramos el ascenso se quedó en el centro de la pista y más de 5.000 personas gritaban su nombre en agradecimiento por todo lo que había hecho. Yo estaba en el pabellón pero aún no lo conocía. Cuando se enteró que en el Cajasol había un georgiano me ayudó mucho. Fue una pena que esa temporada fuese la última en Sevilla. Al menos cogí el número 7 que él tenía, mi número de la suerte y con el que juego desde pequeño.
-¿Cree que jugará este verano con la selección?
-Ojalá. Lucharé por ello. Jugar contra España en un Eurobásket sería inolvidable. Y con la República Checa de Satoransky y Balvin.
-¿Qué me dice de Sevilla?
-Es mi segunda casa. Me encanta su gente, la ciudad, la comida...
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