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Mestalla celebra la vuelta de Unai (3-1)

Valencia - Sevilla · la crónica

El Sevilla reincide en su fragilidad con un único pivote defensivo, da vida al enfermizo Valencia y regresa como farolillo rojo. La línea de tres mediapuntas naufragó y cuando tuvo el partido para ganarlo, lo perdió.

Foto: ASPAFOTO / EFE
Juan Antonio Solís

22 de septiembre 2013 - 22:50

El Sevilla que tan buenos presagios despertaba en la pretemporada cierra la tabla clasificatoria después de las primeras cinco jornadas. No hay excusas, y seguramente el propio José María del Nido será el primero que desoiga a todo aquel que quiera esgrimir el aluvión de lesionados o la dureza del calendario inicial. Los sevillistas han sumado dos raquíticos puntos de 15 posibles, un arranque que se ha enroscado al cuello de Unai Emery como una boa constrictor.

La visita a Mestalla parecía propicia para ganar al fin, sacudirse los malos rollos e impulsarle hasta la mitad de la tabla antes de recibir el miércoles al Rayo en Nervión. El decorado, con una traca en la grada dispuesta a estallar, invitaba a salir a jugar con los nervios del tembloroso bloque de Djukic para que la ardiente hinchada local terminara de provocar el fuego que consumiera a Djukic.

Nada de eso sucedió. El valencianismo acabó el partido reconciliado con los suyos. Como tantas veces ha sucedido en estos años de progresiva decadencia, los sevillistas obraron como un inmejorable bálsamo para el rival. Este equipo parece capaz de resucitar al mismísimo Lenin a poco que tenga la ocasión de visitar el mausoleo de la Plaza Roja.

Su fragilidad sin la pelota y su candidez con ella han volatilizado la ilusión que, con más ganas que fundamento, había despertado en la parroquia sevillista. Tardó poco en mostrar su involuntario propósito. Fue ordenar Undiano Mallenco que el balón rodara y las debilidades colectivas de los sevillistas afloraron en cuanto el Valencia probó suerte. Los levantinos salieron dolidos por esas cuatro derrotas que lastraban su camino y comprometían el futuro de Djukic. Bajo ese estado de necesidad, los equipos suelen salir con el corazón más revolucionado de lo aconsejable, como así sucedió. Y con malicia y oficio, el otro contendiente suele llevar el agua a su molino a poco que aguante el arreón inicial.

Pero este Sevilla está a una distancia sideral de ser un equipo con malicia y oficio. Entre la juventud de muchas de sus piezas, la falta de calidad física de la mayoría y el plomo que metió en sus piernas ese farolillo rojo provisional, los de Emery, más que oponerse al Valencia, alimentaron la confianza del contendiente, que pronto empezó a creer.

Emery se empeña en que Rakitic puede ser un buen medio centro. Cree que ubicar al suizo junto a un único pivote defensivo elevará las prestaciones ofensivas del Sevilla, su capacidad para iniciar el juego desde atrás y lanzar las jugadas a los mediapuntas, esa línea que en verano se anunciaba como la piedra angular de este revolucionario proyecto. Qué dinamismo, qué fútbol moderno, qué chispa y qué creatividad la de los Marko Marin, Jairo, Vitolo, Rabello...

Pero la realidad, por ahora, descabalga a Unai de su montura. Esa realidad plasma partido tras partido que Rakitic se dilluye tan atrás, que le cuesta un mundo mantener la posición, cerrar los pasillos interiores cuando lo sorprenden o tirarse al suelo para sofocar el fuego en última instancia. Así, a M'Bia se le multiplicó el trabajo. Y más con la impericia defensiva de los laterales, sobre todo de Alberto Moreno ante Fede, el chaval del filial que Djukic se sacó de la manga. Y más aún con la nula capacidad de Marin, Vitolo y Jairo para echar una mano a los de atrás cuando el rival tiene la pelota. Todo, en definitiva, confluyó para que el Sevilla temblara en unos indignos primeros veinte minutos.

Pero este Valencia que aún debe ensamblar Djukic también duda. Y mucho. Tanto, que Jairo, casi sin quererlo, se encontró con hasta tres situaciones ventajosas, por fallos defensivos, para encender la mecha de la traca que había dipuesta en la grada. Pero también el pipiolo cántabro tembló cuando las tuvo. Más temblores. Si unos temblaban, los otros más. Y poco a poco, el Sevilla asumió el control. Bajó la intensidad colectiva del Valencia, M'Bia se fue soltando.

Pero en un choque con Fede, M'Bia quedó doliéndose en el suelo, Jairo perdió su enésimo balón y el Valencia, lejos de echarla fuera, montó una contra letal resuelta por Jonas.

Emery no movió piezas en el descanso. Tal vez confiaba en que el Valencia siguiera destapando sus vergüenzas, como empezó a pasar antes del 1-0. Y así fue. En un córner desde la derecha, M'Bia cabeceó al segundo palo y Gameiro ejerció de cazagoles.

En ese baile de temblores, de nuevo le tocó a los levantinos. Tuvo entonces el partido en sus manos el Sevilla. Pero los mediapuntas no salieron jamás del enredo. La frialdad de Vitolo, la bisoñez de Jairo y el narcisismo de Marin lastraron al Sevilla. Para más inri, Unai al fin apeló al doble pivote con Cristóforo en el minuto 63... pero el sacrificado fue Gameiro. Decisión sorprendente vista la noche negra de la segunda línea.

Ese giro táctico volvió a abrir una puerta al Valencia, que respiró atrás y siguió buscando las persistentes debilidades defensivas del equipo rojo. Fede y Jonas, entre líneas, insistieron hasta que cayó el segundo. Ese 2-1 terminó de hundir al Sevilla, el perdedor en este pulso de temblorosos. Mestalla acabó de fiesta. Fiesta en el regreso de Unai.

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