Mel combina fútbol, cantera y compromiso

El Betis cierra un curso más que digno con victorias épicas y alzando la voz ante los grandes. La racha de diez partidos sin ganar y la eliminación copera ante el Córdoba, puntos negros.

Pepe Mel saluda a Guardiola. / A. Pizarro
Pepe Mel saluda a Guardiola. / A. Pizarro
Javier Mérida / Sevilla

14 de mayo 2012 - 05:02

La segunda temporada del Betis bajo la batuta de Pepe Mel se ha saldado con el mismo resultado que la primera, es decir, el objetivo conseguido a falta de varias jornadas y sin más sufrimiento que una mala racha al comienzo del campeonato que, cierto es, hizo temblar los cimientos de la entidad heliopolitana y, principalmente, los de su banquillo.

Pero las ligas son carreras a largo plazo y la paciencia de los dirigentes con su técnico encontró el justo premio que se pretendía. El refrendo a Mel tras sumar en Pamplona la novena derrota en diez partidos fue, qué duda cabe, el momento cumbre de la temporada. El tiempo, juez inexorable, le ha dado la razón al Betis.

Por establecer un orden cronológico, el inicio del campeonato no pudo ser mejor. El equipo, con la inercia ganadora de la temporada anterior, fue capaz de ganar sus cuatro primeros partidos e incluso encaramarse al primer puesto de la clasificación. El Betis era la sensación de la Liga, el fútbol desplegado, por ejemplo, en San Mamés ante el Athletic (2-3) cautivó y en esos compases iniciales todo hacía presagiar una temporada de lo más plácida.

Empero, en la quinta fecha en Getafe la trayectoria comenzó a torcerse con la primera de seis derrotas consecutivas que finalizaron en un doble desplazamiento a Cornellà y Santander en el que incluso Mel trató, sin éxito, de modificar sistema y estilo de juego. Un empate en Heliópolis ante el Málaga pareció despejar el horizonte, pero los verdiblancos sumaron hasta tres derrotas más antes de levantar cabeza.

Nadie esperaba que lo lograse frente al Valencia, con no menos de dos o tres técnicos revoloteando sobre el nido de Mel, pero éste y su equipo, gracias a dos goles de Rubén Castro en los estertores, consiguieron una victoria balsámica que halló continuidad en el Vicente Calderón y de nuevo en casa frente al Sporting.

El huracán había pasado y el equipo afrontó con tranquilidad los partidos frente al Barcelona (4-2) y el Sevilla (1-1), aunque volvió a complicarse tras perder ante el Granada (1-2) y en Mallorca (1-0), en un partido en el que el equipo tocó fondo con un fútbol plano que incluso dio más miedo al beticismo que en la mala racha anterior.

Pero el trabajo de Mel ha sido ímprobo y, a la fecha, ha logrado un compromiso en el vestuario como no se recordaba en la casa verdiblanca. Los futbolistas siempre han estado mayoritariamente a su lado y unidos y, junto a su equipo de trabajo, el técnico ha sido capaz, un año más, de impedir que los problemas o comentarios del entorno hiciesen mella entre los profesionales.

Éste ha sido el gran logro del madrileño y de sus jugadores: formar un equipo. Así, los momentos de crisis son menos crisis y si en su día le ganaban a Valencia y Atlético, luego le iba a tocar, de nuevo, al emergente Athletic. Ni una jornada permaneció el Betis fuera de su objetivo, es decir, en puesto de descenso. Cada vez que necesitaba ganar, lo conseguía, una prueba de la madurez de un equipo compuesto en su mayoría por futbolistas veteranos inéditos o con escaso bagaje en Primera adobado por algunos canteranos.

Era la duda antes de iniciarse el periplo: saber si Dorado, Jorge Molina, Amaya, Salva Sevilla e incluso Rubén Castro o Iriney darían la talla en la máxima categoría. Con matices, la respuesta básicamente es hoy afirmativa.

Tras ese triunfo balsámico ante los bilbaínos y otro seguido en Zaragoza (0-2), el equipo sufrió un nuevo bache de cinco jornadas antes de que Mel volviese a ajustar las teclas y consiguiese una victoria en Málaga (0-2) que, a falta del certificado matemático, le garantizaba ya la permanencia. Si frente al Espanyol cambió radicalmente los modos y frente a Valencia o Atlético introdujo aspectos tácticos concretos, en La Rosaleda apostó descaradamente por un fútbol más sobrio y defensivo con el que halló el saldo pretendido. El técnico, al final, se salió con la suya también en esto: tenía un plan B y hasta un plan C.

A raíz de ahí, superados esos tres toboganes, todo era cuestión de dejarse ir y esperar al derbi en Nervión, partido que premió toda una temporada (1-2) y que impidió ya cualquier esfuerzo añadido viendo Europa, además, más lejos de lo recomendable.

Igual el curso se hubiese visto de otro modo de ser más regular, sin vaivenes tan prolongados, pero hoy se recuerdan los momentos épicos que ha tenido el ejercicio, el fútbol desarrollado ante la élite española y romper con la hegemonía ante el Sevilla.

En el otro lado de la balanza, amén de la nefasta racha que se inició a finales de septiembre, habría que ubicar la eliminación en la Copa del Rey, a las primeras de cambio frente al Córdoba, y la aportación de algunos futbolistas que llegaron para reforzar el equipo y no lo hicieron por diversas causas y no todos en la misma medida. Pero Matilla, Tosic, Ustaritz, Amaya, Chica y hasta Mario no aportaron lo suficiente. Y los mejores fueron Rubén Castro, Beñat, Iriney y Nacho, los de antes.

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