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Llamando a las puertas del cielo

Final· Holanda-España

Holanda y España comparten elogios a la espera de la gran final.

España se mete en la final de un Mundial por primera vez en la historia al vencer a Alemania en semifinales. / AFP
José Antonio Diego (Efe)

08 de julio 2010 - 16:58

Holanda y España compartirán el domingo la misma avidez por irrumpir, después de 80 años de espera, en el club de los magníficos, el grupo de países que han sido campeones del mundo y cuya nómina se paró en siete hace doce años, cuando admitió a Francia.

Knockin' On Heaven's Door. La banda sonora de la película Pat Garrett y Billy The Kid, escrita por Bob Dylan en 1973, pondrá un fondo musical perfecto al drama que se desarrollará a partir de las 20:30 del domingo en el Soccer City de Johannesburgo.

España llama por vez primera a las puertas del cielo con la esperanza de alcanzar la gloria. Para Holanda será el tercer aldabonazo, después de sus fallidos intentos en 1974, cuando perdió la final contra Alemania Federal (2-1), y en 1978, cuando cayó ante Argentina (3-1), en ambos casos víctima de los anfitriones.

Sudáfrica 2010 se propone dejar para la historia varias primicias. Además de acoger por vez primera el Mundial en territorio africano, alumbrará un campeón inédito, pues ni Holanda ni España lo han sido nunca; pondrá a Europa por delante de Sudamérica en número de títulos (10-9) y entregará al Viejo Continente su primera Copa en territorio ajeno.

El brasileño Romario, jugador FIFA del año en 1994, asegura que con la final Holanda-España "gana el fútbol" porque técnicamente han sido los dos mejores equipos del Mundial. Incluso los jugadores alemanes, derrotados por España en semifinales (1-0), se comportaron con nobleza en la decepción y reconocieron que España fue mejor.

"El sueño se acabó. Caramba, qué buenos eran los españoles", titulaba este jueves el diario Bild.

Tan rara coincidencia en los elogios hacia España y Holanda certifica que Romario, un depredador del área, no anda descaminado en su análisis. Holanda, bajo la batuta del hasta ahora desconocido técnico Bert van Marwijk, acumula 25 partidos sin perder, incluidos seis triunfos en sus seis partidos del Mundial, y España, bajo la dirección del no menos discreto Vicente del Bosque, ha encadenado cinco triunfos después de su mal arranque contra Suiza (1-0).

Si Holanda gana la final, será el segundo equipo de la historia que conquista el título con pleno de victorias: ocho en la fase de clasificación y siete en Sudáfrica. Sólo la legendaria selección de Brasil, con Pelé, Tostao y Rivelinho entre otros grandes, lo ha conseguido hasta hoy, en México 70.

El fútbol de seda de los españoles, a imagen y semejanza del que practica el Barcelona -siete de sus jugadores fueron titulares contra Alemania- competirá con la eficacia holandesa en el último combate del Mundial.

Coincidiendo con un eclipse solar, que no afectará al territorio sudafricano, el primer Mundial africano coronará el domingo a un nuevo campeón al término de un partido que, si los dos equipos son capaces de sacar lo mejor de sí mismos, puede ser memorable.

España, en cuya nómina figuran once de los jugadores que hace dos años fueron campeones de Europa, pretende extender al mundo una hegemonía continental que nadie le discute. El seleccionador alemán, Joachim Loew, le atribuyó sin dudarlo la condición de favorita antes de la semifinal, y Van Marwijk redujo la presión sobre sus hombres al resaltar que un país tan pequeño como Holanda, que también fue campeona de Europa (1988), se esté jugando el título mundial.

La final del domingo presenta dentro de su marco general un cuerpo a cuerpo por la Bota de Oro. David Villa y Wesley Sneijder, viejos conocidos de la Liga española, están igualados a cinco goles y son los más significados candidatos a llevarse el título, con permiso del alemán Miroslav Klose, que un día antes habrá jugado en Puerto Elizabeth el partido por el tercer puesto contra Uruguay.

La consigna en los dos equipos consiste en no detenerse ahora que ya avistan la tierra prometida. No festejar la llegada, sino mantener la concentración para el combate decisivo. La complacencia en el acceso al penúltimo peldaño es peligrosa porque, fuera de los estadísticos, nadie se acuerda del subcampeón.

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