Leyenda en verdiblanco
Remo
El Betis se impone con claridad gracias a una regata limpia y perfecta y concatena por primera vez tres triunfos seguidos. La curva de San Jerónimo rompió la carrera muy pronto.
Anoten estos nombres porque quedarán para la historia: Antonio Guzmán, Marcelino García, Javier García, Emilio Fernández, Noé Guzmán, Joaquín Pabón, Jaime Lara, Marco Sardelli y Tomás Jurado como timonel. Es el ocho del Betis, que ayer escribió una página histórica, una página de oro en la historia de la regata Sevilla-Betis, con el estreno del nuevo formato, en el Muelle de Nueva York. La felicidad entre los componentes del barco del Betis y los técnicos y allegados era exultante. El pantalán vibraba. Abrazos, sonrisas de felicidad, emoción incontenible... Y no ya por la carrera en sí, que dominó el bote verdiblanco desde el comienzo con holgura, sino porque en su cuadragésima séptima edición, novedosa por muchas cosas, logró lo que nunca antes: ganar por tercera vez consecutiva. Era la constatación de que el Betis goza de una tripulación que ejerce la hegemonía de la regata, que otrora fuera de color blanquirrojo y que muchos de los que se abrazaban ayer en el Muelle de Nueva York sufrieron en sus carnes. Era el signo del cambio de los tiempos.
La otra cara de la moneda era muy distinta. Los remeros sevillistas, prácticamente la misma tripulación que había sufrido las dos derrotas precedentes, intentaban darse ánimos tras un esfuerzo titánico sin premio. Porque, si enorme fue la regata que realizó, tiránico, hegemónico y profundo en la palada, el bote bético, no menos tremendo fue el esfuerzo de una tripulación sevillista que, a las primeras de cambio, comprobó que estaba ante una misión imposible. Y remar casi siete kilómetros, defendiendo el honor de una camiseta y unos colores y sabiendo que el eterno rival ha cogido la delantera para no soltarla, agarrándose al río con el alma pese a saberse derrotado, debe ser duro. Quizá por ello, lo primero que hizo Patricio Rojas, marca del Sevilla, al cruzar el puente de Los Remedios fue ponerse de pie en el bote y volverse hacia sus compañeros -Manuel Morón, Jaime Canalejos, Juan García, Beltrán Hidalgo, Eduardo Murillo, Álvaro Romero, Julio Casielles y el pequeño Ramón Somalo como timonel- para aplaudir su esfuerzo y hacerles señales de alabanza. La fatiga no había sido en balde, el honor del perdedor estaba a salvo y la mejor prueba es que el bote bético, tras celebrar con rabia el triunfo, se dirigió al perdedor para aplaudir su agónica regata.
Con el nuevo formato de la carrera, en sentido descendente del río, había que improvisar estrategias. El Sevilla arriesgó, tomando la calle más próxima a Sevilla pese a que la primera curva, la de San Jerónimo, era favorable al Betis. Y ahí estuvo la clave. La marca de Antonio Guzmán en el bote bético fue poderosa desde el principio. Con una boga de unas 38-40 paladas por minuto, Patricio Rojas intentó darle ritmo al bote rojiblanco para no llegar en desventaja al lugar donde se ceñía la dársena con ventaja para el Betis. Pero fue imposible. El timonel del Sevilla, jovencísimo y debutante, intentó pegarse a la banda de babor del Betis, para tratar de impedir que se escapara. Pero fue imposible. El Betis seguía parsimonioso, potente, inalcanzable, a un ritmo homogéneo de 35 paladas por minuto. A la altura de La Barqueta, ya llevaba más de dos barcos de ventaja e incluso había logrado tomar la calle que, en principio, quería defender con uñas y dientes el Sevilla.
Chapina y su famosa curva fueron ya territorio para el lucimiento bético. Con los puentes atestados, los aficionados de uno y otro equipo intentaban insuflar ánimos. Pero la regata estaba más que decidida. Antes de llegar al puente de Triana y ya ganada la calle de Sevilla, el capitán del Betis, Gaspar Company, pidió calma: "¡Tranquilos, tranquilos!". Los verdiblancos respondían a una con una remada limpísima y rítmica, mientras que la hoguera de cada palada en el agua hacía más profunda la herida rojiblanca, aunque el Sevilla, sabiéndose derrotado, no bajó el ritmo. Por San Telmo, la ventaja era ya de 19 segundos, una eternidad que logró recortar el Sevilla a base de corazón. La suerte estaba echada y en el Muelle de Nueva York fue donde se escribió la crónica de un bote de leyenda, en verdiblanco.
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