Fracaso con nombre propio

Lopera, cada día más repudiado por el beticismo, verdugo y víctima al actuar por la voluntad de éste y llevar al Betis de nuevo a Segunda con sus decisiones y sus fichajes faraónicos

Javier Mérida / Sevilla

02 de junio 2009 - 05:02

Manuel Ruiz de Lopera es un dirigente fracasado. Descender dos veces con el Betis, ambas de forma ominosa, no está al alcance de cualquiera y él lo ha conseguido. Tras visar el éxito en junio de 2005, quiso agrandar su figura omnímoda y populista y, rodeado de una cohorte de mediocres con el sí siempre a punto en los labios, fue denigrando la imagen y el potencial del Betis en todos sus apartados hasta conducirlo de nuevo a Segunda División.

Acorralado por los jueces, los periodistas y hasta su propia afición, cada día más decidió gobernar por la voluntad popular en lugar de por el bien popular, única manera de justificarse. "He traído y hecho todo lo que me han pedido". Su frase predilecta pasó de las musas al teatro y, aunque tarde y mal, se dejó aconsejar a medias. Renovar a Paco Chaparro como entrenador y gastarse millones de euros -algunos derrochados- en futbolistas tras vociferar una economía de guerra fue todo uno. Una vez más, actuó a impulsos, huyó hacia adelante y apenas invirtió en dotar al club de un núcleo estructural sólido. Cada día más alejado del Betis y su realidad, sorteando a saltos los reveses judiciales y sin dar la cara en el palco, el club y el equipo fueron títeres en manos de sus rivales naturales y hasta de otros de medio pelo que dejó crecer a su lado.

El equipo, además, empezó mal. Chaparro tardó en dar con la tecla y los resultados se tardaron en llegar y se fueron muy rápidamente. El entrenador quiso hacer de presidente en el club y olvidó un tanto al equipo. Encima, no encontró respaldo de Lopera cuando Xisco se le rebeló y hubo de contar con él casi por obligación. Eso lo desacreditó un tanto en el vestuario, pero en febrero llegó la victoria en el derbi (1-2) y la pesadilla pareció acabar. Chaparro se vino arriba, el equipo se le vino abajo y José León y Manuel Momparlet, quienes lo estaban esperando, urdieron, junto a otros empleados del club, su destitución tras cinco empates consecutivos pero con el equipo decimosexto clasificado.

Chaparro cometió errores en alineaciones y sustituciones, ya que apenas las efectuaba o las hacía sin convencimiento, pero no tenía al vestuario en contra. Sus opositores, casi todo el club tras un desgaste infinito, propugnaron a José María Nogués una vez la grada, como anhelaba Lopera, le pidió hasta por dos veces la cabeza de Chaparro. Éste, una vez más, se dejó aconsejar mal y dio el equipo a un hombre que demostraría no estar a la altura del reto exigido: dejar al Betis donde lo había encontrado. Sólo eso.

Pero el equipo, cada día con menos alma, no creyó en nada ni en nadie. Se vio solo y poco exigido. No apretó ni lo apretaron. Sólo vio billetes inalcanzables a su alrededor y se hundió con Lopera.

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