Epílogo fiel al ejercicio (2-3)

El Sevilla cierra un curso extraño con todo lo que podía conseguir en la última jornada, un quinto puesto del que no baja en los últimos seis años · Negredo brilla y el sistema defensivo sufre otra vez

Foto: EFE
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Jesús Alba / Cornellà (Barcelona) / Enviado Especial

22 de mayo 2011 - 00:12

El Sevilla echó el telón de una temporada que sus aficionados jamás olvidarán y sus rectores tampoco. Primero, y antes que nada, porque pese a todo, pese a los nervios y los sofocones que produjo, significa que el club que tiene su sede en el barrio de Nervión logra otro de esos hitos a los que a José María del Nido, su presidente, le gusta recurrir. Seis temporadas consecutivas sin bajar del quinto puesto es algo de lo que presumir tanto o más que de ocho temporadas seguidas en Europa. Esto último lo consiguió el equipo de Manzano la noche en la que Kanoute, aún con su padre en vida, le metía dos cabezazos a la Real Sociedad. Ayer, con el franco-malí aún llorando la pérdida de su progenitor y sin faltar a su cita con el gol para dedicárselo, tomaba el relevo un Negredo engrandecido y metido en figura. El vallecano tiró de su equipo con dos golazos con mayúsculas en momentos clave que prácticamente acabaron siendo la compensación necesaria de -una vez más- un desastre defensivo.

De todas formas, no había que extrañarse. El duelo de Cornellà fue, a manera de epílogo, un resumen fiel de lo que ha sido la temporada del Sevilla. Pólvora en cantidad y calidad arriba, propia de un equipo grande, y un sistema defensivo fácilmente vulnerable. Hasta el último rival que tuvo enfrente el once de Manzano, aun sin jugarse nada clasificatoriamente hablando, atrincheró a un grupo de jugadores que aspiraban a acabar un puesto más arriba de lo que al final lo hacen, en Champions. Pero eso ya pasó. Será en un nuevo intento de la mano de otro entrenador cuya identidad ha de saberse pronto para que se ponga a trabajar y no ocurra lo de este ejercicio que, al final, no acaba tan mal del todo.

Y ahora sí, ahora es tiempo de repasar cada una de las semanas del año desde que se empezó a parir la planificación deportiva de una temporada que era importante, hasta todas las decisiones que, de parte de unos y de otros, fueron llegando después. El resultado que salió de la coctelera fue un ejercicio extraño, lleno de nervios que al final se ha terminado de la mejor manera posible porque, además, el triple empate con Atlético y Athletic se alió con los blancos, ayer de rojo.

Pero el partido, loco en su amplitud por su inoperancia defensiva, se le puso muy pronto de cara al equipo de Manzano gracias a una preciosidad de gol prácticamente sin haber roto a sudar de Negredo. El vallecano empezaba a coronar una temporada fantástica cuando le vino un balón a su derecha y, sin pensárselo, lo puso en la escuadra contraria dándole al golpeo la parábola perfecta. Alfaro había puesto firma a la jugada, la verdad sea dicha que con la colaboración de Chica, pero viniendo a retomar un recurrente debate que el entrenador, entre tantas justificaciones, jamás explicó. ¿Por qué no jugó más este futbolista? De todas maneras, luego se diluyó y ni él ni el esperado Luis Alberto brillaron más que para aparecer en un gol cada uno porque, entre otras cosas, el Sevilla, pese a hacer tres tantos, llegó muy poco a la porteía que ayer no defendía Kameni sino Cristian Álvarez.

Ese inicio fulgurante de los sevillistas no tuvo continuidad por una sencilla razón y por prácticamente un culpable, Romaric, absolutamente permisivo con cualquier futbolista vestido de blanquiazul que rondase con el balón en los pies a tres metros en su derredor. Y se sucedían oleadas espanyolistas, muchas de ellas provocadas por una pérdida suya en un mal control o por quedarse clavado cuando algún compañero buscaba su desmarque. Si Javi Varas llegó al descanso con su portería a cero, fue por un milagro y por la nefasta puntería de los delanteros locales. También Medel hizo lo suyo, pues tratando de mantener el tipo junto a Escudé, creció hasta unos centímetros para sacar un balón de gol colgándose del larguero. Pero era lo de siempre: una defensa de mantequilla y un ataque poderoso. Y ésa era la explicación para que, con la ley del mínimo esfuerzo, el Sevilla se fuera al descanso con una ventaja incluso más amplia. En una de las pocas veces en que Romaric enseñó algo de su talento se asoció con otro que está sobrado de esta virtud, Luis Alberto, para que el gol lo marcara, ¿quién si no? Kanoute.

Los rivales por evitar la séptima plaza ganaban y ello obligaba a salir victorioso de un estadio que, ansioso por despedir a De la Peña, pasaba de criticar a su directiva a homenajear a Puerta y Jarque, mientras los suyos encerraban cada vez más al Sevilla. La segunda parte se inició ya con el primer aviso de Osvaldo y las distancias se recortaban tanto como para pensar en serio en sacudirse el dominio, pero Romaric apenas apretaba el ritmo en la presión y tenía que ser Negredo el que le diera un empujoncito más a ese objetivo que el equipo se había puesto antes de afrontar esta última jornada. El 1-3 parecía que iba a ser definitivo, pero, fiel a su filosofía, el Sevilla no iba a dejar de recibir dos goles fuera de casa. Al final, hubo respiro hondo y ahora, con aire en los cerebros, a pensar.

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