La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El rey brilla al defender lo obvio
espanyol - sevilla · la crónica
Debido a que en esta ciudad en lo futbolístico la anécdota es más importante a menudo que el núcleo, en una semana en la que el número de tarjetas amarillas de Rakitic parecía que podía incluso dejar en segundo plano a la gravísima situación en la que llegaban al fin de semana tanto el Sevilla como su entrenador, el crédito de Emery emergió de manera autoritaria con una victoria en Cornellà que pasa a la historia del club como el primer triunfo liguero fuera con el de Fuenterrabía al mando desde su llegada y que acaba con una pesadilla de más de un año sin ganar.
Porque, con la presencia de Rakitic o sin ella ante el Betis, el que de verdad se la jugaba ante el Espanyol era el Sevilla y quien a decir verdad estaba apercibido de sanción para ese choque era su entrenador, que fue en realidad el que se limpió de tarjetas y respiró tranquilo con vistas al parón liguero y al bonito duelo -como todos los derbis- que se vivirá en el Sánchez-Pizjuán a la vuelta de los compromisos internacionales.
Y, paradójicamente, por primera vez le salió todo al guipuzcoano el día que no fue fiel a su "concepto", a esa idea de fútbol tan pura que promueve desde la superioridad que pretende implantar primando, por encima de otras cosas también necesarias como se ha podido comprobar, la alegría en ataque. Le salió todo a Emery el día que Beto no tenía la consigna de sacar el balón desde atrás como el Barcelona de Guardiola sino de hacerlo al voleón, incluso muchas veces a la inglesa (con el portero fuera del área). Sin embargo, la única vez que el portugués quiso salir con pulcritud el balón acabó en su portería. Y firmó Emery su primer triunfo fuera precisamente el día que volvió a ubicar a dos medios centro por detrás de Rakitic. Iborra y Carriço, la misma pareja de Valladolid aunque con defensa de dos centrales en vez de tres, y luego Cristóforo dotaron al Sevilla en situaciones comprometidas de un empaque del que carece, por ejemplo, con la anarquía de M'Bia y, mucho más, si además está acompañado de Rakitic en esa línea.
Bajo esos dos simples retoques, que no son tan simples y que tanto deben traicionar el concepto de Emery, el Sevilla dominó, aunque sólo fuera en fases, un encuentro que tampoco, utilizando una expresión coloquial, fue para tirar cohetes. Paradójicamente, en especial la primera mitad fue bastante pobre pese a que fueron los minutos en los que los ayer de rojo apoyando a los compañeros de El Correo (bonito gesto) gestaron el ansiado triunfo. El Sevilla se encontró con una ventaja que recordaba al partido de Pucela a los diez minutos de juego, en dos jugadas de estrategia en las que aprovechó la envergadura de Fazio y la debilidad defensiva del rival. Porque la primera parte de los de Emery fue mala y de ahí que el fantasma de Valladolid rondara por la cabeza de todos los sevillistas que veían cómo el Espanyol se crecía a medida que quien mandaba en el marcador reculaba. Y no es que flaqueara sólo en defensa el once nervionense, sobre todo por el costado en el que se juntaban Nico Pareja y Alberto Moreno, sino que la superioridad en ataque no era nada fluida en el juego combinativo. A lo mejor porque entre los retoques de Emery en busca de esa seguridad también estaba el jugar con el freno de mano echado de algunos hombres (quizá los laterales), o porque de verdad Rakitic no brilla según qué casos en esa zona de mediapuntas. A lo mejor.
Pero tampoco había por qué repudiar lo que por una vez el fútbol estaba premiando a los de Emery. Con Jairo desaparecido y Bacca, todavía más, el Sevilla sólo creaba peligro a balón parado, hasta que el Espanyol fue captando que el miedo se iba apoderando de sus oponentes, a los que les empezaban a temblar las piernas quizá pensando en lo ocurrido en Valladolid. El gol de Sergio García metió el miedo en el cuerpo a un once sevillista que empezaba, pese a sus dos pivotes defensivos, a parecerse al Sevilla de casi siempre. Un balón regalado por Beto con el pie en el intento de sacarlo con limpieza, una pésima gestión del desarrollo de la jugada de Pareja y Alberto Moreno y marcharse al descanso con la incertidumbre sobre si de nuevo no sería capaz de mantener la ventaja hasta el minuto 90.
Pero fue tras la lesión de Pareja con sólo unos minutitos jugados de la segunda mitad, cuando el Sevilla empezó de verdad a jugar a lo práctico. Carriço, un jugador menos dinámico en la traslación pero tremendamente listo, ocupó la posición de central zurdo con la salida de Cristóforo y el Sevilla se fue asentando en el campo pese a que Javier Aguirre había propuesto vértigo con la velocidad de Córdoba y Thievy para romper el partido.
Y así, se pudo comprobar que el Sevilla, como todos los equipos que no son ni el Barcelona ni el Real Madrid, juega más a gusto a la contra y fomentando los espacios del rival. Empezaron a aparecer futbolistas invisibles durante toda la primera mitad, como Jairo y Bacca, y fue el colombiano el que decidió con una espectacular jugada en la que aprovechó que estaba fresco tras una primera mitad sin apenas aparecer. Antes, también es cierto y es justo reseñarlo, Beto evitó el empate cubriendo con el pecho una jugada en la que Córdoba le atacó a Fazio donde más sufre, pero el disparo de Víctor Sánchez se encontró al portugués. Ese balón, aislado y casi sin protagonismo en el conjunto de un 1-3, pudo significar muchas cosas (y graves) en el Sevilla, porque mandar al limbo por segunda vez un 0-2 no se sabe muy bien si hubiera sido un trance que Emery hubiera aguantado.
La maniobra y la aceleración de Bacca -espectaculares ambas- sirvieron para que el entrenador se limpiara de tarjetas de cara al próximo derbi. Un Sevilla-Betis en el que no faltarán ni Rakitic... ni tampoco Emery.
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