Cuestión de fe y de necesidad
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El Sevilla acude al Bernabéu con la utópica intención de curar allí su estigma de no haber ganado fuera
Hoy es Domingo de Ramos... y todavía no ha ganado fuera de casa el Sevilla. Han ido pasando las estaciones, las fechas señaladas en el calendario emocional de la ciudad, y el Sevilla no ha torcido su feo destino como viajero. Dejó atrás el verano, la vendimia, San Miguel y San Andrés, la Pascua de Navidad, la Pascua de Epifanía... Está resistiéndose a morir el invierno, asoma ya la primavera y con ella la Pascua de Resurrección... Y el Sevilla aún no le ha hecho la pascua a ningún equipo de la Liga española después de tocar, amablemente, su puerta para pasar. Por ello, pensar que hoy, mientras suenan los tambores y cornetas, que sonarán pese a los agoreros, va a curar por fin su estigma de huésped bonachón, precisamente hoy que visita el Santiago Bernabéu, es para tener una fe a prueba de demonios.
Del tinto de verano al mosto pasando por el vino generoso y la refrescante cerveza, el aficionado sevillista, sentado ante el televisor, ha ido cambiando de bebedizo para conciliarse consigo mismo en lugar de maldecirse por sufrir otra decepción ante un equipo pusilánime e incapaz de decir basta ya. Apenas un par de amagos, no obstante, mantienen aún la esperanza. El dechado de hombría en el Vicente Calderón, con diez hombres durante más de media hora, y la demostración de arrojo en Vallecas, donde se topó con su propia miseria viajera para darse de bruces de nuevo con la frustración, han bastado para que el aficionado haga un hueco hoy con la peregrina idea de cantar victoria, por fin, a pesar de que el escenario es el Santiago Bernabéu. Porque este equipo tiene algo, ese gen competitivo, que invita a creer siempre en él. Ante cualquier rival, en cualquier escenario.
El problema para que esa esperanza se traduzca en realidad es que Unai Emery tiene auténticos problemas para configurar un once titular de garantías. Dirán sus críticos que tiene fondo de armario bastante, que la plantilla es muy superior a su gestión de la misma o incluso que si llega a estas alturas del calendario sin varios de sus pesos pesados es por no haber dado descanso a los hombres que más confianza le inspiran. Pero es que el Sevilla no ha tenido ni una semana limpia, sin partido, desde que apareció el año 2016 en el calendario. Mentira, incluso desde antes, pues la primera jornada después del parón navideño fue el 30 de diciembre del pasado año... Una circunstancia que sólo ha compartido con el Valencia, hasta el pasado jueves. Y está vivito y coleando en las tres competiciones, algo de lo que sólo puede presumir el Barcelona, que sí ha gozado de una semana de descanso por el distinto esquema competitivo de la Champions.
El Real Madrid se ha beneficiado de este esquema y, mientras que el Sevilla tuvo que jugar el jueves, ha disfrutado de una larga, y fructífera según Zidane, semana de entrenamiento, sin partido. Y éste es otro inconveniente que debe paliar, sacando fuerzas de flaqueza, Emery, que ve a sus jugadores, a los que pueden jugar se supone, extramotivados. En cierto modo, las bajas por sanción de Sergio Ramos y Pepe medio equilibran las de N'Zonzi, Vitolo, Konoplyanka y Banega. Krohn-Dehli acabó fundido muscularmente el jueves y Krychowiak volvió a comparecer después de casi dos meses para empezar a sumar de nuevo. Y con lo que tiene, el técnico sevillista debe aprovechar el supuesto mal momento de un Madrid a la que la Liga se le puede hacer muy larga para intentar volver a convertir el Bernabéu en otro plebiscito contra Florentino.
Afortunadamente, en el sistema defensivo Emery cuenta con todos sus efectivos y por ahí puede empezar a minar el campo para intentar sorprender a la contra al equipo de Zidane, que también tiene la obligación de justificar la apuesta del presidente madridista en él. Pero lo del Sevilla es algo más que eso. Porque, aparte de tener que tirar de fe, lo suyo es una cuestión de necesidad. Si quiere seguir pujando por el quinto puesto, tiene que obligarse a ganar, aunque sea en el Santiago Bernabéu. Ésa es la realidad de la blanca fe sevillista.
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