DEPORTE
Sevilla, preparada para la Carrera Nocturna

Crónica de un amor imposible

sevilla f.c.

Sólo la regularidad en la zona de Champions, el sostén de las ambiciones de este Sevilla, mantuvo a Jiménez a salvo de las perennes críticas por el juego y los fracasos en días señalados

Jiménez, en uno de su habituales gestos desde el área técnica durante el partido ante el Deportivo, en la vuelta de los cuartos de la Copa del Rey.
Juan Antonio Solís / Sevilla

25 de marzo 2010 - 05:02

Sólo una persona ha vestido más veces la camiseta blanca del Sevilla en la Liga que Juan Arza y Campanal II. Se llama Manuel, se apellida Jiménez y hoy es, sin duda, el sevillista más dolido del mundo. Incluso cuando batió ese récord (354 partidos, 345 de ellos como titular) más de un aficionado de rancio abolengo, sotto voce, lamentaba en las mismas tripas de Nervión que el bueno de Manolo quedara para los anales por encima de dos leyendas como son el Niño de Oro y Marcelo. ¿Por qué esas reticencias? ¿Por su perfil bajo? ¿Por su cara de temporero del verdeo? Jiménez ha ejemplificado como pocos eso tan español de valorar mucho más lo de fuera que lo de casa. Esa imagen tan familiar, tan distante del glamour, fue de salida un hándicap a los ojos del entorno, de los aficionados y de la prensa. Parecía que Manolo estaba de prestado en el vestuario del Sevilla, de su Sevilla. Y todo su crédito ha reposado en la estabilidad del equipo en la zona de Champions. Cuando se ha desbancado de la misma, se ha quedado sin argumento alguno ante sus errores, que no han sido pocos.

Para debutar, un 'miura'

Es moneda común en nuestro fútbol que los técnicos de la casa tengan que saltar a la arena por las bravas, en unas circustancias muy lejanas a las que dibujan en sus más dulces sueños. Y Jiménez, que no fue ajeno a esta constante, debutó con picadores en una plaza de primera y con miuras resabiados. El 28 de octubre de 2007 tomó las riendas encantado de la vida. Entró a un vestuario roto en mil pedazos por la muerte de Antonio Puerta y la fuga intempestiva de Juande. Junto a él, su ayudante en ese filial al que condujo hasta Segunda A, Antonio Calderón, que entró en detrimento de otro Antonio, Álvarez.

Ese Sevilla era decimocuarto y recibía al Valencia de Quique. Los blancos golearon (3-0), y una semana después también se impusieron al Real Madrid (2-0), pero durante la primera vuelta y el arranque de la segunda, la trayectoria fue muy irregular. La defensa flaqueaba demasiado, sobre todo a balón parado.

Con la entrada en 2008, el equipo subió un peldaño en sus prestaciones. Venció al Betis con rotundidad (3-0) y fue encontrando un trazo en su juego, se fue armando atrás y se mostró temible fuera de casa: en la segunda vuelta, ganó a domicilio a Recreativo, Espanyol, Valencia, Mallorca, Racing y Betis.

Nació el Sevilla de Jiménez. El que tan bien respondía en el día a día de la Liga... pero que tanto fallaba en los días señalaítos. Porque erró en la eliminatoria de octavos de Champions ante el Fenerbahçe, también en el duelo directo ante el Atlético para repetir en la máxima competición europea (1-2) y de nuevo en Nervión, ante el Almería (1-4) cuando se entreabría otra vez la puerta de la Liga de Campeones. La historia del sí pero no con que la afición ha visto a Jiménez empezó a escribirse entonces.

Al de Arahal, que parecía más fuera que dentro tras el 1-4 del Almería, lo salvaron sus 12 puntos de 12 en los cuatro últimos partidos de Liga. Del Nido y Monchi no eran ajenos a las reticencias de buena parte de la afición, pero renovaron por un año al arahalense. Valoraron que en la segunda vuelta el equipo sumó 38 puntos, una cosecha de Champions.

A pesar del enorme lastre que se encontró a su llegada, Jiménez estuvo a puntito de llevar al equipo al más preciado objetivo. Y esa fiabilidad era una virtud nuclear para un proyecto como el de este Sevilla, necesitado de una estabilidad de varios años en la azotea del fútbol español para asentarse y sostener una masa salarial en la que cualquier jugador gana 1,2 millones de euros anuales.

Gran salida de tacos

Ese verano de 2008, muchos aún seguían viendo a Jiménez de prestado en el banquillo sevillista. Tenía que ganarse más crédito. Y de paso que el Sevilla jugara mejor, que recordara al vistoso que dirigió Juande. Flotaba en el ambiente que si el equipo no arrancaba bien, al técnico se le agotaría bien prontito ese crédito. No apareció el brillo, pero llovieron los puntos. No perdió su primer partido de Liga hasta la octava jornada, después del 3-4 en el Bernabéu regresó a la zona de Champions y ya no la abandonó hasta el final de la Liga. Desde la decimoctava jornada hasta la última fue tercero, otro alarde de regularidad en la Liga, que es el pan de casa. El Atlético apretó hasta el penúltimo partido, el del gol de Perotti al Deportivo.

En condiciones normales, ese plácido trayecto a la sombra de Barcelona y Real Madrid hubiera supuesto la consagración definitiva de Jiménez ante sus aficionados, pero apenas mejoró su imagen: su proyecto fue igual de persistente en sus virtudes como en sus defectos. Y si el año anterior cayó en Europa ante un inferior como era el Fenerbahçe, en la UEFA la eliminación fue aún más cruenta ante la Sampdoria en la fase de grupos. En la Copa, más sal a la herida con el sonrojante 3-0 de San Mamés en la vuelta de las semifinales.

Más borrones en días señalados: el derbi ante el Betis en Nervión (1-2) y sobre todo el 2-4 ante el Real Madrid de Juande Ramos, cuando resonó ya con fuerza el "¡Jiménez, vete ya!". En ambas ocasiones, los sevillistas se rehicieron en la siguiente jornada, ante Espanyol y Villarreal, el tren no descarriló y llegó a la estación de los ladrillos de oro, la de la Champions.

Por supuesto, a medida que el Sevilla se asentaba en la Liga pero no convencía en su juego y fracasaba en los partidos grandes, el debate sobre Jiménez crecía y se extendía por todos los cenáculos sevillistas. También en periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión locales. Jiménez siempre ha tenido que convivir con el recuerdo de los cinco títulos en 15 meses, un brillo plateado que ha dificultado la valoración de sus logros per se, contextualizados dentro de la historia global del club y no circunscritos al reciente periodo de gloria. Por eso, la segunda renovación de Jiménez contó aún con más voces contrarias que la primera: el debate acentuó la postura de los críticos. La espiral fue imparable.

Un desgaste mayúsculo

Dicen que no hay dos sin tres, y menos en el tozudo Sevilla de Jiménez, que remarcó su trazo en el comienzo de esta temporada. La notable cuenta de resultados, tanto en Liga como en Champions, deparó al principio espectáculo (Athletic, Real Madrid, Glasgow Rangers), pero pronto volvió el equipo a las andadas. El manual de Jiménez depara equipos mucho más seguros como visitantes que como locales, y sus reiterados tropiezos ante Málaga, Valladolid, Getafe y Racing en Nervión le hicieron perder pie con la cabeza.

A eso se unió la plaga de bajas y ni siquiera lo que debía ser una noticia ideal para recobrar autoestima y moral, la clasificación para una final de Copa, echó una mano a un técnico cada vez más cuestionado: las fatigas de la semifinal en Getafe enfriaron muchísimo la alegría por el pase. El palo ante el CSKA fue un directo al hígado que dejó groggy al arahalense y su único asidero, la respuesta en la Liga, se rompió. Cuando las aguas se calmen y el tiempo lo contextualice todo, acaso Jiménez tenga un juicio más sosegado. Se lo merece.

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