La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
¡Chapó para el rojo y blanco! En noche de sombreros, mascotas y demás parientes y afectos, hay que destocarse ante el espectáculo de dos aficiones con una acusadísima personalidad. Dos hinchadas que no se jaman, pero que, intercambio de dardos al margen, se comportaron de forma soberbia. Los ganadores supieron ganar y los perdedores supieron perder. ¡Chapeau!
En el mejor escenario posible, el coliseo más grande de Europa, se vio una finalísima de letras doradas entre dos grandes de España. Dos grandes con mayúsculas. Y sus hinchadas respondieron a lo desarrollado en el terreno de juego, en esa misma arena donde realiza sus mejores exhibiciones el mejor equipo del mundo, ese mismo que no podrá coronarse como gigante continental porque en el mercantilizado fútbol de la actualidad, como si fuera el brazo alargado de la sociedad de consumo que, dicen, está en crisis, mandan los resultados, los números, los estadillos de contabilidad. El mismo en el que Eto'o jugó de lateral derecho para darle la razón al matemático Mourinho. Ayer los números quedaron al margen, sólo espectáculo, como en un homenaje al campeón de Liga y a su fútbol.
Quizás Barcelona estaba demasiado lejos para los sevillistas, pero éstos no entienden de kilómetros ni de distancias. En minoría, multiplicaron su voces para medirlas con las de otra afición muy pasional. No se llevan muy bien porque ambas presumen de ser las mejores de España en cuanto a coreografías y puestas en escena, las más cantarinas. Ayer, desde luego, se echaron un pulso precioso. ¡Qué espectáculo coral y visual! ¡Qué duelo! Como dos polos opuestos, se atraían en soniquetes similares, con contenidos contradictorios. Y con pique, y con algún que otro insulto. También va esto con el fútbol. Sevillistas y atléticos no tienen nada de políticamente correctos, salvo en una cosa: le dedicaron al Rey de España, convaleciente aún de su operación, un coreadísimo himno nacional. En el mismo marco donde Vázquez Montalbán ubicó el ejército sin armas del nacionalismo catalán. Nada que ver con el penoso espectáculo del año pasado en Mestalla, donde azulgrana y bilbaínos se unieron en todo lo contrario, en afear la muy graciosa marcha dieciochesca del cuerpo real de granaderos.
Fue un enfrentamiento tremendo. Fútbol puro en la grada, con cientos de miles de pulsaciones desbocadas por la pasión. Pasión blanquirroja, rojiblanca, blanca y roja. Había más atléticos por aquel bofetón que le dio la RFEF al Sevilla. Dicen que para hacer caja. También que para acoger a dos masas sociales enormes y entregadas con sus equipos. Y ganaron los que eran menos. Al cuerno las matemáticas.
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