Más europeístas que nunca
Eurocopa de Naciones
El espíritu de la Eurocopa más comunitaria, con sedes repartidas en 11 países, alimenta el propósito de que el torneo acelere la ansiada vuelta a “la normalidad”
Sevilla, tras el paso al lado de Bilbao, recupera la mística del ‘jugador número 12’ para impulsar a una selección española que no concita una confianza unánime
Si algo estamos sacando en claro los humanos en este último año y medio, es que somos mucho más frágiles aún de lo que pensábamos. Ese convencimiento seguro que palpita en la mente de cada sevillano que estos días se ha ido acercando al Estadio de La Cartuja para vacunarse. Con el mismo recogimiento y respeto de quien entra en una iglesia, cada uno de esos sevillanos, al acercarse al enorme recinto, toma parte en el larguísimo partido que acabaremos ganando a la pandemia. Un partido que también jugamos en Córdoba, Granada, Cádiz. O Barcelona. O Ámsterdam.
Y mientras desfila la gente por las tripas del imponente recinto de La Cartuja en una interminable cola para ser inmunizada, los operarios se afanan en el atrezzo para la Eurocopa. No cabe más simbolismo en la escena: primero la salud, luego recuperar la normalidad para, por ejemplo, despertar esas pasiones aletargadas. Y el deporte, una vez más, obrará como turbina que acelere esa ansiada vuelta a lo cotidiano. Al trasiego de gente. Y de turistas. Nada mejor que un gran acontecimiento, de seguimiento masivo, para convencernos de que, mientras le ganamos el partido al Covid, volvemos a asomarnos a la vida a pleno pulmón.
La pandemia también ha borrado las fronteras de nuestras conciencias. Justo lo que encendió la llama en la voluminosa cabeza de Michel Platini cuando el 30 de junio de 2012, poco antes de que la selección de España laminara a los italianos en la final de Kiev, propuso al Comité Ejecutivo de la UEFA una Eurocopa 2020 con sedes repartidas por todo el continente para conmemorar el 60 aniversario de la competición.
No puede ser más oportuna la vocación europeísta, la propuesta integradora, el mensaje aperturista. Un proyecto totalmente innovador para una sola edición del torneo, que luego volverá a su formato tradicional con Alemania como organizador en 2024.
Se presentaron 19 candidaturas. Entre ellas estaba Bilbao con su nuevo y vanguardista San Mamés. Aunque en España, además de la capital vizcaína, se postularon Madrid con La Peineta, ahora transformado en el Metropolitano, Barcelona con Cornellá-El Prat y Valencia con Mestalla, San Mamés fue el elegido ante la retirada de los otros.
La pandemia cambió las reglas del juego y por el nuevo filtro no ha pasado Bilbao. Las nuevas exigencias sobre porcentaje de espectadores hicieron que el pasado abril la ciudad vasca y Dublín se cayeran del cartel y fueran remplazadas por Sevilla y Londres.
La Junta de Andalucía, en la línea de recuperar el uso de La Cartuja con señalados eventos deportivos como la final de la Copa del Rey, se movió con agilidad y el infrautilizado estadio será el escenario de los primeros partidos de España y de uno de octavos de final. Un mínimo de 16.000 espectadores, de los 60.000 que puede albergar el coliseo, podrán señalar el camino de una progresiva vuelta a “la normalidad”.
Si la primera decisión de la RFEF a favor de Bilbao generó polémica en el País Vasco y su lehendakari, Íñigo Urkullu, pidió que la selección de Euskadi actuara como anfitriona de la competición, la opción de Sevilla también lo ha hecho. El gobierno vasco consideró que tras ella podía haber un “cariz político”.
24 selecciones
Junto a Sevilla y Londres, que acogerá la gran final el 11 de julio en Wembley, las 24 selecciones repartidas en seis grupos jugarán en Copenhague, Bucarest, Amsterdam, Budapest, Glasgow, Múnich, Bakú, Roma y San Petersburgo.
Polémicas al margen, la Eurocopa dejará en Sevilla, calcula su Ayuntamiento, un impacto directo de 61 millones de euros por los gastos en el sector turístico, cifra que superará, siempre según sus previsiones, los 200 millones, añadiendo la repercusión mediática por la retransmisión de los partidos, que seguirán unos 5.000 millones de espectadores. El torneo debe obrar como una turbina que, con su energía, ayude a reactivar la actividad comercial de la ciudad. Así lo proclamaron en su día los políticos.
Y eso que, de salida, el altísimo precio de las entradas y la obligatoriedad de presentar un PCR o una prueba de antígenos para acceder al estadio no ayuda. Para más inri, la selección española no está alimentando la ilusión de sus seguidores, conscientes de que Francia o Inglaterra son hoy superiores y que Portugal o Bélgica también lo pueden ser. Las dudas cercan al extraño equipo que ha confirmado Luis Enrique, con más jugadores procedentes de ligas extranjeras que de la Liga, sin el gran emblema que hoy representa Sergio Ramos y ni un solo representante del Real Madrid. Y encima llegaron los positivos por Covid del capitán, Sergio Busquets, y de Diego Llorente para enturbiarlo todo aún más.
La convocatoria ha avivado un encendido debate, desde la portería hasta la defensa y acabando en la delantera. Faltan jugadores top en todas las líneas, faltan referentes y se dejan ver jugadores a los que la afición no les pone ni cara. La despersonalización podría enfriar a la gente. Pero hablamos del número 12.
España vivió momentos mejores, no cabe duda, y la palabra transición gobierna sus pasos a pesar del reciente 6-0 a Alemania en Sevilla. Entonces fue a puerta cerrada, los días 14 de junio (ante Suecia), 19 (Polonia) y 23 (Eslovaquia) muchos de los 16.000 espectadores encarnarán el espíritu del jugador número 12 para que La Roja se sienta como en aquella final de Kiev ante los italianos (4-0) el 1 de julio de 2012, días después de que Michel Platini ideara un torneo que, con el Turquía-Italia de este viernes, cristaliza con un año de retraso. Será el torneo más europeísta que vieron los tiempos.
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