Carlos Alcaraz, ¡viva la madre (de Triana) que te parió!

La conquista del murciano en Roland Garros consagra a un grande con su poquito de sangre sevillana

Las raíces sevillanas de Carlos Alcaraz

Carlos Alcaraz abraza a sus padres tras conquistar París este domingo.
Carlos Alcaraz abraza a sus padres tras conquistar París este domingo. / Yoan Valat / Efe

PARALIZAR España entera a su edad sólo está al alcance de los más grandes. Sobre la tierra de París, la clase de un murciano con su puntito de sevillanía en la sangre llevó a un país a volver a sentir ese pellizco en el estómago que sólo han podido provocar gente como Miguel Induráin o Rafa Nadal.

El tenis de Carlitos recuperó para muchos aquellos veranos en los que desde todos los hogares de la piel de toro se empujaba desde el televisor a Perico Delgado en sus subidas al Tourmalet o a los Sánchez Vicario en cada golpe de raqueta. El orgullo español vuelve. La plata de los chicos de Díaz-Miguel en los Juegos de Los Ángeles ante la USA de un tal Michael Jordan o el derechazo de Iniesta en Johannesburgo. La memoria salta en estos casos y, como dice Paquiño Correal, te devuelve adonde estabas. El cerebro no olvida los detalles de los días felices.

Suena el himno de España en París el día de las elecciones europeas y desde Jiménez Aranda a San Jorge y Castilla hay una parte de ese corazón salvaje moldeado en Murcia, adonde su abuelo emigró, como el fotógrafo Juan Antonio Hurtado, para poner en marcha El Corte Inglés.

Alcaraz encarna el ejemplo de cómo un sueño, cuando se desea de verdad, bien dirigido y encauzado y cultivado con constancia y humildad, te pega cuando menos esperas el aldabonazo en la puerta.

La obra en Roland Garros confirma la entrada entre los grandes de un campeón de los pies a la cabeza. La fuerza mental del Nadal más machacón, su maestro y espejo, las piernas de un velocista para llegar a las bolas más increíbles, la maestría en la dejada que superaría al mejor Andrés Gimeno, el ingenio para esconder el golpe hasta el último momento o la ametralladora que tiene por derecha cuando otea el fondo de la pista.

Y lo mejor de todo, 21 veranos (ay, esos veranos vibrando delante de la tele...) y el hambre con el que promete comerse cada bola durante muchos años. ¡Viva la madre que te parió, doña Virginia Garfia!

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