Capel agranda la leyenda
Puerta recibió el mejor homenaje posible, el primer título desde su trágico adiós, y tuvo que ser en la noche mágica de los zurdos: el dorsal 16 abrió la ventana del cielo
Estaba en la mente de todos, en las charlas del vestuario, en las arengas privadas de la intimidad mientras se ajustan las espinillas. Estaba impregnado en la personalidad de todos, hasta en el tendón de Aquiles roto de Dragutinovic. Y todos estaban deseando llorar, con la más profunda y herida de las emociones, de auténtico gozo. Todos querían abrir de par en par el cielo para abrazarse a él y dedicarle un título, uno al menos, para devolverle toda la gloria que él empezó a encauzar cierta noche de abril, Jueves de Feria con mayúsculas en la historia del Sevilla. Y fue otro zurdo, otro jugador salido, moldeado en la carretera de Utrera, justo donde ya luce su efigie broncínea, quien abrió la gesta con un gol marcado con el alma. Y tuvo que ser el heredero del dorsal 16 quien uniera tierra y cielo con un zurdazo tremendo, salido del corazón, de todos los corazones sevillistas.
Diego Capel agrandó la leyenda de ese número en una noche mágica de los zurdos. Desde Antonio Álvarez a Luna, un novillero que va para torero grande y que se encontró en su debut con picadores una miurada, otro zurdo enfrente, otro estilete salido de la mismísima Utrera: José Antonio Reyes.
La Virgen de Consolación tendrá un gran pañuelo de lágrimas para Reyes, que ayer se reivindicó como la mejor arma del Atlético, y que podría haber escrito esta historia de otra forma de no encontrarse enfrente con Luna, con las coberturas de Diego Capel, con la firme apuesta de Antonio Álvarez por confiar en un joven chaval de 19 años. Luna devolvió la confianza depositada y Álvarez se ganó el crédito que se busca para este banquillo que parecía sin dueño. Todo eso lo encauzó Diego Capel con su zurdazo a los cinco minutos de juego y todo lo amarró Luna con su seriedad de lateral maduro, recordando a veces a David, ese otro gran capitán.
Reyes no se cansó nunca de intentarlo, de pelearse con todos, de buscar nuevos caminos por dentro, por fuera. El ex sevillista, por si fuera escasa su contumacia con el balón en juego, fue también artillero a balón parado. Cada falta lanzada por él en el tramo final ponía en un puño los corazones de los hinchas blanquirrojos. Y todos se agarraban a la fortaleza mental y física de este gran capitán que ya sabe lo que es levantar con sus dos brazos una Copa. Andrés Palop se enfundó la elástica con el dorsal 16. Porque esta Copa no era del Rey, ni del Príncipe. Era la Copa de Antonio Puerta.
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