El Betis no irá a Ipurúa (1-0)

Granada - Betis · la crónica

Los verdiblancos enfilan ya de cabeza el descenso al perder su partido, y hasta el amor propio, en Granada. Otro error defensivo impropio de la categoría condena a un dolor de equipo.

Foto: L. Rivas
Foto: L. Rivas
Juan Antonio Solís

17 de febrero 2014 - 05:02

Si los clarividentes gestores del Betis, con el bolsillo contenido de José Antonio Bosch marcando la pauta, hubieran consultado al oráculo el pasado verano, hubieran respirado tranquilos y satisfechos por el trabajo: la plantilla confeccionada por el ojo de Stosic y las tragaderas de Mel para la Liga 2013-14 daba para no jugar en Ipurúa la temporada siguiente. Así lo hubiera revelado un oráculo fiable y con toda la guasa del mundo: ayer, con su derrota en Granada, severa como el martillazo de un juez dictando sentencia, los verdiblancos parecieron perder el último tren de la salvación. Mientras, hoy el modestísimo club eibarrés lidera la tabla de la Liga Adelante y alimenta el sueño de estrenarse en Primera. Puede que el Betis no holle la próxima temporada Ipurúa, el paradigmático estadio de Segunda. Pero si no lo hace, no será por el buen quehacer de Bosch, Guillén, Stosic, Mel, Garrido y hasta el mismo Calderón.

Así de crudo, de surrealista incluso, es para el Betis el decorado que hoy soporta, más digno de una chirigota en el Falla. Y chirigota de pelotazo. Ha ganado 3 partidos tras 24 jornadas, ha mordido el polvo en 16 ocasiones, más que nadie junto con el Rayo, que es el único que encaja más goles. Y los verdiblancos, con Verdú, Jorge Molina y Rubén Castro, tres reputados atacantes de Primera como punta de lanza este domingo, atesoran 20 golitos a favor ya bien entrada la segunda vuelta. Por cierto que Leo Baptistao, cuya cesión es oro molido que se escapa entre los dedos, empezó en el banquillo. Chirigotesco todo.

¿Acaso no fue de chirigota el gol que volvió a llevar a los béticos a la lona en Los Cármenes? Ilori, un central portugués de 20 primaveras que el Liverpool ha cedido a Quique Pina, inicia una jugada desde muy atrás, apenas ha salido de su área. Y larga un pase cruzado de unos 70 metros que en el 99,9% de los casos, cuando hablamos de la máxima categoría del fútbol español, acaba en el olvido. Pero estamos hablando del Betis. De un Betis que, por su pésima planificación deportiva, saltó a la irregular hierba granadina con una zaga de cinco... que en realidad fue de tres, tales fueron las nulas prestaciones defensivas de Juanfran y Juan Carlos en las bandas.

Mientras el balón viajaba de una punta a otra del terreno de juego desde la bota de Ilori, a Juanfran le dio tiempo a mirar a N'Diaye y comprobar que rompía el posible fuera de juego de Piti, le dio tiempo a mirar si el asistente levantaba el banderín y pudo hasta reaccionar para cerrar la puerta hasta Adán. Pero no. Piti se encontró con que la pelota le llovió al pie, la pinchó y salvó la salida desesperada del portero bético ajustando el tiro al palo derecho con su precisa zurda.

Antes del gol que lo decidió todo, que llegó en el minuto 31, el Betis deparó media hora de fútbol pastoso, horizontal, inocuo. La defensa de cinco -de tres...- tiró la línea lejos de Adán, loable fue su empeño. Pero el hándicap de ese inusual dibujo táctico, el riesgo de despoblar la sala de máquinas, se vio en toda su plenitud con que el balón echara a rodar. Los carrileros se tuvieron que enfrascar en cómo sujetar a Piti y Brahimi, que salían lo mismo por dentro -el ex rayista, entonces, colgaba envenenados centros diagonales con su izquierda que pudieron resultar letales- que por fuera -el argelino, al que el Granada ya le viene pequeño, se fue siempre de su par, incluso por la derecha-. Y con el personal de la banda enredado en tareas defensivas, a Reyes y Nono no les quedó otra que claudicar ante los medios granadinistas.

¿Y Verdú? El catalán, con su limitado motorcito, era el encargado de hostigar al defensor que iniciaba la jugada desde atrás, cuando no era Fran Rico, sobre todo, el que se descolgaba para ello. La ubicación de Jorge Molina y Rubén Castro más abiertos a las bandas llevó a esa curiosa variante, estéril a todas luces salvo en algún escarceo del goleador canario, resuelto con recorte hacia dentro y tiro, cuando no tiraba alguna pared más efectista que efectiva.

Fue una quimera que así el Betis, sin amor propio y que jamás mordió como sus urgencias exigían, trenzara una jugada de peligro franco hasta Roberto. Aunque tuvo dos opciones, y bien claras, en dos acciones a balón parado casi idénticas. Dos faltas botadas por Verdú desde el costado izquierdo al punto de penalti, en las que Jorge Molina se adelantó a su marcador para cabecear a quemarropa. Roberto acertó en ambas, la primera con el partido aún empatado, en el minuto 16.

La otra ocasión de Molina, en el 47, adelantó una segunda mitad de puro disloque, entre el desesperado zafarrancho que ordenó Calderón y la nerviosera del Granada, al que Alcaraz terminó de descentrar con la entrada de Dani Benítez, expulsado en el minuto 79.

El entrenador local ordenó en el descanso repliegue para buscar las vueltas al Betis por esos desguarnecidos costados. Y Calderón, viendo que la iniciativa tampoco deparaba fútbol ni ocasiones, se la jugó en la media hora final por la vía más heterodoxa: sacó a Leo Baptistao por Juan Carlos, cambió a zaga de cuatro con Jordi en el lateral izquierdo, prescindió de Reyes por Salva Sevilla y encomendó la creación a éste junto al sustituto de Verdú, que fue... Nosa Igiebor. El nigeriano a punto estuvo de finiquitarlo todo al entregar la pelota a El Arabi en zona defensiva. Adán desvió como pudo. Corría el minuto 71. Dos después, Baptistao, que ábandonó la banda izquierda en buscar de pescar algo arriba, dibujó una preciosa pared pero se encontró de nuevo con Roberto. Fue la única jugada elaborada por el Betis, el único punto de luz en un camino oscurísimo de un equipo que parece resignado a su destino.

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