Atenuante con gomina (2-2)

El Sevilla arranca un punto de rabia en el minuto 91 tras jugar 50 con uno menos. Reyes botó una falta después de que Muñiz pitara el saque, pero acto seguido le mostró la segunda amarilla.

Juan Antonio Solís

07 de diciembre 2012 - 23:25

Barcelona/El Sevilla, quién lo diría, se trajo de Cornellà un punto que le supo muy dulce. En condiciones normales, el empatito ante el colista hubiera tenido un regusto amargo para el atribulado equipo de Míchel, pero el arbitraje de Muñiz, coronado con una decisión que generó un debate a nivel nacional, hizo que los sevillistas celebraran con rabia el último de los mil pitidos que dio el asturiano en su infame actuación, apenas dos minutos después de que Negredo cabeceara a la red con el alma el templado centro que Coke le envió desde la derecha.

Cincuenta minutos antes de que Muñiz decidiera que el pleito había concluido, sobrevino la decisión que desató la impotencia sevillista. Reyes, que minutos antes vio la tarjeta amarilla por sacar el brazo en un salto, se disponía a sacar un golpe franco directo desde el vértice derecho del área local. Un perfil bueno para un zurdo. El utrerano lo sabía y buscó el balón con hambre. Muñiz comprobó la distancia de la barrera y mientras se dirigía a la media luna pitó, autorizando al sevillista a que sacara. Reyes oyó el pitido y ya sólo se concentró en afinar su golpeo. Y ahí cometió su error Muñiz: con la mirada puesta en los marcajes en el área, le pide a Reyes que aguarde un momento, que espere y no saque. Lo hace alargando el brazo, sin reparar en si Reyes lo miraba o no. Y sobre todo, sin volver a pitar (varios pitidos cortos, mejor) para asegurarse de que el sevillista ha captado su orden. Reyes no ha percibido la última orden de Muñiz y saca. Aun habiéndola percibido, el pitido siempre prevalece sobre cualquier otra acción del juez. Pero éste, sin la mínima cintura, ajeno a su error (¿conscientemente?), ajeno al espíritu de una ley, vuelve a amonestar al dorsal 10 de los rojos. El escándalo es mayúsculo. En el acta refleja que lo expulsa por "poner el balón en juego sin mi permiso"... Y los jugadores sevillistas aseguran que en el túnel de vestuarios, al descanso, el juez les dice que no pitó... Queda la rienda suelta al debate: a un lado la nevera, al otro, la sanción que le pueda caer a Reyes. Apuesten...

El guión anunciaba un partido áspero, sin concesiones ni metros. Nada que ver con la reciente vuelta copera en el mismo escenario, que el Espanyol afrontó con tibieza. Y efectivamente, fue pitar el hombre de negro -la primera de las mil veces, insisto, que pitó- y aflorar un juego bronco, trabado. El Espanyol no discutió la posesión de la pelota al Sevilla. Se guareció con su defensa de cuatro, sus dos zapadores por delante (Víctor Sánchez y Forlín) y sólo dos jugadores de vocación ofensiva, Verdú y Stuani.

Bajo ese patrón, el recurso, un tanto primario, que ordenó Aguirre fue el balón largo a alguna de sus dos piezas más adelantadas, como sucedió en la jugada que terminó de encender un partido ya de por sí encendido. Pasados los diez minutos de partido, Fernando Navarro arriesgó mucho al querer anticiparse a Verdú para despejar de cabeza, colisionó con el ex deportivista de forma brusca aunque ganara la pelota, y el españolista agradeció la temeridad del lateral, desplomándose sobre la hierba.

Fernando Navarro cargó una bala en la pistola de Muñiz, y el árbitro decidió apretar el gatillo. Verdú batió a lo Panenka a Diego López y de nuevo se le puso pronto un partido cuesta arriba al Sevilla.

Tocaba otra vez remar contracorriente muy pronto. Pero esta vez el rival era el que cerraba la tabla. Con sus inseguridades y sus carencias. Por eso, al Sevilla no le costó trasladar la pelota a zonas de riesgo en busca de la reacción. Kondogbia apareció con criterio y tranco para ganar metros con la pelota y descargar el juego a zonas ventajosas. Y allí, no le costó al Sevilla colgar balones al área o provocar faltas. En una de ellas llegó el penalti por agarrón de Stuani a Kondogbia (minuto 24), y en un rechace de una jugada a balón parado se gestó el gol sobre la campana de Negredo, en el último ataque sevillista.

Antes de ese feliz desenlace, el Sevilla volvió a exhibir carencias preocupantes, que no fueron a más porque el Espanyol es hoy un equipo desnortado y tembloroso. Sin Maduro ni Medel, Rakitic jugó unos metros más atrás... y fue menos Rakitic. Suerte para el Sevilla que Kondogbia dio el paso adelante y conectó las líneas. Por las alas, Jesús Navas estuvo desconocido y a Perotti le falta fondo para aguantar los 90 minutos. ¿Y Babá? Lo mejor, o lo único, fue provocar la falta que dio origen a la expulsión de Reyes. Un Reyes, por cierto, que vagó como una triste sombra en otro de los groseros defectos del equipo de Míchel. Su tarjeta roja lo condicionó todo, pero sólo debe tomarse como atenuante para el decepcionante partido colectivo del Sevilla. Un atenuante con gomina...

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