Sin Antonio Benítez pierde la bohemia

OBITUARIO

Muere a los 62 años el polivalente jugador jerezano, santo y seña del Betis que ganó su primer título copero.

Luis Carlos Peris, Sevilla

19 de febrero 2014 - 11:46

Febrero, entre otras muchas cosas, se ha llevado al último bohemio que vistió de corto en un campo de fútbol. Antonio Benítez Fernández, jerezano desde que viese la luz en junio de 1951, se nos iba ayer tras un largo padecimiento que empezó hace dos años con un cáncer de vejiga. Fallecía en la madrugada de ayer y con él se va uno de los símbolos más auténticos que registra la centenaria historia del Real Betis Balompié.

Antonio Benítez siempre ejerció de jerezano a carta cabal y en su tiempo de futbolista fue alma protectora de sus necesitados más cercanos, pues su calidad humana fue siempre de la mano de la que atesoraba como futbolista. Su vida estuvo vinculada al Betis desde que arribase a él en febrero de 1970 procedente del Xerez Deportivo por la muy importante cantidad de dos millones de pesetas y en la que fue la primera operación de trascendencia realizada por el presidente José Núñez Naranjo.

Llegaba Benítez a un Betis que luchaba desesperadamente por volver a Primera División de la mano de Antonio Barrios, del milagrero vasco que devolvió en tres ocasiones al club verdiblanco a su categoría natural.

Tres días después de fichar en el Betis debutaba como titular. Era el 15 de febrero y se enfrentaba el Betis a un rival directo en la pelea por volver a la máxima categoría. En La Rosaleda esperaba el Málaga de Viberti, Montero, Benítez, Chuzo, Migueli, Goicoechea... El partido finalizó con empate a uno, goles de Rogelio y de Búa, alineándose el Betis con Villanova; Telechía, Díaz, Frigols, Pachón; González, Azcárate, Rogelio; Macario, Demetrio y Benítez.

A partir de ahí, toda una vida en verde, blanco y verde y con tres internacionalidades que pudieron ser muchas más si no hubiera tenido aquella lesión de fibras en Carranza cuando andaba más pletórico. Su debut como internacional iba a ser contra Argentina y en una plaza de tanta categoría como el Monumental de River el 12 de octubre de 1974. Con Ladislao Kubala de seleccionador, España formó con Iríbar; Sol, Benito, Castellanos, Capón; Claramunt, Pirri, Irureta; Benítez, Quini y Churruca. El partido acabó con empate a uno y el gol español fue conseguido por Pirri. Fue internacional dos veces más, frente a Suiza en Berna con triunfo por 1-2 y sobre Rumanía en el Vicente Calderón con victoria por 2-0. En su internacionalidad se dio la curiosidad de que su debut fue como extremo y de lateral en las dos siguientes. Y es que en Antonio se dio una polivalencia indudable, pues lo mismo jugaba en una banda que en otra, tanto de lateral como de extremo, amén de cuando una tarde en Valencia, enero del 80, Luis Carriega tomó la sublime decisión de incrustarlo entre López, Alabanda y Cardeñosa para cuajar en enorme centrocampista.

25 de junio de 1977. Estaba previsto que Antonio capitanease al Betis en la final contra Athletic Club, pero no pudo ser. La lesión de Anzarda en la semifinal con el Espanyol dio entrada en el equipo a Cobo y Benítez pasó a ser extremo. Fue el mejor del partido, pero tuvo la desgracia de darle a Dani el segundo gol vasco. "Estaba escondido el puñetero y no lo vi", decía mientras se elegía a los lanzadores para la muerte súbita. Tal era su estado de ánimo que en la tanda de penaltis se quitó las botas y le dijo a Iriondo que él no tiraba. Pero se agotaron las posibilidades y sólo quedaban él y Astrain sin tirar cuando surgió Esnaola y se libró de dicho cáliz.

La vida verdiblanca de Benítez podría resumirse en los 339 partidos oficiales que vistió esa camiseta. Es la suma de los encuentros de Liga, de Copa de España, de Recopa y de Copa de la UEFA, pero es que la vida de este jerezano singularísimo no puede circunscribirse a la frialdad ni a la objetividad que dan los números. Antonio Benítez no puede quedarse ahí, pues su personalidad va mucho más allá. Puede afirmarse que con él se ha ido el último romántico, una persona que se dio a los demás como si el dinero no tuviese ninguna importancia y, sobre todo, como si nunca fuera a acabarse.

Prototipo de los hijos del levante, según fuera la ventolera así respondía él ante la prosaicidad de la vida. De todo ello pueden dar fe los flamencos, tanto los del muy jerezano barrio de Santiago como esos de Triana que convivieron en su día a día sevillano, ese día a día que arrancaba un día de febrero de hace treintaicuatro años cuando, recién estampada su firma por el Betis, debutaba en La Rosaleda.

Consuegro del genial Fernando Terremoto, ambos se adoraban desde una complicidad a prueba de todos esos avatares que te va deparando la crudeza de la vida. Su primer contratiempo fue el 12 de febrero del 78 en Cádiz, una tarde de goleada bética por 0-5, en que se le descorrió la cremallera femoral. La definitiva, una lesión de pubis que lo llevaría al quirófano y de la que no se repuso del todo. Prodigio físico, Benítez se vio obligado a tirar la toalla cuando sólo tenía treintaiún años y mucho fútbol por delante.

Se miraba en el espejo de Luis del Sol y luego aparecería Rafael Gordillo para reflejarse en el suyo. Antonio fue futbolista de futbolistas, que es el piropo mejor que puede recibir un tipo que derramó, vestido de corto, arte y fútbol, velocidad y potencia, clarividencia y toque. Todos esos ingredientes se meten en la coctelera, se agitan y sale un futbolista único, Antonio Benítez Fernández. Descansa en paz, amigo.

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