Abonado a las prisas
El Sevilla lleva 4 temporadas llegando al final de Liga al borde del precipicio en busca de sus objetivos. Desde la del gol de Perotti al Deportivo no depende de sí mismo.
No podía ni imaginar el sevillismo que un gol de Diego Perotti ante el Deportivo en un partido en casa hace ya varias temporadas iba a significar a partir de entonces el adiós a un sueño ahora imposible y el fin drástico de un ciclo que se encargarían de cerrar los errores continuos en las planificaciones posteriores.
Aquel gol significaba la clasificación directa para la Champions como tercero en la Liga con una jornada de antelación antes del final de la temporada. Desde entonces, el Sevilla se ha abonado a vivir con las prisas, a llegar al tramo final de campaña sin margen para el error para entrar en Europa y a estar siempre pendiente de los fallos de los rivales para recortar puntos... a no depender de sí mismo. La temporada siguiente a aquello, con la sucesión de Antonio Álvarez por Manolo Jiménez, fue un aviso. Hubo suerte al final por aquel gol de Rodri en Almería que superaba por el goal average al Mallorca para quedar cuarto. Y a partir de ahí, todos los finales de campaña en el Sevilla fueron similares, con la salvedad de que en cada temporada fue bajando progresivamente el listón.
Primero, con Manzano, luchar contra viento y marea y tirar de la calidad de los Kanoute y compañía para arañar al final una plaza en la Europa League que no satisfizo al club habida cuenta de que no renovó al entrenador jiennense. Con Míchel la campaña pasada, más de lo mismo con una situación similar a la de esta campaña pero un poco más arriba en la tabla. E ir tan apurado y con tan poco margen de error no permitió a los blancos entrar en competición continental alguna después de ocho ejercicios ininterrumpidos con presencia en Europa e ingresando por este concepto más o menos según fuera Champions o Europa League el premio recibido por los méritos o deméritos contraídos a lo largo y ancho del torneo de la regularidad.
Inconformismo anestesiado
En la actualidad, con Unai Emery en el banquillo, la situación se repite. El Sevilla llega al tramo final de campaña con el agua al cuello, sin poder permitirse ninguna licencia y casi demostrando semana a semana su incapacidad para soportar esta presión que marca el club, desde la exigente figura de su presidente hasta una afición que nunca fue tan incorformista como cuando Perotti anotaba aquel gol al Deportivo, y que poco a poco se ha ido anestesiando en esa exigencia hasta volver al punto en el que miraba cada domingo la clasificación y hacía cuentas con los rivales que debían tropezar para que el Sevilla avanzara puestos y se acercara a Europa. Pero, claro, todo ello sin contar con las decepciones que su propio equipo dejaba aquí y allá para desesperación de sus incondicionales.
La frases son las mismas de siempre y, tirando de hemeroteca, se repiten ciclícamente cuando se acerca la primavera. "Hay que aprender de los errores", "tenemos tiempo", "nos quedan equis finales y hay que darlo todo", "el equipo está trabajando bien"... Son frases que se convierten en típicas y que el sevillismo, tras chascos como el que su equipo le regaló en Mallorca, ya se las toma como si escuchara llover.
Trabajo psicológico
A Emery, como antes pasó con Antonio Álvarez, con Manzano y con Míchel, le toca inventarse las teclas que tocar para mantener la tensión de los suyos. Agotar hasta la última posibilidad es la obligación del grupo que dirige el vasco y pensar que aún quedan opciones debe ser el señuelo. El Sevilla ha demostrado en casa que puede llegar a merecerse el premio, pero flaquear como flaquea cada vez que sale de Nervión no está permitido en un equipo que compite demasiadas veces al filo del precipicio. Y lo peor de todo es que ya está acostumbrado a hacerlo.
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