Crónica de una cancelación
El visionario | Crítica
En 'El visionario', Abel Quentin trama una sátira brillante que recuerda a las mejores novelas de Houellebecq
La ficha
El visionario. Abel Quentin. Traducción de Regina López Muñoz. Libros del Asteroide. Barcelona, 2023. 369 páginas. 22,95 euros.
Lo más sorprendente de la cultura de la cancelación es que, con unos presupuestos tan ingenuos y unos métodos tan superficiales, pueda producir resultados tan devastadores. Es de una eficacia y una economía verdaderamente sorprendentes. Durante un tiempo se creyó que no era más que una moda que pasaría rápido, dejando un inevitable saldo de víctimas en Twitter y poco más, y que difícilmente veríamos sus efectos en la vida real, más allá de algunos ataques de ansiedad. Se consideró cosa de unos pocos y jóvenes fanáticos, un injerto incompatible con las sociedades europeas, abiertas y libres, el hijo universitario del puritanismo norteamericano. Sin dejar de ser nada de lo anterior, parece innegable que también es mucho más.
El novelista francés Abel Quentin nos ayuda a comprender este entramado de buenas intenciones y métodos perversos en El visionario, su segunda novela, galardonada en 2021 con el prestigioso Prix de Flore y publicada en España por Libros del Asteroide en traducción excelente de Regina López Muñoz. Quentin es un narrador extraordinario capaz de salvar la lectura por un sentido del humor inteligente y, llegados a un punto, reconfortante. Su protagonista, Jean Roscoff, es un profesor universitario recién jubilado, especialista en macartismo y Guerra Fría, que ha fracasado en sus intentos de sobresalir en el ámbito académico y ha ido cayendo poco a poco en la melancolía de una juventud brillante y el cinismo de un presente vacío. Para dar sentido a su retraite, decide retomar un trabajo abandonado hace años: un estudio sobre el esquivo y enigmático Robert Willow, un músico de jazz norteamericano emigrado a Francia en los años cincuenta, militante del Partido Comunista de los Estados Unidos, que se codeó con Sartre y sus acólitos hasta que decidió abandonarlos para irse al campo a escribir poesía pastoril en francés.
Jean Roscoff, guiado por cierto sentimentalismo de buen burgués de izquierdas, reconstruye con los pocos testimonios que encuentra la vida y la obra del poeta. Una vez publicado el ensayo en una minúscula editorial, la casualidad lo pone en el punto de mira de los militantes woke, que no toleran que Roscoff no haya dado la importancia suficiente –es decir, toda– a la condición identitaria del poeta y lo someten a un calvario para hacerle pagar sus pecados de blanqueamiento y apropiación.
Abel Quentin ha tramado una sátira brillante con un estilo vivo y ocurrente que recuerda a las mejores novelas de Houellebecq. La cultura de la cancelación queda retratada en su más desgarradora realidad como un conflicto generacional entre la izquierda universalista criada –y colocada– a la sombra de Mitterrand y el Partido Socialista francés y una nueva izquierda identitaria que no vacila a la hora de matar al padre. Así, El visionario despliega ante el lector el verdadero mapa de la sociedad francesa –y podríamos decir sin duda española y europea–, en que la vieja tríada republicana de la libertad, la igualdad y la fraternidad ceden bajo la fuerza del ajuste de cuentas hábilmente dirigido por una nueva burguesía que busca como puede deshacerse de los boomers, bien aferrados por la fuerza de su número a las instituciones, pero que no pueden sustraerse al paso del tiempo ni a las leyes de la biología.
Más que como una crítica a la cultura woke, esta novela puede leerse como el relato del fin de una época –la era feliz de la socialdemocracia– y la historia de una deriva ideológica que deja en evidencia la cara infame del sistema: el aparato colonial muy tardíamente desmontado, el racismo más o menos encubierto, el abandono de las causas de los obreros, el enriquecimiento indisimulable de las élites… El visionario sorprende por su mirada tierna sobre un mundo lanzado al enfrentamiento, que rehúye el matiz, silencia a sus enemigos y niega el perdón al que se arrepiente.
La Francia de Quentin es un país atrapado en su propia leyenda, en su universidad anquilosada, en su socialismo declinante, que, sin embargo, deja ver entre sus costuras enfermas el noble esfuerzo de una sociedad mejor, el sueño republicano de una comunidad cohesionada y justa. En El visionario la cultura de la cancelación aparece en toda su seriedad, persiguiendo y acosando a un hombre que tarda en comprender cómo él, joven comprometido en los ochenta y socialista mitterrandiano, puede verse acusado precisamente de reaccionario. A nadie le sorprenderá ya la paradoja, si es que realmente lo es. La cancelación se ha revelado como lo que no parecía al principio, como algo serio y por supuesto duradero, que muestra a las claras las debilidades del sistema valiéndose, aquí sí paradójicamente, de lo peor que ha dado: la deshumanización del adversario y la violencia.
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