Musa de todo el mundo
Totalidad sexual del cosmos | Crítica
Dedicada a la poeta, pintora y modelo mexicana Nahui Olin, personaje fascinante de la edad de los ismos, la última entrega de Juan Bonilla destaca por la extraordinaria calidad de su prosa
Las fichas
Totalidad sexual del cosmos. Juan Bonilla. Seix Barral. Barcelona, 2019. 288 páginas. 18,90 euros
La figura escurridiza. (A propósito de Juan Bonilla). Varios Autores. Coordinación de Ricardo Álamo. Canto y Cuento. Jerez, 2019. 210 páginas. 18 euros
Como la de otros creadores más o menos talentosos o marginales, la poco conocida figura de Nahui Olin puede resumirse en una serie de episodios o anécdotas que en su caso no dejan lugar a dudas sobre la fuerza de una personalidad magnética y, como dice la frase hecha, arrolladora, pero centrar exclusivamente en ellos el análisis de Totalidad sexual del cosmos sería pasar por alto lo que el libro contiene de gran literatura.
Empecemos por señalar que Juan Bonilla, lo que dice mucho de su autonomía respecto a las modas favorecedoras, ha rehuido la tentación de apuntarse a la reivindicación acrítica de las mujeres preteridas, no porque su recreación de la trayectoria de Último Sol –tal es el significado en náhuatl del nombre elegido por la mexicana, nacida Carmen Mondragón– no contenga una intención reivindicativa, sino porque esta no elude las contradicciones ni se presta a los estereotipos biempensantes.
Independientemente del valor que concedamos a su obra propia, Nahui Olin quiso ser musa y lo logró, la "musa de todo el mundo", alcanzando con sus posados "la fama que no consiguió ni con sus poemas ni con sus cuadros". Tuvo al respecto una actitud retadora y puede decirse que sus impactantes desnudos, divulgados por las poco prestigiosas revistas de variedades, escandalizaron menos a los conservadores que a sus socios vanguardistas.
Totalidad sexual del cosmos –título tomado del poema homónimo de Nahui, muy definitorio de su empeño por reproducir la "melodía de la lujuria"– no es una biografía literaria ni una novela propiamente dicha, aunque desde luego el libro cuenta una historia y lo hace con una prosa de altísima densidad lírica, por momentos arrebatada y ciertamente insólita en un tiempo como el nuestro marcado por la anorexia. Solemos asociar los periodos largos a la morosidad proustiana, sedante o adormecedora, pero las sinuosidades de la hipotaxis pueden asimismo sugerir, como aquí, un ritmo vertiginoso.
En el plano formal, Bonilla se sirve del procedimiento –no es el único aspecto que hermana a los dos libros, hijos de un mismo propósito y de una misma época, caracterizada por la subversión estética, moral o política– ensayado con acierto en su brillante aproximación a Maiakovoski, Prohibido entrar con pantalones, donde se transcribían y encadenaban los versos o las citas textuales para producir un efecto de inmersión en la obra.
El recurso puede entenderse –y no sería mala forma de entenderlo– como reflejo u homenaje por parte del narrador, que de nuevo como entonces desdobla los puntos de vista, distanciándose o acercándose a su personaje hasta identificarse completamente con él, pero de alguna manera, por emulación, impregna el conjunto que se convierte de este modo en un verdadero artefacto, también con su carga explosiva.
Entre las heroínas modernas, por decirlo con expresión de D.H. Lawrence, Nahui Olin sobresale por su temperamento libre, no exento de rasgos románticos e incluso melodramáticos que no le impidieron optar por una novísima forma de expresarse. El padre rendido y dominante, la madre competidora, el breve marido homosexual, el hijito malogrado, los compañeros de la vanguardia, los sucesivos enamorados, todos los secundarios aparecen retratados por Bonilla con trazos verosímiles, sin duda contrastados pero a la vez sujetos a las necesidades del relato, que combina los datos objetivos con un ejercicio de subjetividad deliberada.
Destacaríamos entre aquellos al amante, mentor y bautista de Nahui, el polifacético Dr. Atl, poeta, pintor, filósofo, vulcanólogo y fascista de la primera hora –autor de La defensa de Italia, a quien conocíamos por anteriores trabajos de Bonilla– que vivió con su amada y protegida una historia tan fecunda como turbulenta, verdaderamente memorable. Y con más razón todavía al investigador Tomás Zurián, personaje también real que asume el protagonismo en el último tramo del libro, desplazando a la artista –Nahui después de Nahui, durante su larga posteridad en vida– o más bien sumándose a ella en una especie de fábula sobre la tarea recreadora.
En este punto, Totalidad sexual del cosmos recuerda el patrón inaugurado por Los papeles de Aspern de Henry James, tanto por su vívida representación del biógrafo que sucumbe a una seducción póstuma, persiguiendo una verdad esquiva o inalcanzable, como por la descripción de esa forma de obsesión que raya en el "vampirismo". La belleza de Nahui, pero no sólo su belleza, trastorna a Zurián, presa de un "amor imposible".
Literalmente consagrado a partir del encuentro casual de una fotografía –hoy tenemos decenas que la muestran en todo su esplendor de joven segura de gustar, en poses sugerentes o absolutamente explícitas– a restituir los pasos de un itinerario olvidado, su objetivo trasciende la operación de rescate y tiene más que ver con el conjuro de una presencia física. El narrador prodiga las alusiones a la restauración, a las huellas o vestigios que adquieren sentido metaliterario. Como el buscador de libros, el investigador es ese ser milagroso que le dice a Lázaro, vamos, levántate y anda.
Hombre en fuga
Aunque en sus comunicaciones escritas se muestra disponible y generoso de su tiempo, la casi legendaria discreción de Juan Bonilla y sus frecuentes cambios de residencia han alimentado la imagen de una figura, en efecto, escurridiza, como la califica Javier Marías en el texto que ha dado título al precioso libro de homenaje editado por el sello jerezano Canto y Cuento, que dirige un viejo amigo y paisano, el poeta José Mateos, con quien el homenajeado coordinó entre 1988 y 1992 el irreverente suplemento Citas, publicado en el Diario de Jerez donde ambos –y otros compañeros de generación, entonces unos muchachos– dieron sus primeros pasos.
Casi cuarenta nombres –de escritores, poetas, editores o "amigos simplemente"– figuran en el índice de un volumen, coordinado por Ricardo Álamo, donde las semblanzas y las anécdotas compartidas se alternan con los comentarios sobre sus libros, tanto los escritos por él mismo como los que ha ido atesorando en su biblioteca personal, famosamente plagada de primeras ediciones cuyas historias asociadas, a veces tan novelescas que parecen inventadas, ha contado en páginas ineludibles para los reos de bibliomanía.
"Dan como ganas de morirse", ha dicho Bonilla, aludiendo al tono celebratorio de la colección, que desmiente la supuesta costumbre española de reservar las palabras elogiosas para quienes ya no pueden escucharlas. Hay escritores notorios y otros de los que llaman de culto, pero quizá los retratos más reveladores sean los que hacen quienes lo trataron en sus inicios, como el citado Mateos, la también poeta Pepa Parra, el periodista Fernando Taboada, el historiador y librero Manuel Romero Bejarano o la galerista Carmen Aranguren.
A esta última le envió el joven letraherido dos bocetos de cubiertas tipográficas para su aún inédita primera novela, en uno de los cuales puede leerse la secuencia: "Juan Nadie conoce a Nadie Bonilla". Ya entonces padecía la enfermedad de los libros viejos. Ya entonces daba la impresión de ser, inquieto pese a su precocidad ante el porvenir que no llegaba, un hombre en fuga.
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