Novela en marcha
Ya sentarás cabeza | Crítica
La primera entrega de los diarios de Ignacio Peyró recrea sus años de iniciación al periodismo, prehistoria de un escritor culto, bienhumorado y afecto a la mejor tradición conservadora
La ficha
Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011). Ignacio Peyró. Libros del Asteroide. Barcelona, 2020. 576 páginas. 24,95 euros
Dos libros singulares, caracterizados por el elegante discurso y la erudición festiva, le habían bastado a Ignacio Peyró para destacar como ensayista de calidad, dueño de un estilo propio en el que la anglofilia, la cosmovisión conservadora y la profesión de hedonismo se alían con el humor, la inteligencia y la buena escritura. Este tercero, un diario no estricto, ahonda en la materia autobiográfica que permeaba las notas del anterior, Comimos y bebimos, abundando en el retrato de un personaje ya familiar cuyas evoluciones trascienden ahora –sin tampoco abandonarla, pues queda claro que la vida del autor es inseparable de la celebración en buena compañía– la demorada glosa de las viandas, los vinos o los espirituosos que hacen el camino más llevadero. En las entradas de Ya sentarás cabeza, que cubren los años 2006-2011, encontramos alusiones al futuro primer libro de Peyró –Pompa y circunstancia, el formidable "diccionario sentimental" que dedicó a la cultura inglesa– y al proyecto de conversación con Valentí Puig –maestro, correligionario y amigo, muy presente en el diario– que tomaría forma en La vista desde aquí, de modo que es la prehistoria del escritor lo que abordan estas páginas, un periodo de aprendizaje que pasó por la redacción de algunos título de encargo y sobre todo por la esforzada iniciación en el "bello y viejo oficio de escribir en los periódicos".
Ya en la elaborada imagen del prólogo, donde el diarista se refiere a los mudlarks o rastreadores de las orillas del Támesis que rebuscan entre los azarosos restos arrojados por la marea, llevados de "un amor por lo fragmentario, lo incompleto, lo incongruente, que no deja de ser un reflejo roto de nuestra propia vida", muestra Peyró la agudeza y el brillo de una prosa que se acoge en este registro a la inspiración de Pla, palabras mayores pero no inadecuadas para describir el empeño de contar los años de formación en el oficio a la vez que se construye –pues la memoria también se edifica– una identidad literaria. Aunque el autor declara su familiaridad con diaristas de generaciones anteriores como el propio Puig, Llop, Trapiello o Sánchez-Ostiz, planianos como él mismo, el itinerario reflejado en Ya sentarás cabeza tiene desde el principio un marcado tono personal, no pródigo en intimidades pero sí definitorio de un carácter y también, a menudo por contraste, de la atmósfera de una época. El joven veinteañero o recién entrado en la treintena, orgulloso de su pertenencia a un Madrid exclusivo y en parte en vías de extinción, no carece de resabios pijos, pero compensa las veleidades mundanas con una temprana madurez intelectual, con el deseo de ascender en la profesión y con una capacidad de trabajo que se sobrepone a las resacas. No sin literatura, Peyró se autorretrata como un muchacho ambicioso y algo engreído, muy consciente del linaje en el que se inserta, que se hace perdonar los excesos por su vocación genuina y por la afilada ironía con la que describe o caricaturiza a los selectos miembros de su clase. Apenas ha echado a andar y siente ya las injurias del tiempo, que hablan menos de los improbables estragos de la edad que de su temperamento elegiaco, propenso a la evocación de mundos perdidos.
Hablábamos de humor e inteligencia y ambas cualidades están presentes en una miscelánea que es o podría ser también, a la manera de Trapiello, novela en marcha, pues uno de los aciertos del diario es que logra convertir a su autor en personaje. Alternando el impulso vitalista con la disposición introspectiva, Peyró habla de sus lecturas o de sus aventuras galantes, de sus predilecciones estéticas o de las confidencias de madrugada, siempre en los entornos nobles o mitificados de su imaginario sentimental, pero el principal hilo narrativo tiene que ver con su trayectoria de periodista en calidad de crítico, cronista parlamentario, redactor de cultura o articulista de opinión, dentro de la órbita católica y conservadora a la que pertenece. Si el ingenio, el rigor analítico y la vasta cultura se aprecian en los aforismos, en los comentarios sobre arte o literatura o en las notas sobre el rumbo del siglo, es en los pasajes referidos a los políticos y periodistas donde se impone su talento para la sátira, que lejos de la autoindulgencia no teme cebarse con los integrantes del propio bando. Reconvertido en escritor de discursos, el triunfante asesor se queda aquí a las puertas de La Moncloa, seis años después de estrenarse como reseñista. El final abierto permite presagiar que vendrán nuevas entregas y uno diría que hasta los ujieres u ordenanzas tienen motivos para estar intranquilos.
La camada moderantista
Algo del llamado humor inglés, en esa vertiente aristocrática que combina el orgullo de casta, la ligereza del trazo y el ácido retrato de caracteres, hay en el trato más bien implacable que Peyró dispensa a quienes fueron sus compañeros de viaje en la oposición al zapaterismo, por los años de la crisis en la que los medios de la derecha más beligerante combatía con saña al gobierno socialista. El joven periodista vivió en la primera línea, como cronista, redactor de editoriales o a partir de un momento dado speechwriter de destacados políticos populares, una campaña en la que al natural descontento de conservadores y liberales se sumaba la furibunda impugnación del "catolicismo réac" y la "derecha rambo". Dice mucho de su estilo, que podríamos identificar con el aquí asociado a la "camada moderantista", que a la hora de hacer recuento ponga el foco no tanto en las limitaciones de los adversarios –que tampoco es que salgan favorecidos– como en la pintoresca mediocridad de muchos de los personajes que protagonizaron la agitación desde las filas en las que él mismo colaboraba. Lo habitual entre nosotros es que la mirada crítica se ejerza siempre en una sola dirección, lo que excluye de partida cualquier juicio adverso hacia las personas o los posicionamientos que coinciden, aunque sea en parte, con el propio ideario. Sin renunciar a sus convicciones, Peyró representa ese conservadurismo culto, amable y civilizado que al margen de sus predilecciones y nostalgias es, por la parte de las derechas, garantía de convivencia y continuidad democrática, frente al necio aventurerismo de los caudillos y sus sermones atrabiliarios. Precisamente el humor, que casa mal con la consigna, es uno de los aspectos que distinguen su discurso de las diatribas de todos esos predicadores permanentemente enojados. Una década después, el tiempo de su diario parece lejanísimo, pero en este sentido no hemos mejorado nada.
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