Otro futuro posible
'Mujer al borde del tiempo' | Crítica
Se traduce por primera vez al español 'Mujer al borde del tiempo', de Marge Piercy, una lúcida utopía feminista.
La ficha
Mujer al borde del tiempo. Marge Piercy. Traducción de Helen Torres. Consonni. Bilbao, 2020. 508 páginas. 22,32 euros
En el mundo de Luciente todos tienen tres personas madres, pero ninguna de ellas lo ha parido. Hombres y mujeres disfrutan de su cuerpo sin más compromiso que la lealtad impuesta por el placer y la amistad. Hay alimentos para todos y no existen las monedas, cada uno disfruta de un pequeño espacio privado y de grandes y concurridas zonas públicas en las que divertirse, charlar y compartir los sueños. En el mundo de Luciente la violencia contra las mujeres es cosa del pasado remoto, la belleza responde a infinitos cánones y las tradiciones son fiestas en las que recordar lo que uno fue o lo que no quiere volver a ser.
Luciente es habitante de Mattapoissett: dulce aldea de un territorio utópico recreado por la imaginación de Marge Piercy, que da forma a otro futuro posible en su aclamada novela Mujer al borde del tiempo, que vio la luz en 1976. Se traduce por primera vez al español más de cuarenta años después y sigue siendo ciencia ficción: emotivo alegato de otro eventual mañana, no sabemos si posible. La tierra de Luciente es también un sueño, una vía de escape, una visión perturbadora porque del otro lado del espejo, el presente de la narración, está Connie la loca: una chicana encerrada entre las cuatro paredes de un psiquiátrico, amenazada por un sistema dispuesto a deshacerse de la morralla en nombre de la ciencia y la paz social. Ha maltratado a su hija bajo los efectos de las drogas y ha pagado por ello. Ha defendido a su sobrina de un brutal maltratador, y ha pagado por ello. Paga por ser pobre, por tener la piel oscura, por buscarse la vida, por no tener oportunidades, por enamorarse de quien no debe, por rebelarse y no conformarse con el destino impuesto, por ser mujer.
El primer contacto entre Connie y Luciente, entre el presente alienador y el futuro resplandeciente, se produce en una celda de aislamiento. La mente de la reclusa es capaz de contactar con esa otra realidad que la salva del maltrato, el miedo y la locura. En ese otro país del futuro, que es el suyo infinitamente mejorado, esta mujer, sujeta a las estrictas reglas del internado y sometida de por vida a su condición de excluida, es capaz de fortalecerse, reconocerse y prepararse para luchar contra los que han decidido anularla de por vida.
Durante sus viajes en el tiempo, Connie tiene un breve pero revelador desembarco en una inquietante distopía en la que las personas han pasado a ser mercancías encerradas en pequeñísimos apartamentos desde los que no pueden ver la luz del día; un mundo de aire irrespirable en el que los ricos viven en una burbuja de lujo y luchas por el poder. Esto nos suena más. No por eso deja de ser menos terrorífico. Este breve encuentro ofrece el contrapunto preciso para dar todo el valor a la utopía que frecuenta Connie. La realidad de Luciente y ese otro universo devastado son dos proyecciones futuras del presente –el de la novela, pero también el nuestro–: la deriva más probable es poco alentadora.
La utopía feminista que nos presenta Piercy en Mujer al borde del tiempo, definida como "una pieza fundamental de la literatura ciberpunk", es una versión mejorada del paraíso hippy. La tecnología se utiliza lo justo, se priman los valores sociales, se aprende a gestionar las emociones y las decisiones se toman por un complicado pero efectivo sistema de consenso. La autora, sin embargo, da un paso más. Es una mujer y como tal se reivindica. Su propuesta da un valiente salto mortal para colocar a la mujer muy lejos de los cánones establecidos incluso por los más liberales de su época. Su propuesta está enormemente viva. El lector –o quizás mejor las lectoras– comprenderán rápidamente que las fábulas del amor libre no incluían a la mujer libre y que se ha avanzado lento y poco.
Quizás la sociedad de Luciente puede parecernos pueril en ciertos aspectos, pero no conviene dejarse engañar por la estética. Bajo los preciosos vestidos hechos de materiales envolventes o pesados terciopelos bordados, tras las ventanas de pequeños y armoniosos recintos personales para pensar o amar; tras la arrogancia de los jóvenes que eligen su propio nombre tras una semana iniciática en el bosque, se esconde una reivindicación que todavía tiene plena vigencia: el derecho de las mujeres a ser dueñas de su cuerpo, de sus sentimientos, de su trabajo y de su vida.
Mujer al borde del tiempo es fruto de una época, pero logra trascenderla para llegar a nosotros con pleno vigor. La autora tiene la loable capacidad de recrear una sociedad y un paisaje que se despliega ante los ojos del lector con absoluta credibilidad. Apunta alto en sus descripciones. Ahonda en los recursos que dotan de confort a una sociedad que tiene como centro el respeto a la naturaleza, e incluso se adelanta en el empleo de ciertos artilugios que al lector actual le resultarán de lo más familiar.
No obstante, Marge Piercy nos sitúa en una posición incómoda. Al mundo de Luciente accedemos a través de la mente enferma –de soledad, de incomprensión, de injusticia– y adormecida por los fármacos de Connie. ¿La imaginación es la puerta de entrada de otras realidades posibles? Siempre cabe preguntarse si somos partícipes de la asombrosa capacidad de una mente privilegiada para viajar al futuro o si nos vemos arrastrados por los delirios incongruentes de una mujer al límite. Quizás no importe tanto.
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