La máscara que revela rostros

Memorias

Entre la estafa y la broma, las ‘balmoreadas’ retratan el ambiente moral de aquel México de la posrevolución

Don Carlos Balmori en plena acción.
Don Carlos Balmori en plena acción. / DS
Gonzalo Gragera

10 de septiembre 2023 - 06:00

Ficha

'Memorias de don Carlos Balmori escritas por su secretario particular (1926-1931)'. Luis Cervantes Morales. Prólogo de Juan Bonilla. Renacimiento. Sevilla, 2023. 400 páginas. 24.90 euros.

EL México de la posrevolución era un país sumido en una crisis no sólo política, también económica. Una suma de tensiones sociales que llevó a más de uno a aceptar las corruptelas y despropósitos de don Carlos Balmori. Aunque don Carlos Balmori nunca existió. Fue un personaje inventado por la mexicana Conchita Jurado, quien se disfrazaba de hombre –unas gafas, un sombrero, un bigote y una gabardina– en aquel México de finales de los años veinte. Con su disfraz perpetraba el engaño, el cual consistía en presentarse como un millonario español que salvaría a su víctima de las penurias por la que estuviese pasando. Una vez este o esta aceptara la propuesta –está claro que indecente– de don Carlos Balmori, Conchita Jurado se quitaba su disfraz y se descubría. Se había entonces consumado la balmoreada. Así se calificaban estos actos entre la broma y la estafa. Una especie de performance que retrataba una verdad de la condición humana: todo el mundo tiene un precio.

En la trampa de la balmoreada cayó el abogado y el empresario. Y otros tantos perfiles de la sociedad mexicana. Se estima que fueron casi tres mil los que conocieron el engaño de Conchita Jurado. Estos eran bautizados con el apelativo de “puercos” o “puerquitos”. La extravagante historia nos la cuenta Luis Cervantes Morales en el libro Memorias de don Carlos Balmori escritas por su secretario particular (1926-1931), editado por Renacimiento. El volumen, además de las balmoreadas, narradas en breves capítulos, también recoge poemas que le dedicaron a la mexicana Conchita Jurado y al fenómeno que supuso su ocurrencia.

Es curioso, se indica en el libro, que aquellos que aceptaron los sobornos o falsos cheques nunca fueron personas con recursos limitados o directamente pobres. Los que dijeron que sí a don Carlos Balmori solían ser personas bien posicionadas, aunque estuvieran pasando una mala racha. Un ejemplo es el torero Rodolfo Gaona, según se cita en el libro.

¿Cómo es posible que tres mil personas no se percataran de un timo que era más bien una parodia –y cutre–? ¿Cómo es posible que tres mil personas no sospecharan de un hombre vestido de manera tan extraña? ¿Tantos estaban dispuestos a corromper su integridad moral ante una mujer disfrazada –un simple disfraz- con un atuendo tan peculiar? Son algunas de las preguntas que se hace Juan Bonilla en el excelente prólogo con el que arranca la edición. Ciertamente sorprende el número de “puerquitos”.

Hay pasajes realmente divertidos y disparatados. El lector, en más de una ocasión, pensará si este libro no es una balmoreada más, y dudará sobre si todo lo que se cuenta en él es una invención. Un disfraz literario, una máscara novelesca, que revela los rostros de la condición humana. Pero no. Esta historia sucedió en aquel México en el que nacía el Partido Nacional Revolucionario –futuro PRI–. Por inaudita que nos parezca así fue. Por sorprendente que nos resulte así ocurrió.

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