Otro Lovecraft
Un tenue éter indeterminado | Crítica
La editorial Pre-Textos recupera la poesía repleta de evocadores hallazgos de un autor conocido sobre todo como narrador y autor de relatos de terror
La ficha
'Un tenue éter indeterminado (Hongos de Yuggoth)'. H.P. Lovecraft. Prólogo y trad. Juan Andrés García Román. Pre-Textos. Valencia, 2019. 115 páginas. 17 euros
Puede que la realidad de estos días esté superando con creces las peores y más lúgubres pesadillas. Acechados por la terrible amenaza de diminutos seres invisibles, tal vez estemos en disposición de considerar preferibles a los terribles engendros gigantes que nos vigilan desde las profundidades abisales o desde los confines infinitos del espacio exterior. Quizás, al fin y al cabo, puede que autores como Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), con su desbordada imaginación, no previeran el peor de los mundos posibles y que ahora hasta echemos de menos a esos monstruos cotidianos que alguna vez poblaron nuestros sueños más obtusos.
Un éter indeterminado (Hongos de Yuggoth) es un libro de Lovecraft, aunque en él no encontraremos calamares gigantes ni muchas de las criaturas que lo han convertido en un escritor de referencia, incluso entre las personas que nunca lo han leído. Nos muestra este volumen una faceta menos conocida del autor de los llamados mitos de Cthulhu, la de poeta, y nos revela las posibilidades de un escritor del que se ha hablado mucho y sobre el que se ha reflexionado, con la seriedad y el rigor necesario, muy poco.
Lovecraft es conocido como narrador, alabado como autor de relatos, adorado por adolescentes en busca de experiencias sobrenaturales y frikis de todas las edades; vilipendiado por la crítica seria y reducido al absurdo cuando se califica como lovecraftiano a todo tentáculo que exceda las medidas convencionales. La poesía, sin embargo, también ocupó un espacio importante en su peculiar vida literaria y los estudiosos que se han empeñado en realizar una exhaustiva clasificación de los temas tratados en su obra en versos lo han tenido francamente complicado.
Para comprender la importancia de este conjunto de poemas en el contexto de la obra, poética o no, de Lovecraft resulta imperativo leer el prólogo de esta edición: nos ofrecer luz verdadera sobre estas composiciones, aporta una nueva visión sobre la obra del autor al que nos enfrentamos, y, por si fuera poco, es un pequeño ensayo ameno y bien escrito. No es fácil encontrar introducciones de estas características, sobre todo si tenemos en cuenta que tiene como centro a un autor que se presta a ser abordado desde la trivialidad y el tópico. Lo firma Juan Andrés García Román, que también se encarga de la traducción de los treinta y seis sonetos que componen estos Hongos de Yuggoht.
García Román advierte a los lectores decididos a enfrentarse a la poesía de Lovecraft que nos encontramos ante una "figura contradictoria, como buen hijo de su tiempo, moderno declaradamente antimoderno, escurridizo" e intenta responder a varias cuestiones cruciales para entender toda la magnitud de este conjunto de poemas que el autor redactó en 1929.
Lovecraft no publicó en vida sus libros. Como se nos recuerda en el prólogo, "más allá de un estilo engolado y arcaizante, Lovecraft fue un prodigioso amateur" que nunca escapó del círculo de revistas de segunda fila a las que nutría con sus escritos con constancia obsesiva. La redacción de estos poemas coincide con un momento crucial en su vida: la vuelta a la querida ciudad que lo vio nacer, Providence, el hogar seguro que lo trasladaba al mundo mitificado de una infancia que tuvo poco de paraíso perdido.
Gran parte de estos poemas tienen como referencia un territorio imaginado que, en la mayoría de las ocasiones, se conforma como un lugar para la gracia, pero también para la angustia. Un espacio mítico en el que conviven el horror y la belleza, una geografía consagrada "a la intuición y el sueño como modos de vida". En ocasiones, como ocurre en La montaña de Zaman, es territorio soñado se concreta en el paisaje recreado de su Nueva Inglaterra natal.
El debate sobre la estructura, si es que la tiene, que vertebra este conjunto de poemas sigue abierto. Al lector le resultará evidente la correlación narrativa que se establece entre los tres primeros sonetos: El libro, Persecución y la Llave. Estos tres poemas iniciales, a modo de pórtico, contienen muchos de los elementos recurrentes que van a aparecer más tarde en otras composiciones. Para intentar desentrañar el resto del conjunto, podemos usar como guía las propuestas que nos hacen en la introducción del libro, aunque nuestra única certeza será comprobar cómo tras esta primera aventura, que tiene como centro la adquisición de un misterioso libro, el poemario alza el vuelo y se adentra en un universo poético intuitivo, onírico y difuso.
Muchos de estos poemas son simplemente sombrías estampas, otros –como El pozo–, pequeños relatos de terror: la mayoría podrían calificarse como destellos de la imaginación que nos remiten, con mayor o menor acierto, a las obsesiones personales del autor, pero también a su premeditada intención de reconocerse, quizás por primera vez, como poeta capaz de dar forma a su visión personal del arte. Pese a que algunas de estas composiciones adolecen de esa "falta de vuelo" que García Román atribuye a parte de la producción poética lovecraftiana, también encontraremos evocadores hallazgos y, por encima de todo, la deliberada "pervivencia de la hermosura y el poder de la imaginación frente al caos y al azar".
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