"El libro nace de una pregunta: qué hace que alguien se hunda"
salvador navarro. escritor
El autor propone en 'El hombre que ya no soy' una novela coral en la que se entrecruza "la alta sociedad sevillana con la más miserable"
Elisa, la protagonista de El hombre que ya no soy, la nueva novela de Salvador Navarro, malvive como profesora de inglés y traductora, pero ha sumado a esa vida acorde con las normas otras prácticas al margen de la ley, entre ellas la de seducir a hombres a los que busca en el aeropuerto y a los que les saca a escondidas los dígitos de sus tarjetas de crédito. Una frase en la portada del libro, editado por Algaida, anticipa el "intento desesperado" de Elisa "por dejar de ser una mujer maldita", pero la historia construida por Navarro no se centra sólo en ese personaje a la deriva. El relato se volverá coral gracias a Róber, un ejecutivo al que Elisa pretende y que se encuentra en pleno duelo por la muerte de su hermano, Tolo, y a los allegados del fallecido, entre ellos Alfredo, un profesor de filosofía que se erige en una suerte de guía moral en momentos convulsos. En El hombre que ya no soy, una narración compleja que su autor narra de manera ágil, con breves capítulos, se entrecruzan la corrupción de las altas esferas y el afán de subsistencia de los bajos fondos para reflejar lo que hay de común en esos estratos: los claroscuros de la condición humana, la vida.
-La novela parece en un principio centrarse en Elisa, pero pronto amplía la mirada a otros personajes.
-Enfrento a los personajes a un conflicto inicial, la muerte violenta de un chaval, que era como una oveja negra a la que no han cuidado y a quien recordarán con remordimiento. Todos hasta entonces tenían una vida estable, excepto Elisa, que es una mujer realmente perdida. Su personaje nace de una inquietud que yo siempre he tenido, porque a mí me ha ido bien pero a menudo me he preguntado qué tendría que pasar para que yo perdiera pie y me hundiera. Una enfermedad, un desengaño amoroso, un problema en el trabajo... Ese detonante que hace que tú ya no seas el mismo. Tengo gente a mi alrededor a la que le ha ocurrido algo similar, y quería reflexionar sobre ello.
-Elisa miente mucho a los demás, pero en el fondo no se engaña a sí misma. "Detestaba profundamente a la persona en la que se había convertido", dice de ella el narrador.
-Por lo que tengo comprobado, la gente gris, la que arrastra una vida negra, tiende a justificar sus males por la infancia que tuvieron o porque la pareja les dejó, y no suelen admitir que la ruptura les viene de dentro. Elisa tiene algún momento de lucidez en que ve eso, aunque se lleva toda la historia acusando a su padre por haberle obligado a estudiar una carrera, a su marido por querer que ella fuera una mujer formal y tuviera hijos... Elisa reniega del mundo pero sabe que el problema está en ella. Me atraen los personajes como ella, alguien tan en el límite que ni siquiera se acuerda ya de sus propias mentiras. Había momentos en los que escribía y sentía pena por ella, perdida en las historias que se inventaba.
-El caso de ella es más extremo, pero también hay otras formas de perderse. Róber es un ejecutivo tan volcado en el trabajo que ha renunciado a sí mismo.
-Puede parecer increíble, pero hay bastante gente que a esa edad y en ese nivel laboral está de psiquiatra. Conozco a altos ejecutivos que están tratándose en centros de salud mental. Llegas a un momento en el que no sabes enfocar por qué has construido tu vida así. Roberto es una persona sensible, viene de una historia de amor terrible y se ha refugiado en el trabajo. ¿Cuánta gente echa más horas de la cuenta en la oficina porque en el fondo no quiere volver a su casa? Cuando vuelcas todas tus esperanzas y tus energías en el terreno laboral entras en un terreno pantanoso, porque por lo general tú no eres más que un número para una empresa, y cuando eres consciente de ello ya estás metido en esa jaula. Yo le digo a la gente de la que soy jefe [Navarro es ingeniero, además de escritor] que se tome el trabajo como un juego, que se diviertan y así serán incluso más productivos.
-En la novela describe el submundo de la droga. ¿Le dio miedo adentrarse en él para esta obra?
-Da miedo, sí. Es cierto que yo no me he ido a ningún barrio conflictivo a comprar para ver qué se siente, sólo visité algunas zonas con el coche. De todos modos, el de la droga no es un ámbito totalmente desconocido, y yo, como tanta gente, lo he rozado. Tuve mis años locos de juventud, conozco a gente que ha tenido o tiene sus problemas con esto... A mí me atrae ese mundo clandestino. Dicen que el 70% de los datos que circulan en internet son oscuros, que responden a comercios ilegales, prostitución... Todo ese movimiento subterráneo me interesa. Si un ejecutivo consume cocaína en una discoteca de diseño un viernes por la noche, es porque alguien se la lleva. Me estimulaba enfrentar la alta sociedad sevillana con la más miserable, la fina corrupción financiera con los pobres que se parten la cara por suministrar un poco de hachís.
-Usted adereza la narración con algunas citas filosóficas, que le brinda el personaje de Alfredo. Y se ha encontrado con que varios lectores las agradecen...
-Sí, me mandan fotos con esas citas, lo cual es muy bonito. A mí me encantó siempre la filosofía, quizás porque en el colegio al que fui había un profesor magnífico de la materia. Yo pienso que la novela es muy entretenida, pero me parecía que le añadía interés si con el personaje de Alfredo construía esas clases magistrales indagando en esas citas de Heidegger, Kierkegaard o Aristóteles...
-Usted describe una Sevilla con referencias muy concretas que, digamos, conectarían con cierta imagen de ciudad moderna, cosmopolita. Hay un empeño consciente en este sentido, ¿verdad?
-Me gusta más cuando el autor ubica su historia en un mundo real del que da detalles concretos, me convencen menos las historias sin tiempo ni espacio. Gracias a la lectura uno puede ir, por ejemplo, a los sitios de Londres que te ha contado antes Doris Lessing. Y como tengo una visión de mi ciudad que no se corresponde con la habitual, reivindico mi derecho a presentar una Sevilla sin pinceladas folclóricas, que no esté anclada en el pasado.
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